Domingo, 14 de setiembre del 2025
¿Qué hacemos con la oveja perdida?

El perezoso dirá: que se fastidie por haberse separado del rebaño.
El diligente dirá: estoy cansado, pero tengo que buscarla.
El indiferente dirá: esa no es cosa mía.
El egoísta dirá: las mías están todas en el redil.
¿Cuál es la actitud de Dios con la oveja perdida? No descansar hasta encontrarla. Salir a buscarla, cargarla sobre sus hombros y traerla a casa. Celebrar el haberla encontrado.
Nosotros qué hacemos con los que se han extraviado, ¿esperamos tranquilamente sentados a que regresen? Esa es la actitud de aquel que no le interesan los demás.
¿Lamentar el que se haya ido? Los lamentos no atraen a nadie a casa.
Si la Iglesia es el sacramento del amor de Dios, no puede estar tranquila con los que ya no están en casa, tiene que dolerle el alejamiento de los que se fueron. No puede esperar a ver qué pasa, no puede esperar a que regresen. Tiene que salir a buscar a los de afuera, tiene que ver la manera de encontrarlos, tiene que ver la manera de traerlos de nuevo.
En una ocasión, escuché un sermón donde el cura arremetió contra aquellos feligreses que nunca veía en la Iglesia. Después del sermón me acerqué y le pregunté: “Padre, ¿para quiénes ha hablado usted hoy? Les ha pegado en sermón enfadado precisamente a los que vienen siempre. Ellos no necesitan que se les riña por los que no vienen. Además, los que no vienen no han escuchado su sermón, así que ha sido un sermón inútil para los que vienen e inútil para los que no vienen”.
Me respondió medio enfadado: “Tú eres joven, algún día aprenderás”. Menos mal que dejé de ser joven, pero no aprendí su lección. Preferí la lección de Jesús que me dice que cuando se pierde una oveja, se dejan a buen recaudo las noventa y nueve y se regresa al monte a buscar la perdida.
Todos nos quedamos demasiado tranquilos con los que vienen a Misa, y hay que felicitarlos, pero no podemos quedarnos parados, sino que tenemos que salir a la calle y buscar a los que no vienen. Esa es la actitud de Dios.
La Iglesia no es para los que “ya están”, sino para los “que no están”. Jesús no dijo a los suyos: “Siéntense en su sofá y a los que vengan recíbanlos bien”. Nos dijo “vayan por todo el mundo”, nos puso en camino, nos hizo buscadores. Es posible que muchos estén esperando hoy a que alguien los invite.
Las alegrías de Dios

¿Te has dado cuenta de que también Dios tiene sus días de fiesta?
Nosotros hacemos fiesta por los Santos.
Dios hace fiesta por los pecadores que regresan a casa.
Nosotros hacemos fiesta por los buenos.
Dios hace fiesta por los malos que se convierten.
Nosotros hacemos fiesta por los que están en casa.
Dios hace fiesta por los que vuelven a casa.
Nosotros nos imaginamos que son los buenos los que alegran a Dios.
Dios nos dice que Él se alegra por los pecadores que se convierten.
¿Sabes por qué? Porque Dios nos quiere salvar a todos y cuando alguien se le escapa Él mismo sale a buscarle, porque siente un vacío, alguien que debiera estar no está. Dios no descansa hasta que todos sus hijos estén en casa.
¿Acaso tu duermes cuando son las altas horas de la noche y tu hijo aún no ha regresado? ¿Acaso no te sientes inquieto y preocupado? Cuando sabes que ya llegó, ya puedes dormir tranquilo.
Pues Dios tampoco puede dormir tranquilo cuando tú y yo no hemos llegado a casa. No es que nos espere. Él mismo llama por teléfono a los amigos por si saben algo de nosotros.
Es algo estupendo saber que no solo Dios es nuestra alegría y la fiesta de nuestra vida, sino el saber que también nosotros podemos ser su fiesta cuando cambiamos de vida.
¡Cuántas alegrías le podríamos dar cada día a Dios!
Tú puedes ser la alegría y la fiesta de Dios hoy.
La Iglesia debe convertirse

De tanto decir que la Iglesia es santa, nos cuesta convencernos de la Iglesia también es pecadora y que también ella está en constante proceso de conversión.
Pablo VI fue bien claro: “Además ha tomado conciencia más clara de que, aún siendo, por vocación divina, santa e irreprensible, es en sus miembros defectible y está constantemente necesitada de conversión y renovación, renovación que debe llevarse a cabo, no sólo interiormente e individualmente, sino también externa y socialmente” (17-2-1996).
San Juan Pablo II con motivo del Tercer Milenio escribió: “Así es justo que, mientras el segundo milenio del cristianismo llega a su fin, la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del Espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez de un testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de anti testimonio y de escándalo”(Tertio Millenio adveniente 33).
Que la Iglesia es santa, lo confesamos en el Credo. Pero cuando la Iglesia se expresa en tu vida y en la mía, adquiere el rostro de nuestro pecado o de nuestra santidad. Cuando nos escandalizamos del pecado de la Iglesia, en el fondo debiéramos escandalizarnos del pecado de los cristianos. ¿Acaso yo ofrezco un rostro de santidad a la Iglesia? Somos responsables de la santidad y del pecado de la Iglesia y también de su conversión a Cristo y al Evangelio.
¿Quieres una Iglesia santa?

Entonces no reniegues de ella.
Entonces no hables mal de ella.
Entonces no publiques sus defectos.
El camino es otro.
La Iglesia será más santa y menos pecadora:
Sí tú eres mejor.
Si tú eres santo.
Si tú vives mejor el Evangelio.
Si tú vives una vida más santa.
La Iglesia en sí misma es santa.
Pero el rostro de la Iglesia eres tú.
El rostro de la Iglesia es tu vida de fe.
El rostro de la Iglesia somos todos nosotros.
Si quieres una Iglesia más santa:
Fíate más del Evangelio.
Cree más en el Evangelio.
Vive una vida más evangélica.
Si tú y yo somos pecadores,
la Iglesia aparecerá como pecadora
y ni tú ni yo tendremos derecho a criticarla.
Ni tú ni yo tendremos derecho a escandalizarnos de ella.
Ni tú ni yo tendremos derecho a hablar mal de ella.
Porque lo que se ve de la Iglesia es tu vida y la mía.