Hoja Parroquial

Domingo 17 – C | Oración

Domingo, 27 de julio del 2025

“Enséñanos a rezar”

Hay dos lenguas que no se aprenden en la escuela o en la Universidad, se aprenden en la escuela de nuestras madres. Son las madres las que nos enseñan lo que llamamos la “lengua materna” y son también ellas las que nos enseñan “la lengua cristiana”, porque son ellas nuestras primeras maestras en enseñarnos a hablar con Dios.

A las mamás habría que decirles también hoy lo que los discípulos le dijeron a Jesús: “Señor, enséñanos a orar”. Hoy tendremos que decirles: “Mamás enseñadnos a orar, enseñadnos a hablar con Dios”.

Pero el caso es que no solo los niños tendrán que aprender esta “lengua materna cristiana”. Creo que también los adultos debemos volver a esa escuela de las madres y no porque no sepamos el “Padre nuestro”, sino porque lo hemos rezado tantas veces que ya nos resulta una rutina. A veces pienso que somos como una especie de CD que simplemente repite lo mismo.

El “Padre nuestro” ya nos está resultando algo tan memorístico que lo repetimos una y mil veces y, al fin, no nos enteramos de lo que hemos dicho. Porque, por muy fácil que resulte rezar el Padre Nuestro, termina siendo nada fácil. Porque rezar no es decir palabras. Rezar no es repetir lo que Jesús nos dijo. Rezar es implicarnos a nosotros mismos en lo que rezamos.

Si nos fijamos bien en lo que decimos en el Padre nuestro, podremos darnos cuenta de que estamos repitiendo la esencia de nuestra fe, que es la esencia del Evangelio mismo. El Padre nuestro es como la síntesis del Evangelio y, hasta diríamos, la síntesis de la verdad de lo que tiene que ser un cristiano.

Por eso mismo, el Padre nuestro no es para rezar de corrido. El Padre nuestro necesita tiempo porque necesita reflexión, meditación, interiorización y compromiso de vida. Cada vez que rezamos el Padre nuestro estamos expresando nuestros mejores sentimientos de cara a Dios, de cara a los hermanos, de cara al mundo. A la vez, estamos expresando cómo queremos que sea nuestra vida porque un Padre nuestro que no se hace vida y experiencia gozosa ya no es el Padre nuestro que nos enseñó Jesús. Yo me pregunto, ¿alguna vez habré rezado debidamente el Padre nuestro? Confieso que no estoy tan seguro. Por eso también nosotros tendremos que decir hoy con sinceridad: “Señor, enséñanos a rezar”.

“Nos atrevemos a decir…”

Cuando rezamos el Padre Nuestro en la Misa hacemos una introducción en la que decimos “nos atrevemos a decir”. Pudiera pasar como algo sin importancia; sin embargo, expresa un gran sentimiento. ¿Alguien se atrevería a llamar “Padre” a Dios si Jesús no nos lo hubiese revelado y enseñado? Es que es un verdadero atrevimiento.

Es atrevimiento llamarle “Padre”.
Es atrevimiento llamarle “Padre nuestro”.
Es atrevimiento proclamarle Padre por toda una comunidad.

Nos atrevemos porque Jesús mismo nos lo dijo y enseñó, pero esto significa que rezar el Padre nuestro puede ser una broma. No podemos rezarlo de paporreta, no podemos rezarlo como quien dice cualquier cosa. Estamos declarando y reconociendo a Dios como Padre. ¿Hay algo más grande y maravilloso en nuestra fe? El Padre nuestro debiéramos rezarlo con el corazón lleno de filial cariño, pero también con una profunda reverencia. Es decir, ¡prohibido acostumbrarnos a rezarlo! Si lo rezamos lo tenemos que hacer con toda nuestra alma puesta en el asador.

Equívocos sobre la oración

Sobre la oración vivimos una serie de equívocos. A ello tal vez se presta el mismo Evangelio cuando la presenta como uno de esos cajeros bancarios que metes tu tarjeta y sale el dinero. “Pedid y recibiréis”. Claro que luego Pablo hace algunas correcciones cuando nos dice “pues nosotros no sabemos  pedir como conviene”. (Rom 8,26)

Nos imaginamos que la oración es un llamar a Dios por teléfono para que no se olvide de nosotros o también oramos para que cambie de voluntad por la nuestra. Además le pedimos cosas que Dios tendría que hacer milagros todos los días. ¿Es éste el sentido de la oración?

Bernanos escribía: “¡Cuánto cambian mis ideas, cuando las llevo a la oración!”.

Julien Green escribía: “El objetivo de la oración no es conseguir lo que hemos pedido, sino hacernos distintos”.

San Agustín decía: “El hombre ora no para orientar a Dios, sino para orientarse a sí mismo”.

Digámoslo así: la oración no cambia a Dios. La oración tiene que cambiarnos a nosotros. Una oración que no nos cambia vale de poco porque, en el fondo, la oración es como un ponernos nosotros en los planes y en la voluntad de Dios. Por eso Pablo dice que “no sabemos pedir como conviene”.

Criterios para orar

Yo no tengo tiempo para orar.
¿Y mientras haces cosas no puedes saludar a Dios?
Yo no tengo tiempo para rezar el Rosario entero.
Pues reza un denario en vez de cincuenta Avemarías al galope.

No es cuestión de cuanto rezas, sino de cómo rezas.
Más vale un Avemaría bien rezado
que un centenar para cumplir tu promesa.

Me aburren las oraciones hechas.
Pues dile a Dios lo que tú sientes y te sale del corazón.

Yo rezo por la noche y me quedo dormido.
¿Y no te parece que es la mejor manera de terminar el día?

Yo prefiero rezar solo.
Bueno, puedes hacerlo,
pero rezar con los demás es unir muchos corazones delante de Él.

Yo quisiera rezar con mi marido, pero él no quiere.
Pues reza tú en nombre de los dos.

Yo quisiera rezar con mi hijos.
Deja que ellos recen a su manera.

La oración no se impone como una obligación.
La oración tiene que brotar del corazón.
“No orar no es pecado, pero es una desgracia”,
pues es renunciar a comunicarte y hablar con Dios.

¿Cuál es la mejor oración?
La que brota de tu corazón.

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