Domingo, 3 de agosto del 2025
Alma de capitalistas

Es muy fácil criticar a los capitalistas, pero, ¿hay alguien que no lleve dentro un alma capitalista? En el fondo, todos somos capitalistas porque todos vivimos con esa sed de tener más. Cuidado, que capitalista no solo es el que tiene mucho dinero, sino el que quiere tener más de lo que tiene. El capitalismo divide a la sociedad entre los que tienen y no tienen, pero hay que añadir algo más, capitalista es también el que teniendo poco vive queriendo tener más.
El Evangelio de hoy es un Evangelio para capitalistas. “Dile a mi hermano que reparta la herencia conmigo”. En este caso es que queremos hacer capitalista también a Dios. Dios metido en líos de herencias. Dios metido en reparto de herencias. ¿Desde cuándo Dios tiene la misión de repartir y de dividir y crearse problemas entre hermanos?
El capitalismo social que todos conocemos trata de aprovecharse lo más posible de los demás, le importa poco el sentido de la justicia, su principio es el “tener y tener cada vez más”.
Dios no entra por esas, Dios no se hace juez de particiones de herencias. ¿Cuánto me toca a mí y cuánto te toca a ti? Jesús no entra en esa casuística, más bien anuncia los principios fundamentales sobre los que se debe establecer el tener y el poseer. “Guardaos de toda clase de codicia”. Porque el principio esencial por el cual los hombres de pelean y se dividen y se hacen la guerra suele ser siempre la codicia del corazón.
Mientras llevemos dentro un alma codiciosa llevaremos dentro un principio de división y de enemistad y de luchas fraternas, sólo cuando purifiquemos nuestro corazón de esa ansia de avaricia y de codicia, los hombres, ricos o pobres, viviremos divididos y en luchas fraternas.
¿Alguien cree que aceptaríamos los criterios de Dios a la hora del reparto de las herencias? No nos hagamos ilusiones. Quedaría bien con unos y quedaría mal con otros. Dios no está para dividir, sino para unir, por eso su misión no es dividir herencias, sino cambiar corazones liberándolos de la codicia de tener más.
El problema no está en las cosas ni en las herencias. El problema lo llevamos muchos dentro de nosotros en el corazón, en nuestra hambre de tener, de poseer. Eso se da entre las personas, entre los grupos sociales y entre las naciones. Se da entre pobres como entre ricos.
La codicia, cáncer del corazón

Querer tener más, querer ser más, nos parece normal. Esa es una aspiración legítima. Esa no es codicia. La codicia es esa insatisfacción de no sentirse nunca plenamente satisfecho. Siempre quiere más. Tiene lo suficiente, pero quiere más. Le sobra lo que tiene, pero quiere más.
Recuerdo a alguien que un día, en un momento de sinceridad, decía que cuando no tenía nada estaba feliz, gozaba con lo poco que tenía, que cuando la suerte le sonrió y comenzó a tener infinidad de cosas, ahí comenzó su desgracia. Se convirtió en un insaciable. Nada le llenaba porque cosa que veía ya la deseaba.
Es que las cosas no llenan nunca del todo, siempre dejan un vacío para algo más. Por eso Jesús no quiso meterse en el lío del reparto de herencias entre los dos hermanos. Es que Dios nunca se pone a coser parches que nada solucionan. Dios va siempre al fondo de las cosas, por eso Jesús les dice: “¿Quién me ha nombrado a mí juez o árbitro entre vosotros?” ¿Quién me ha constituido a mí repartidor de herencias? “Mirad, guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”.
Curen los dos sus corazones de la codicia y verán qué fácil les resulta repartir su herencia sin discusiones, sin enemistades y sin rupturas entre hermanos. El problema no está en la herencia. El problema no está en los bienes. El problema está en el corazón. El problema lo lleva cada uno dentro de sí mismo. No está fuera, está dentro. Sin conversión del corazón nunca estaremos satisfechos con lo que tenemos o con lo que nos toca.
¿Cuándo comienza la mañana?

Cuentan que un Rabino preguntó a sus discípulos: “¿Cómo sabemos el momento exacto en que acaba la noche y empieza el día?”
“Cuando, en la distancia, dijo uno, sabemos distinguir entre una oveja y un perro”.
“Cuando sabemos distinguir entre una higuera y un olivo”, dijo el otro.
“No”, dijo el rabino. Entones peguntaron los chicos: “¿Cuál es la respuesta exacta?” Y el Rabino respondió: “Cuando un extranjero se acerca y nosotros lo confundimos con nuestro hermano, entonces los conflictos desaparecen y ese es el momento en que acaba la noche y comienza el nuevo día”.
Personalmente yo cambiaría el cuento y la pondría otra letra:
¿Cómo se sabe que uno es cristiano o no?
Cuando vemos a un desconocido cualquiera y lo vemos como si fuese nuestro hermano.
Cuando vemos a un extraño y lo sentimos como a un amigo.
Cuando vemos a uno que nos hizo daño y nosotros lo sentimos como hermano nuestro.
Cuando vemos a un enemigo y nosotros lo miramos como a un amigo.
Cuando vemos a un mendigo pedir limosna y lo confundimos con Jesús.
Cuando vemos a un preso en la cárcel y le visitamos pensando que es Jesús. Esto de ser cristiano es algo muy sencillo. Es cuestión de saber ver más allá de las realidades que ven nuestros ojos.
Encuentra tiempo de…

Encuentra el tiempo de pensar.
Encuentra el tiempo de rezar.
Encuentra el tiempo de reír.
ES EL TIEMPO DE PODER.
Es el poder más grande del mundo.
Es la música del alma.
Encuentra el tiempo para jugar.
Encuentra el tiempo para amar y ser amado.
Encuentra el tiempo de dar.
Es el secreto de la eterna juventud.
Es el privilegio dado por Dios.
La jornada es demasiado corta para ser egoísta.
Encuentra tiempo de leer.
Encuentra tiempo de ser amigo.
Encuentra tiempo de trabajar.
Es la fuente de la sabiduría.
Es el camino de la felicidad.
Es el precio del éxito.
Encuentra el tiempo de practicar la caridad.
Es la llave del paraíso. (Santa Teresa de Calcuta)