Hoja Parroquial

Domingo 14 – B | La falta de fe | IQC2021

Domingo, 4 de julio del 2021

La dificultad de Dios somos nosotros

Dios y nosotros

Pocas veces se le ve a Jesús quejarse de los demás. Tuvo que pasar por muchas y muy dolorosas experiencias. De ordinario, daba la impresión de que las reacciones negativas de la gente como si no le afectasen. Incluso, en el marco de la Pasión, todos se extrañaban de su silencio. Pilatos mismo, en un momento de desesperación, le pregunta: “Pero, vamos a ver, ¿no dices nada?”.

Sin embargo, la triste experiencia que tuvo en Nazaret, su pueblo, pareciera que le dolió. Hasta lo dijo: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. El Evangelista termina con unas frases duras: “No pudo hacer allí ningún milagro”. “Y se extrañó de su falta de fe”.

¿De dónde esta resistencia y esta falta de fe de los conciudadanos de Jesús? Primero, dice que todos “se admiraban de su doctrina” y luego le hacen el vacío. A Jesús le sucedió lo que a muchos, la gente conocía su apellido, conocía su familia. Es tremendo cuando alguien conoce nuestro origen. Uno puede hacer milagros, pero “como saben tu apellido”, nadie le cree. Uno puede hacer cosas maravillosas, pero “como alguien conozca tu pasado”, estás frito. Al fin y al cabo, pesa más el apellido que la verdad de cada uno. Pesa más el árbol genealógico que la autenticidad de la propia vida.

La falta de fe aquí es la cerrazón de la mente y del corazón hacia alguien que tuvo una cuna muy pobre, y su casa es una simple carpintería. El verdadero problema de la fe no está, con frecuencia, tanto en las verdades que debiéramos creer, cuando en la actitud de nuestro corazón y de nuestra mente que se escuda en verdaderas tonterías.

El problema de la fe no está tanto en Dios mismo, cuanto en el corazón de cada uno que se resiste y se cierra. El problema de la fe no está tanto en la fe misma, sino en nuestro estilo de vida al que no queremos renunciar.

Tenemos que reconocerlo. Dios quisiera hacer muchos milagros en nuestras vidas, pero nosotros se lo impedimos. Porque lo curioso de Dios es que, siempre nos pide permiso y nosotros nos negamos a dárselo. No es que Dios no quiera o no pueda, el problema de Dios con nosotros es que “nosotros no queremos”. Dios es demasiado democrático, demasiado respetuoso de nuestra libertad. ¿Pruebas? Miremos cada uno nuestro corazón. Ahí encontraremos la respuesta.

“Cristiano es el que da la mano”

Cristiano es…

Del cristianismo y del cristiano se han dicho demasiadas cosas. Ni todas son falsas. Ni todas son verdaderas. Ni todas son serias. Ni todos son una broma.

De todos modos, alguien dijo que si quieres escuchar tu verdad escucha a tu enemigo. Digamos, escucha al que te critica. Es posible que el que te critica no diga toda tu verdad, pero también es posible tenga mucho de verdad. Nosotros, nos hemos cerrado demasiado a los que nos han criticado. Hemos preferido escuchar la adulación de los que han querido quedar bien con nosotros.

El novelista Gide llegó a decir que el cristiano es como aquel que se ha arrancado voluntariamente los ojos para no ver el dolor que le rodea, extasiándose ante la belleza de su alma. Gide nos define desde lo negativo. No diremos que los cristianos no nos hemos tapado demasiado los ojos para no ver. En cambio, Charles Péguy, más optimista, dice que “cristiano es el que da la mano”.

Ni todos nos arrancamos los ojos para no ver, ni todos tenemos la mano tendida al otro. No estaría mal que escuchásemos a Gide y tomásemos conciencia del dolor que no queremos ver. Tampoco estaría mal que escuchásemos a Péguy y nos mirásemos a las manos y viésemos si las tenemos unidas en oración, guardadas en los bolsillos, o tendidas hacia el que sufre.

No sé cómo serán las manos de Dios. De lo que estoy seguro es que las tiene siempre abiertas. ¿Nunca las has experimentado en tu vida? Hasta Jesús exclamó: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”.

El que cree y el que no cree

creer y no creer

Creyente e incrédulo se parecen y a la vez son distintos.
El que no cree se siente metido dentro de un túnel.
El que cree también.
Pero con una diferencia.
El que no cree sólo siente la oscuridad del túnel.
El que cree está en la oscuridad, pero descubre que al fondo hay una luz.

La fe en sí misma es oscura, pero deja ver la luz que hay al otro lado. Creyente y no creyente tienen los mismos problemas. Tienen las mismas dificultades. La diferencia está en que, el que no cree se siente encerrado en sus problemas y no les ve salida. El creyente, también sufre las oscuridades del túnel, pero animado siempre por una esperanza. Al fondo del túnel se ve una luz.

La fe no es para evitarnos los problemas, ni para evitarnos el dolor y el sufrimiento. La fe es para que no nos ahoguemos dentro del túnel, sino para que veamos la luz que hay al final del mismo. Con frecuencia, pensamos que, por tener fe, Dios debiera tener cierta consideración con nosotros. Algo así como, si por creer, Dios nos tuviese que estarnos agradecido. Creyendo no le hacemos ningún favor a Dios. Al contrario, es Dios el que nos hace el favor y el don de creer. Nosotros debiéramos ser los agradecidos. Dios no nos evita la oscuridad de la noche, pero nos regala una linterna que alumbra delante de nosotros.

La fe no ilumina precisamente la noche, pero nos anuncia que pronto volverá a amanecer.

¿Milagros? ¡En casa, amigos!

milagros y nosotros

Es fácil hacer milagros fuera de casa. Los hijos del vecino te consideran mejor padre que el suyo y tú piensas que los hijos del vecino son mejores que los tuyos.

¿Cocinera? La vecina que nos invitó el otro día. ¡Tiene una mano para cocinar…!

Claro, la esposa que cocina cada día no le llega al talón.

¿Esposo? El de su amiga. ¡Qué caballero! Claro, todavía no le has preguntado a tu amiga como es su esposo.

¿Esposa? La de su amigo. ¡Qué fina y delicada y tierna! Claro que es una joya que en su casa nadie la ha descubierto todavía.

¿Por qué será que todos tenemos la triste manía de ver con mejores ojos lo de fuera que lo de dentro? ¿Por qué mediremos con distinta medida a los de fuera que a los de dentro?

Bueno, también nosotros somos distintos para la exportación. Con los demás somos todos unas maravillas, somos un sol que brilla con luz de mediodía. Claro que luego, cuando regresamos a casa el sol se apaga y el cielo se cubre de nubarrones.

Todos somos capaces de hacer milagros en la calle. Lo difícil es que hagamos los milagros en casa. Los podríamos hacer, pero también hay que aceptar que en casa nadie tiene ojos para nuestros milagros.

Tuve un amigo que un día decidió cambiar radicalmente sus actitudes. En casa todos quedaron sorprendidos. Hasta que la esposa ya no aguantó más y le encajó una pregunta que lo mató: “¡Y ahora qué estás ocultando con tantas delicadezas!”

¡Fe en la casa, amigos! ¡Y milagros también!

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