Domingo, 17 de agosto del 2025
Las medias tintas no sirven en el Evangelio

Jesús nunca jugó a los descuentos, tampoco a los pretextos, y menos jugó a lo fácil. Jesús jugó a la verdad que, con frecuencia, tiene mucho de dolorosa, al menos para quien quiera vivir de la verdad.
Alguien decía que “quien quiere cabalgar a dos caballos a la vez, termina bajo sus patas”. El Evangelio no se impone a nadie; pero, eso sí, el que quiera aceptarlo tiene que definirse con claridad. Incluso, en algún momento Jesús nos puso de sobre aviso diciendo que si vamos a construir algo lo pensemos bien para que luego no nos quedemos a medias.
En el Evangelio de hoy, hasta diera la impresión de poco humano y no es que Jesús sea inhumano, lo que Jesús pretende poner en claro es que o el Evangelio es nuestro valor supremo y lo relativiza todo o de lo contrario no valemos para el Reino de Dios.
Jesús no es enemigo de los padres, ni de los hermanos, ni de la esposo o el esposo. Lo único que quiere hacernos ver que Dios está por encima de todo, que si hay que sacrificar algún amor tendremos que sacrificar nuestros sentimientos humanos y que si hay que sacrificar planes y proyectos, antes son los planes y proyectos de Dios que los nuestros.
Incluso llega a presentarse a sí mismo como elemento de posible conflictividad. No siempre los planes de los padres, por ejemplo, coinciden con los planes de Dios sobre los hijos. ¿A quién obedecer entonces? ¿A la llamada de Dios o a los sentimientos de los padres?
No siempre los planes del Evangelio coinciden con los planes de la collera de amigos. ¿A quiénes tengo que obedecer? ¿Al Evangelio o a los amigos? En la vida vivimos demasiado desde un mundo de relativismos. El relativismo de las oportunidades, de las circunstancias, de las posibilidades. No todo es precisamente trigo limpio.
Ante el Evangelio no sirve eso de que “todos piensan así”, “todos hacen así”, “hoy es costumbre”. Esos son criterios de conveniencias humanas, pero no son criterios de Evangelio. Por eso, necesitamos de ese fuego que Jesús vino a traer al mundo para que queme muchas de nuestras actitudes fáciles y muchas de nuestras mentalidades pensadas más desde lo que “nosotros quisiéramos que fuese que desde lo que tiene que ser de verdad”.
Bautizados sin enterarnos

Jesús nos habla hoy de la necesidad de “pasar por el bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!”. El bautismo del que habla Jesús es su propia muerte. Un bautismo que es muerte y es plenitud de vida. Es el bautismo que obliga a pasar por la experiencia del Viernes Santo para poder llegar al domingo de Pascua.
Es una pena que nuestro bautismo haya sido un bautismo del que ni nos enteramos. Nos damos cuenta cuando vemos las fotos que entonces nos hicieron y ahí queda todo. Hay momentos en la vida en los que es preciso morir, si queremos vivir.
Pero ahí está nuestro problema. No queremos “morir”. Por eso nunca resucitamos de verdad. Nuestro bautismo se parece mucho a un “baño maría”, templadito, para que no nos quememos. De ahí que, a pesar de nuestro bautismo, nosotros seguimos:
Sin morir al hombre viejo que hay en cada uno de nosotros.
Sin morir a nuestro modo de pensar.
Sin morir a nuestro modo de ver las cosas.
Sin morir a nuestra vida de pecado.
Nadie resucita si no ha muerto. En todo bautismo tiene que haber una muerte y una resurrección. Sólo así podremos entender que somos algo distinto, diferente al resto, porque sólo así comprenderemos que ser cristiano es ser diferente a los demás. San Pablo cuando habla del bautismo lo sitúa siempre entre “morir” y “vida nueva”. “Morir y resucitar”.
¿Por qué nos resulta difícil ser cristianos? Sencillamente porque “no hemos muerto”, por eso tampoco tenemos “nueva vida”.
¿Por qué tenemos miedo a ser?

En el fondo todos somos unos “achatados”. Somos unos achatados porque tenemos miedo a ser lo que realmente podemos ser.
Todos están empeñados a darnos nuestra propia medida y estatura.
La misma familia, de alguna manera, nos impone un modo de ser “como todos”.
El ambiente que nos rodea nos exige “ser como todos”. Esto lo entendió muy bien el psiquiatra Erich Fromm cuando decía que, más que preocuparnos por ser lo que tenemos que ser, vivimos preocupados por lo que los demás quieren que seamos y da la razón, si no somos como los demás quieren que seamos nos excluyen, no aceptan las diferencias.
Entonces todos preferimos la aceptación del grupo a nuestra propia identidad. Hablando en cristiano, lo diríamos de otra manera, todos preferimos ser aceptados por los demás porque somos como ellos, nos identificamos con ellos, que no ser como Dios quiere que seamos.
Es posible que a muchos les cueste aceptar esta verdad, pero ¿no es nuestra realidad? ¿Quién nos marca de verdad nuestro modo de ser? ¿Quién nos marca la talla de nuestra vida? ¿Acaso el Señor? ¿No será el medio ambiental en el que nos movemos? Esto se nota en los mismos enamorados, tratamos de fingir ser lo que el otro quiere y espera que seamos, pero nos cuesta definirnos frente al otro. ¡Es que si no cedo a sus exigencias, me deja! Y al fin terminamos por ser lo que la pasión y los instintos del otro nos exigen ser. ¿Estoy diciendo mentiras? Cada uno véase con sinceridad por dentro. ¡Y luego hablaremos de libertad y de ser libres! ¿No estaremos todos siendo esclavos los unos de los otros?
Amar a alguien es hacerlo crecer

El amor es ya una palabra en devaluación. Con el título de “te amo” todo es válido y permitido, incluso si con ello perdemos nuestra propia identidad.
E. Fromm escribe muy atinadamente: “El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos”.
Apliquémoslo a los novios: Cuando dicen amarse ¿cuánto se preocupan de los sentimientos del otro, de los intereses del otro y de la realización del otro? ¿El enamoramiento o el noviazgo es un trabajo de ayudar a que el otro sea más otro o no estaremos reduciendo al otro a instrumento de nuestros propios intereses y pasiones?
Si lo aplicamos a los casados: ¿Cuánto hace el uno para que el otro sea más, sea más él mismo, sea más de lo que está llamado a ser?
El amor, el verdadero amor, es mucho más que un simple sentimiento, es el compromiso de ayudarte a que tú te realices y tu compromiso para que yo me realice. Vuelvo a citar a Fromm: “Si una mujer nos dijera que ama las flores y viéramos que se olvida de regarlas, no creeríamos en su “amor” a las flores”. Digamos, si alguien dice que te ama y riega tu vida para que tú seas cada día más, ¿vamos a creer en su amor?
Cuando dos personas se aman de verdad, la vida del otro no puede sernos algo indiferente, sino un compromiso de hacer que el otro “sea el otro”, que “el otro se realice plenamente”. Eso es amar. “Quiero que la persona amada crezca y se desarrolle por sí misma, en la forma que le es propia, y no para servirme”. “Si amo a la otra persona, me siento uno con ella, pero con ella tal cual es, no como yo necesito que sea; como un objeto para mi uso”. “El amor es hijo de la libertad”.