Domingo, 26 de enero del 2025
Siempre tienes edad para convertirte

El Evangelio, mejor dicho Jesús, resulta curioso. Juan comenzó por anunciar la conversión no en Jerusalén, ni en la Sinagoga, sino en el desierto; mientras que Jesús comienza su predicación lejos de Jerusalén, en la otra punta, como quien dice, allá al norte en Cafarnaún y en el Lago, en esa zona que el Evangelio de hoy, citando a Isaías, llama “Pueblo que habitaba en tinieblas… a los que habitaban en tierra y sombras de muerte”.
Es precisamente ahí donde comenzó Jesús a predicar diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”.
Ciertamente el detalle da mucho qué pensar. ¿Será que hay que salirse de la institución religiosa para poder comenzar de nuevo? ¿Será que hay que situarse lejos del centro de la institución religiosa para poder cambiar de verdad?
Por una parte, uno siente esa tentación, no sé si será un mal pensamiento, pero ciertamente las instituciones, del tipo que sean, dejan poco margen y pocas posibilidades para que uno se “convierta a la novedad del reino”. Las instituciones lo tienen todo demasiado controlado. Pensemos en los partidos políticos que cuando alguien disiente del grupo inmediatamente lo cuestionan e incluso lo dan de baja.
Lo cierto es que Jesús comienza no allí donde parece que brilla la luz de la verdad, sino “donde están los que habitan en tierra y sombras de muerte”. La gracia puede brillar en todas partes, incluso allí donde todo parece oscuro y todo parece muerto.
Lo cual también es una ventana abierta a todos, sin excluir a nadie, de modo que nadie pueda decir que la llamada del Evangelio a la conversión del corazón no es para él. Ni nadie podrá tampoco decir que “a mi edad ya no estoy para esas cosas”. La gracia actúa en el corazón del hombre al margen de las circunstancias en que uno vive y al margen de las oscuridades que pueda haber en el corazón y al margen de los años que uno tenga.
Unos se convierten de niños, otros de jóvenes y otros ya entrados en años. La prueba es que Jesús no escogió como sus primeros discípulos a pipiolos adolescentes sino, precisamente, a hombres mayores, cuajados ya en la lucha por la vida y cuyas manos estaban encallecidas de tirar de las redes y empujar los remos de la barca.
El sentido del descanso dominical

Con frecuencia, el domingo sigue siendo un día más de trabajo o de ocupaciones que incluso no nos dejan tiempo para la Misa. Escuchemos lo que nos dice la Exhortación de Benedicto XVI “Sacramento de la Caridad” al respecto.
“Es particularmente urgente en nuestro tiempo recordar que el Día del Señor es también el día del descanso del trabajo. Esperamos con gran interés que la sociedad civil lo reconozca también así. En efecto, los cristianos… han considerado el día del Señor también como día del descanso del trabajo cotidiano. Esto tiene un significado propio, al ser una relativización del trabajo, que debe estar: el trabajo es parar orientado hacia el hombre y no el hombre para el trabajo. Es fácil intuir cómo así se protege al hombre en cuanto se emancipa de una posible forma de esclavitud. Como he tenido ocasión de afirmar “el trabajo reviste una importancia primaria para la realización del hombre y el desarrollo de la sociedad y, por eso, es preciso que se organice y desarrolle siempre en el pleno respeto de la dignidad humana y al servicio del bien común. Al mismo tiempo, es indispensable que el hombre no se deje dominar por el trabajo, que no lo idolatre, pretendiendo encontrar en él el sentido último y definitivo de su vida”. En el día consagrado a Dios es donde el hombre comprende el sentido de su vida y también de la actividad laboral.”
No basta con cumplir con la Misa, hay que cumplir también con el descanso, como una manera de liberarnos de la esclavitud del hombre y vivir nuestra libertad.
Escribir en la arena

Ahora que estamos en el verano son muchos los que van a la playa. Y en la playa se hacen muchas cosas. Se construyen castillos, se dejan marcadas las huellas de los pies. Y hay algo que nunca suele faltar en las playas, se escriben cosas en la arena.
Se escriben amores. Se escriben recuerdos. Se escriben besos.
Pero hay algo que yo quisiera ver escrito en las arenas de la playa: los defectos de los demás. No. No es con la intención de que los demás se enteren, sino de que tú los olvides. Porque todo lo que se escribe en la arena, el agua se encarga de borrarlo.
Las cualidades de los demás, escríbelas en piedra. Los defectos de los demás, escríbelos en arena.
Así podrás recordar sus cualidades y podrás olvidar sus defectos.
¿Qué sacas con recordar los defectos de los demás? No te sirve de nada. Lo que no sirve échalo, tíralo.
En cambio, recordar sus virtudes y cualidades es una manera de valorarlo a él y eso dice mucho a tu favor.
Recordar los defectos del otro es convertirte en tacho y basurero. Recordar sus cualidades es hacerte vitrina de trofeos.
En este verano, escribe los defectos de los demás en la arena de la playa, para que al día siguiente no los encuentres.
Cuando Dios llama…

Acostumbrados al lago, ahora tienen que acostumbrarse a los caminos.
Acostumbrados a las redes, ahora tienen que acostumbrarse a la Palabra.
Acostumbrados a la barca, ahora tendrán que acostumbrarse a la Iglesia.
Acostumbrados al frío de la madrugada, ahora se acostumbrarán a las dificultades del Reino.
Acostumbrados a hacer las cosas como ellos sabían hacerlas, ahora deberán acostumbrarse a hacerlas como Dios espera de ellos.
Acostumbrados a trabajar para dar de comer a su familia, ahora deberán trabajar para que el Reino sea conocido.
Cuando Dios llama, no se puede decir: “Señor, yo solo sé de redes”.
Cuando Dios llama, no se puede decir: “Yo ya soy mayor para cambiar”.
Cuando Dios llama, no se puede decir: “Señor, otro lo hará mejor”.
Porque el Señor nos dirá: “Ya lo sé, pero yo te llamo a ti”.