Domingo, 29 de mayo del 2022
Bajar para que otros suban
Jesús asciende a los cielos
Las Ascensión de Jesús al cielo es una especie de Navidad leída al revés. La primera Navidad es Dios camino de los hombres, es Dios que baja hasta los hombres. La Ascensión es el Dios encarnado que regresa “de donde vino”. La primera Navidad la celebraba Dios con los hombres. La Ascensión es la nueva Navidad que celebran los hombres con Dios.
La Navidad nos marca el camino por donde Dios baja hasta el hombre. La segunda Navidad, la Ascensión, nos marca el camino por donde el hombre sube hasta Dios. En la primera Navidad, todos los ojos miraban a la tierra. En la Ascensión, todos los ojos miran hacia arriba, hacia el cielo. “Lo vieron irse”.
Dos movimientos que se complementan. Ni basta mirar al cielo, de espaldas a la tierra. Ni es suficiente mirar a la tierra, de espaldas al cielo. Cuanto más miramos al cielo, más necesidad sentiremos de mirar a la tierra. “Vosotros seréis testigos de todo esto”. Cuanto más miramos a la tierra, más necesidad sentiremos de mirar al cielo, porque ni el cielo se ve bien sin ver la tierra, ni la tierra se puede ver bien sin ojos que antes hayan visto con claridad el cielo.
Dios y el hombre se necesitan. Cielo y tierra se necesitan. El creyente mira al cielo con ojos cargados de lo humano y luego mira a la tierra con ojos cargados de Dios. Mientras Jesús asciende al cielo junto al Padre, no se olvida de lo que deja aquí en la tierra: “Vosotros quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto”. “Ellos se postraron ante él, y se volvieron a Jerusalén con gran alegría y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”.
La Navidad y la Ascensión nos hablan de la íntima relación entre Dios y el hombre, el tiempo y la eternidad, el cielo y la tierra. Seguirán siendo realidades distintas. Esto es claro. Ni la tierra es el cielo ni el cielo es la tierra, pero uno y otra están llamados a vivir en íntima relación. Ni el más allá trata de negar y absorber el más acá, ni el más acá necesita negar el más allá. Ambas orillas se necesitan. Ambas orillas son indispensables para que el río tenga su propio cauce. No son enemigas, la una y la otra se necesitan. La una y la otra se complementan.
La Navidad bajó a Dios hasta el hombre. La Ascensión eleva, levanta al hombre hasta Dios. La Navidad le marca a Dios el camino que le lleva al hombre. La Ascensión nos marca a los hombres el camino que nos lleva hasta Dios. Dos caminos: uno que baja y otro que sube, que terminan siendo un mismo camino, el del amor, el camino de la salvación.
La religión sin más allá
deformación de la religión
Hay muchas maneras de negar la verdad. La más fácil y cómoda es decir la verdad a medias. También hay maneras de deformar la religión. Negándole uno de sus puntos de relación. Afirmamos al hombre, pero negamos a Dios. O afirmamos a Dios, pero negamos al hombre.
Son muchos los que afirman la religión, pero una religión centrada en el hombre y sin punto de referencia en Dios. Una religión antropológica. Una religión donde lo único que se busca es la paz del espíritu, el relax espiritual, la superación de las tensiones, los ejercicios sicológicos de relajación. Se comienza por llamarlas filosofías, pero se termina convirtiéndolas en religión.
Otros se imaginan una religión donde el hombre es a la vez, hombre y Dios. Él es el centro. Él es quien decide la verdad. Él es quien marca lo que se debe hacer o no. Una religión que nace en el hombre y termina en el hombre. Una religión inmanentista, pero carente de trascendencia.
La Ascensión nos dice claramente que la condición humana no es la definitiva, que lo inmanente es necesario, pero no suficiente. Que se necesita lo trascendente, que se necesita al hombre, pero también a Dios. Quien vino a hacerse hombre con los hombres, ahora termina volviéndose a Dios haciéndose Dios.
Una religión cuya meta sea sólo la felicidad del más allá, nos parece empobrecedora, pero una que se limita a la sola felicidad del más acá, nos parece demasiado recortada y pobre. La religión proclamada por Albert Camus es la religión de “los alimentos terrestres”, que desconoce los alimentos del espíritu, los celestes.
El hombre sí, pero Dios también. Dios sí, pero también el hombre.
Todos al banquillo de los reos, Dios también
Dios en el banquillo de los acusados
No son horas de lamentos y de quejas, son tiempos para pensar. Todos padecemos de la enfermedad de la queja y del lamento. Todo anda mal. Claro, la culpa siempre la tiene alguien que no soy yo. Los culpables siempre son los otros.
Si no hay paz, la culpa tienen los demás.
Si no hay trabajo, la culpa la tienen los otros.
Si hay inseguridad social, la culpa está en la sociedad.
Pero, no sólo eso: hemos llegado a ser tan inocentes que ahora la culpa de todo la tiene Dios. ¿Quién no ha hecho responsable a Dios de lo que le está sucediendo? ¿Qué las cosas me salen mal? ¿No es, acaso, Dios el culpable? Nuestro gran problema con Dios hoy es hacerle culpable de todo. Porque yo se lo pedí y no me hizo caso… Yo, ya me porté bien con él, pero Él ni caso…
Nos estamos olvidando de algo fundamental. Con la Ascensión, Dios nos dejó muy claro que Él había terminado su obra, lo suyo, lo que le tocaba. Pero que ahora toda la responsabilidad era nuestra.
La Ascensión fue el momento de la transferencia de poderes y responsabilidades. A Dios podremos pedirle cuentas de lo que hizo Jesús. Pero, a partir de la Ascensión, la responsabilidad es toda nuestra. Él nos ha transferido sus poderes y también sus responsabilidades. Todos los proyectos de Dios están ahora en nuestras manos. Ahora todo depende de lo que nosotros hagamos o dejemos hacer.
No. No es tiempo de culpar a nadie. Es tiempo de asumir cada uno sus responsabilidades. Porque si las cosas andan mal, tú eres uno de los responsables. Tú el primero. Con la Ascensión, Él terminó y ahí comenzamos nosotros.
Cosas para meditar
Iglesia que medita
“Se volvieron a Jerusalén con gran alegría”. Luego que nos hemos encontrado con Él en la Iglesia, ¿volvemos realmente a casa, a la vida, con alegría? ¿Salimos realmente de la celebración de la Eucaristía con gozo, con alegría a llevar nuestro testimonio a los hermanos?
“Estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”. La gran tentación de cada uno de nosotros es escondernos en el templo, refugiarnos en el templo. También para ellos les resultaba más fácil ir a rezar y alabar a Dios en el templo, que salir a las calles de Jerusalén a anunciar a Jesús.
“Os enviaré lo que mi Padre ha prometido”. Es preciso que venga el Espíritu Santo para que nos lance a la calle, a la vida. Jesús no los dejó rezando en el templo. Jesús los envió, los puso en camino de todos los pueblos. Pero ellos se fueron a refugiar al templo, es mucho más seguro rezar que predicar, es mucho más tranquilo alabar a Dios en el templo que lanzarse a predicar el Evangelio en las calles, para ello es necesaria la acción del Espíritu Santo. Cuando reciben al “prometido” en Pentecostés, recién entonces salen al encuentro de los hombres.
No basta la buena voluntad. Todos estamos necesitados del Espíritu Santo que es el que nos da la experiencia de Dios, pero también el que nos empuja al compromiso con los hombres. El Espíritu transforma el corazón y lo llena de Dios, pero pone alas a nuestro espíritu para salir a los caminos de los hombres. Cuanto más sentados nos quedemos, menos presencia del Espíritu habrá en nosotros.