Hoja Parroquial

Domingo 16 – C | Hacer y escuchar

Domingo, 20 de julio del 2025

Hacer y escuchar

Hacemos demasiadas cosas, pero escuchamos poco. Hablamos demasiado, pero escuchamos poco. Todo al revés de lo que Dios nos ha hecho. Sólo nos ha dado una lengua. ¿Te imaginas que tuviésemos dos lenguas? Sin embargo, nos dio dos orejas.

Es decir, para que escuchemos lo doble de lo que hablamos. Pero nosotros hacemos al revés. Escuchamos poco y hablamos mucho.

Por eso María escogió la mejor parte. Eligió “escuchar”, mientras que Marta escogió el “hacer”.

Con Dios nos pasa un fenómeno bien extraño. Somos nosotros los que nos pasamos en el tiempo hablándole a Dios y apenas si tenemos tiempo para escucharle. Si somos sinceros tendríamos que preguntarnos: ¿Quién tiene más cosas que decir? ¿Nosotros o Dios? Es Dios quien tiene que hablarnos y a nosotros nos toca escucharle. No somos  los que tenemos que darle consejos a Dios, sino Dios que se nos quiere revelar y manifestar. Por algo en el Antiguo Testamento el gran principio de la espiritualidad del pueblo era: “Escucha, Israel”. En el Nuevo Testamento constantemente se nos dice: “El que tenga oídos que oiga”.

Nuestra oración es una oración de puro monologo. Todo lo decimos nosotros y apenas hacemos silencio para escucharle a Él.  Cuando Jesús nos dice que “María ha escogido la mejor parte” no nos está diciendo que la oración esté en contra del hacer sino, más bien, que lo fundamental es hacer silencio en nuestro corazón y allí escuchar y rumiar lo que Dios nos quiere decir.

La verdadera oración no es “hablarle a Él”. La verdadera oración es “escucharle a Él”. Debiéramos dar mucho más tiempo al “silencio” que al “hablar”. Pero muchos se imaginan que, si no hablan, si no dice cosas a Dios no oran.

Hay una oración que es hablada, pero hay otra que es “escucha”, es “silencio”, es prestar atención a lo que Dios nos quiere decir. Si nos examinamos un poco nos daremos cuenta de que nos pasamos el tiempo como Marta, haciendo cosas, pero sentimos que sentarnos a los pies de Jesús para escucharle a Él, es como una especie de tiempo perdido. Algunos dicen: “Yo no sé qué decirle a Dios”. Yo les respondo: “No le digas nada, escúchale” que Él ya sabe de sobra lo que necesitas.

Jesús y la mujer

Jesús era desconcertante para los suyos. Cuando lo vieron hablar con la Samaritana los discípulos se sorprendieron de que hablase con una mujer, es que la mujer no podía tomar parte en nada, tampoco en la Sinagoga. Ella no tenía por qué escuchar la lectura y explicación de la ley. Ahora Jesús se pasa el tiempo explicándole la palabra de Dios. Esto era un escándalo porque la ley lo prohibía.

Hoy muchas leyes también marginan a la mujer. No le impiden escuchar, pero sí hablar. ¿No se necesitará también de algún profeta que provoque el escándalo de poner a las mujeres en la misma ley de igualdad que los hombres? Aquello lo hacían tomando a Dios como responsable. También hoy se cita mucho el Evangelio. ¿No estaremos también nosotros tan equivocados como los de aquel entonces? ¿Estaremos realmente interpretando la voluntad y el querer de Dios o no estaremos más bien interpretando culturas pasadas?

No hablemos de mala voluntad. Hablemos más bien de que con frecuencia justificamos nuestras tradiciones culturales como voluntad de Dios. ¿Acaso Dios no hizo a la mujer compañera del hombre? ¿Acaso no la hizo imagen y semejanza suya, igualito que al hombre? Lo que Dios ha hecho igual no lo hagamos nosotros desigual. No dice que el hombre es copia de Dios y la mujer fotocopia.

El silencio es contemplación

Ante un gran acontecimiento nos quedamos como mudos.
La admiración suple a la palabra.
La belleza se empobrece cuando la expresamos en palabras.
Por eso, a esos hombres y mujeres que consagran su vida en el silencio de los claustros los llamamos contemplativos.

Contemplativo no es el mudo que no dice nada. Contemplativo es el que responde a la belleza de Dios con el silencio y la sorpresa. El contemplativo habla en el silencio. La Palabra de Dios es también, de alguna manera, silencio porque Dios no habla en el ruido, Dios no habla en la tormenta, Dios no habla en el bullicio, Dios habla como la suave brisa de la tarde que roza suavemente nuestro rostro. No es el vendaval que derriba los árboles, es la brisa que los refresca.

No todos tenemos vocación de clausura, pero todos tenemos vocación de silencio para escuchar la voz callada de Dios dentro de nuestro corazón. Incluso, entre los esposos, se necesitarían más silencios. No esos silencios que son castigos y señales de enfado, sino el silencio de quien contempla al otro y lo siente latir dentro del corazón. Todas las parejas debieran tener esos momentos de silencio para escucharse por dentro, para escuchar los latidos del corazón, para escuchar el uno el alma del otro. Ese es el silencio contemplativo esponsal, el silencio contemplativo del amor. No se dice nada porque se hablan por dentro.

Ser mujer

Mujer fue la madre de Jesús.
Mujer fue mi madre.
Mujer es tu madre.
Mujeres son todas las madres.

¿Y es menos ser madre que padre?
¿Dónde está la superioridad del padre?
¿Dónde está la superioridad del hombre?
¿Por su fuerza física?
¡El elefante es mucho más fuerte!

¿Por su inteligencia?
¡Hoy las mujeres saben tanto o más!
¿Por sus sentimientos de violencia?
¡Me quedo con los sentimientos femeninos!
¿De dónde entonces esa inferioridad femenina?

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