Domingo, 10 de julio del 2025
¿Cuál es el primer mandamiento?

Estoy seguro de que, si hiciésemos una encuesta sobre los principales mandamientos, la inmensa mayoría me diría: “Honrar al padre y a la madre”, el “sexto mandamiento”, “no mentir”… ¿Para usted cuál sería el mandamiento sin el cual los demás mandamientos no valen para nada?
A Jesús alguien le hizo esa pregunta. Había tantos mandamientos, tantas leyes, que uno se perdía con todas ellas sin saber cuáles eran las esenciales y cuáles las accidentales. Yo estoy convencido de que el mandamiento principal, al menos el que más nos preocupa, es el sexto. Lo de mentir, creo que le damos importancia, lo de honrar al padre y a la madre también, aunque ya va perdiendo fuerza, pero ¿y el mandamiento del amor dónde queda?
San Pablo nos dijo que “si no tengo amor no soy nada”. Jesús nos dice que el amor a Dios y al prójimo abarcan y sintetizan todos los demás mandamientos. Sin embargo, no estoy convencido de que para la inmensa mayoría de los cristianos eso del “amor” sea lo esencial y fundamental.
Puedo ser casto, pero si no tengo amor de poco me sirve la castidad.
Puede que no mate a nadie, pero si no tengo amor de qué me sirve.
Puede que no robe, pero qué importancia tiene el no robar si no sé amar.
Yo estoy seguro de que Dios no nos va a examinar de cómo hemos andado en nuestra sexualidad, ni en nuestras mentiras, ni en nuestros robos, pero de lo que sí estoy seguro es que Dios lo primero que me va a preguntar es: “¿Y has amado?”. No sólo me va a preguntar si le he amado a Él, sino si he amado a mi “prójimo”.
Tengo la impresión de que hemos alterado el sistema de valores en nuestra vida cristiana. Hemos supervalorado lo secundario y nos hemos olvidado de lo esencial. Nos he hemos preocupado de si amamos a Dios, pero nos hemos olvidado de que el amor al prójimo es tan importante como el amor a Dios.
Es posible que aprobemos en nuestro amor a Dios, pero salgamos reprobados en nuestro amor a los hermanos. Quien no apruebe en el amor a los hermanos no va entrar en el Reino de los cielos.
Es posible que entren los que han tenido malos pensamientos contra la sexualidad, pero no quienes haya pensado mal contra su hermano. ¿No tendremos que revisar nuestra escala de valores?
¿Quién es mi prójimo?

Hay preguntas que indican o ignorancia o malicia.
¿Te has preguntado alguna vez quién es tu prójimo?
En esto hay muchos engaños.
Prójimo no es el que es mi amigo.
Prójimo no es aquel que me cae bien.
Prójimo no es aquel que está cerca de mí.
Eso puede ser el “prójimo” del que habla el diccionario.
Pero el prójimo del que nos habla el Evangelio es otra cosa.
Según el Evangelio, “prójimo” son todos.
Prójimo es aquel a quien yo me acerco.
Prójimo es aquel a quien yo le tiendo la mano.
Prójimo es aquel que no me cae en gracia, pero al cual me acerco.
Prójimo es aquel que ha hablado mal de mí, pero que yo le perdono.
Prójimo es aquel que no conoces, pero que existe.
Prójimo es aquel que no tiene tu color, pero lleva la misma alma que tú.
Porque prójimo no es ni el que está cerca ni está lejos.
Prójimo es aquel por quien me olvido de mis prisas y me dedico a atenderle.
Prójimo no es el otro.
Prójimo soy yo.
Yo que me bajo de mi cabalgadura
y me dedico a sanar tus heridas,
a curar tus enfermedades,
a alegrar tus tristezas,
a levantar tu decaimiento,
a abrirte a la esperanza.
¿Cómo amar al prójimo?

No.
No esperes a tener que hacer cosas grandes.
Planta una rosa para que cuando pase se deleite con ella.
Planta un árbol para que pueda sentarse a su sombra.
Riega el jardín para que lo vea hermoso.
No eches basura a la calle para que no sienta su mal olor.
No ensucies la acera para que cuando pase no se resbale.
No grites cuando está durmiendo para que no se despierte.
Cédele el asiento cuando viajas en el colectivo.
Salúdale, aunque no lo conozcas.
Sonríele, aunque lo veas con cara de tranca.
Barre las escaleras para que las suba y baje a gusto.
Ayúdale con los paquetes cuando viene de la compra.
Cédele el paso, aunque estés con prisas.
Coge si se le ha caído algo.
Háblale, aunque no tengas ganas.
Sonríele, aunque tú estés fastidiado.
Dale la mano cuando lo veas cansado.
Habla bajito, aunque estés de mal humor.
Dile qué rica está la comida, aunque le falte algo de sal.
Perfúmate para que sienta tu buen olor.
Dúchate para que no huelas a sudor.
Canta para que se sienta mejor.
Ya ves cuántas cosas podemos hacer.
Nada espectacular,
pero hacen la vida más agradable
¡Los demás y yo!

Señor, te pido:
que no me fije en los defectos de los demás.
que sepa ver la bondad de los demás.
que no hable siempre de los defectos de los demás.
que hable siempre de lo bueno de los demás.
que sepa ver las cualidades de los demás.
que valore lo bueno de los demás.
que piense que los demás tienen buenas intenciones.
que sepa disculpar las debilidades de los demás.
que no sospeche de la mala intención de los demás.
que aprenda de lo bueno de los demás.
que no tenga prisa en escuchar a los demás.
que no me sienta por molesto por lo que dicen los demás.
que ayude a los demás a ser mejores.
que no me moleste si hablan bien de los demás.
que no tenga envidia de los éxitos de los demás.
que me alegre de los triunfos de los demás.
que me alegre de que Dios perdona a los demás.
que me alegre de que son más santos que yo.
¿Te parece esto difícil?
¿Y por qué ha de ser siempre más fácil hablar mal que bien de los demás?
¡Señor, te pido que a los malos, los hagas buenos!
¡Que a los buenos los hagas santos!
¡Que a los santos los hagas más simpáticos!