Hoja Parroquial

Cuaresma 2 – B | Transfiguración del Señor

Domingo, 25 de febrero del 2024

Escuchar es salvarnos

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Vivimos todos con demasiadas prisas, por eso no tenemos tiempo para escucharnos ni a nosotros mismos ni a los demás. ¿Y cómo vamos a escuchar a Dios?

Vivimos como islas unos junto a los otros porque nadie escucha a nadie. Pasamos junto a la gente, pero no la escuchamos. Nadie está dispuesto a escuchar el corazón de los demás. Nadie está dispuesto a detener su marcha, sentarse junto al otro y escuchar el latido de sus problemas y dificultades. Sin embargo, escuchar al otro es una manera de salvarnos de nosotros mismos, salvarnos de nuestros egoísmos y de nuestras soledades.

Hoy se nos dice que Jesús es el “Hijo amado, escuchadle”. Si no tenemos tiempo para escucharnos a nosotros ni a los demás, ¿tendremos tiempo para escuchar a Jesús, escuchar a Dios? Sin embargo, nuestra verdadera relación con Jesús, nuestra verdadera oración es escuchar, no hablar.

Escuchar a Jesús que nos habla del Padre y del Reino y de nosotros mismos.
Escuchar a Dios que nos habla en silencio al corazón y nos dice cuánto nos quiere y cuánto nos ama.

Nuestras almas y nuestros corazones están enfermos por su incapacidad de escuchar a los demás. Por eso, Pagola cita a un médico que decía: “Cuando un enfermo empieza a escucharme o a escuchar de verdad a otros… Entonces, ya está curado”.

Lo mismo nos sucede con nosotros mismos, cuando comenzamos a escucharnos por dentro ya hemos comenzado a curarnos.
Lo mismo nos sucede con los demás, cuando comenzamos a escucharles ya estamos saliendo de esa enfermedad callada y silenciosa que carcome nuestro corazón y se llama egoísmo.
Lo mismo nos sucede con Dios, cuando comenzamos a escuchar a Dios en el fondo de nuestro corazón, algo comienza a cambiar dentro de nosotros, una música nueva comienza a resonar dentro de nosotros y comenzamos a curarnos y sanarnos.

Quien no se escucha a sí mismo termina ignorándose a sí mismo.
Quien no escucha a los demás termina por llenarse de soledad.
Quien no escucha a Jesús y su Evangelio termina por sentir el vacío interior de su espíritu. Entonces comienza a llenarse de ruidos, de música estridente, que nos llenan de histerismo colectivo.

La Cuaresma es un tiempo de escucha. De escuchar nuestra verdad. De escuchar el dolor y las alegrías de los demás. Sobre todo, de escuchar a Dios que nos está hablando de la conversión de nuestro corazón. ¿Queremos llenar esos vacíos que todos llevamos dentro de nosotros? El mejor camino es hacer una parada en el camino y ponernos a escuchar a Jesús anunciándonos el amor del Padre.

Mi conversión cuaresmal

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Sentiré que me estoy convirtiendo y cambiando cuando:

Sienta que Dios es para mí una fiesta del corazón.
Sienta que Dios no es una carga, sino algo que levanta el ánimo.
Sienta que Dios no me es ajeno, sino que a su lado hay calor.
Sienta que Dios es capaz de llenar mi espíritu.
Sienta que el que está a mi lado es algo más que un extraño.
Sienta que el que está a mi lado es mi hermano y mi amigo.
Sienta que no estoy solo en la vida, sino que tengo una familia.
Sienta que la Iglesia no es una sociedad anónima, sino mi familia en la fe.
Sienta que el mundo tiene mucho de malo, pero también mucho de bueno.
Sienta que el mundo es mío y yo puedo cambiarlo.
Sienta que es posible un mundo más humano y más justo.
Sienta que yo soy responsable de todos mis hermanos y ellos de mí.
Sienta que Dios parece escondido y que, sin embargo, está ahí a mi lado.
Sienta que Dios no me ha abandonado, aunque a veces no sienta su presencia.

Porque la verdadera conversión no es pedir que las cosas cambien, sino que yo me decida a cambiarlas.
Porque la verdadera conversión no es lamentarme de todo lo que está mal, sino comprometerme a que esté mejor.
Porque la verdadera conversión no es verlo todo oscuro, sino verlo todo con los ojos de la fe.

No. La conversión no ha de comenzar por los otros, sino por mí.
No esperes a que tu esposa/o cambie.
Comienza tú mismo por cambiar.
No esperes a que tus hijos cambien.
Comienza por cambiar tú de cara a ellos.
No esperes a que Dios cambie.
Comienza por cambiar tú delante de Dios.

Dame un corazón que escuche

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Señor: dame un corazón que escuche el dolor de los demás.
Señor: dame un corazón que escuche las alegrías de los demás.
Señor: dame un corazón que escuche el silencio de los demás.
Señor: dame un corazón que escuche los problemas de la Iglesia.
Señor: dame un corazón que escuche los problemas del mundo.
Señor: dame un corazón que escuche tus pasos en la historia.
Señor: dame un corazón que escuche tu voz en el grito de los demás.
Señor: dame un corazón que escuche tu voz en el Evangelio.
Señor: dame un corazón que escuche tu voz en la oración.
Señor: dame un corazón que escuche tu voz en oración en el silencio.
Señor: dame un corazón que escuche tu voz en mis vacíos interiores.
Señor: dame un corazón que escuche tu voz cuando me siento mal.
Señor: dame un corazón que escuche tu voz cuando nadie me escuche.
Señor: dame un corazón que escuche tu voz cuando me sienta solo.
Señor: dame un corazón que escuche tu voz cuando me habla la Iglesia.
Señor: dame un corazón que escuche tu voz cuando leo tu Palabra.
Señor: dame un corazón que escuche tu voz cuando me siento triste.
Señor: dame un corazón que escuche tus silencios.

Señor: recuerda que tu mismo Hijo nos dijo que “quien me escucha a mí escucha al Padre”.

Que en medio de mis ocupaciones tenga un tiempo para escucharle.
Que en vez de hablar yo tanto, escuche un poco más.

Pero…

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¡Cuántas cosas evitamos con ese “pero”!
Muchos “pero” son verdaderas anestesias.
Muchos “pero” justifican nuestras perezas.
Muchos “pero” justifican nuestras indiferencias.
Muchos “pero” justifican nuestra falta de compromiso.

Los hermanos nos necesitan: “pero”.
Los hermanos están solos: “pero”.
Se pueden hacer muchas cosas: “pero”.
Dios nos quiere más generosos: “pero”.
Dios nos quiere más santos: “pero”.
Dios espera más de nosotros: “pero”.
Nosotros mismos quisiéramos avanzar: “pero”.
Nosotros mismos quisiéramos ser mejores: “pero”.
Nuestras vidas suelen moverse entre el “sí”, “pero”.

Con el “sí” expresamos nuestras posibilidades.
Y con el “pero” las anulamos y matamos.
Yo quisiera, “pero”.
Yo tengo intención, “pero”.
Cuántas vidas se quedan en la vulgaridad, por un “pero”.
Cuántas generosidades quedan bloqueadas, por un “pero”.
Nos gustaría amar hasta el fondo, “pero”.
Nos gustaría ser fieles de verdad, “pero”.
Nos gustaría hacer muchas cosas, “pero”.
Una palabra tan pequeña, el “pero”.
Y cuántos destrozos puede hacer en nuestras vidas.
(Clemente Sobrado cp)

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