Hoja Parroquial

Adviento 3 – A | Cristianos gelatina

Domingo, 14 de diciembre del 2025

Nada de cristianos gelatina

La gelatina es buena para niños, ancianos y enfermos, pero no puede ser la comida de quien trabaja las ocho horas al día.

Tampoco son buenos para la vida los “cristianos gelatina”.  Cuando Jesús habla de Juan pregunta a la gente ¿qué salieron a ver en la persona de Juan? ¿Acaso una caña movida por el viento del desierto? ¿Acaso alguien débil que se echa atrás ante las dificultades y problemas?

Al contrario, salieron a ver a un hombre con fibra de profeta, con alma de profeta, con estilo de profeta. Es decir, salieron a ver a un hombre fuerte, capaz de hablar donde otros callan. Capaz de hablar allí donde otros quieren imponer el silencio. Capaz de testimoniar la verdad, allí donde otros prefieren vivir en el engaño y la mentira. Para Jesús, Juan es el hombre fuerte, valiente, capaz de confesar su fe y su misión con el testimonio de su propia vida.

El número creo que nos ha hecho perder en calidad. El número nos ha hecho numerosos, pero nos ha devaluado en nuestra personalidad. Nos fascina poder decir “nosotros somos más que vosotros” y no siempre el ser más significa valer más. No siempre el número es signo de calidad.

Jesús lo sabe muy bien. Cuando el grupo entró en crisis en Cafarnaún y vio que sus exigencias comenzaban a desarticularlo, no dudó en ratificarse en su verdad. “Pueden irse”. El Reino necesita de gente convencida y no de gente que se pasa la vida dudando y cuestionando. El Reino necesita de gente segura de su fe y no de creyentes que se asustan ante las exigencias del camino. ¿Acaso no vale más una vela encendida que cien apagadas? ¿Acaso no dan más luz y alumbra más un fósforo encendido que cien guardados en la caja?

¿Qué salisteis a ver al desierto?

¿Qué salís a ver a las Iglesias? ¿Cristianos que cumplen con la ley, pero son incapaces de vivir la verdad del Evangelio?  ¿Qué salisteis a ver a las familias cristianas? ¿Acaso cristianos casados por el sacramento, pero que luego no se atreven a estrenar la gracia sacramental? ¿Acaso cristianos elegantes, bien pintaditos de piedad, pero incapaces de dar testimonio de su fe ante los hombres?

El gran elogio de Jesús sobre Juan es el de un hombre fuerte, firme, fiel, capaz de jugárselo todo por la verdad del Evangelio. No un hombre de palacio, sino capaz de hablar contra los que habitan palacios. Por eso es el “más grande nacido de mujer”.

Se necesita señales

Jesús no da respuestas con simples palabras. Jesús envía mensajes a través de los signos. Más dice una señal de vida que muchas palabras sobre la vida. Aquí nos sucede lo que sucede con las palabras y el Diccionario. Creo que fue Cortázar el que definía los Diccionarios como “los cementerios de las palabras”. Mientras están en el Diccionario, las palabras apenas dicen nada, están como muertas. Las palabras comienzan a decir cosas cuando las escribimos y hablamos.

De poco valen las palabras “Jesús”, “Dios”, “Navidad”, cuando las decimos de memoria, pero comienzan a tener vida cuando las decimos desde los signos de nuestra vida.

Juan está en la oscuridad de la cárcel. Una oscuridad que amenaza también a su espíritu y comienza a preguntar. ¿Es realmente Jesús el Mesías que estamos esperando o todavía necesitamos seguir esperando?  Jesús responde más que con palabras con los signos que lo identifican: “Ciegos, inválidos, leprosos, sordos, muertos, pobres”; “ver”, “andar”, “quedar limpios”, “oír”, “resucitar”. Dios se dice y revela a sí mismo en los signos.

¿Qué es realmente la Navidad para nosotros? Veamos que signos damos de Navidad. ¿Hay hombres y mujeres que se dejan transformar y fecundar por el Espíritu Santo? ¿Hay Josés que no entienden nada pero se fían de la Palabra de Dios? ¿Hay familias que abren sus puertas al Señor que quiere nacer? ¿Hay cristianos que llenan de regalos el pesebre para luego repartirlos entre los necesitados?

Sugiero un signo navideño: Comenzar a hacer el pesebre. Poner la cuna vacía. Llenarla de cosas, hasta que le pongamos a Él, para darlas luego a los pobres. Que ese sea nuestro don y regalo navideño a los necesitados.

El Adviento en las cárceles

Es posible que todos estemos soñando con las próximas Navidades. Lo bien que lo vamos a pasar. Lo estupenda que será la Nochebuena y luego la Nochevieja. Lo maravilloso del fin de año.

Está muy bien. Tenemos que vivir la vida de cada día. Pero el Adviento, ¿nos hará olvidar a aquellos que pasarán las Navidades encerrados tras las rejas de nuestras fatídicas cárceles?

En este tercer domingo, la Liturgia nos pone como figura central a un encarcelado. A alguien que ya no saldrá de la cárcel con vida porque la frivolidad de una mujer exigirá su cabeza y la cobardía de un rey la pondrá en una bandeja.

Desde la cárcel, Juan sigue soñando con el Mesías que ha de venir. Y desde la cárcel no grita para que lo saquen, no hace huelga de hambre para que lo liberen. Al contrario, se asoma a las oxidadas rejas y pregunta por el Salvador, el Mesías. Pregunta por las señales que identifiquen al Mesías Salvador.

¿En estas Navidades, tendrán nuestros presos algunas señales de libertad? ¿Seremos capaces de enviarles por entre las rejas de las cárceles algún mensaje que los abra a la esperanza? En estas Navidades ¿serán ellos los grandes olvidados? Su liberación no les vendrá de dentro, sino de cuantos, desde fuera, podemos luchar para que les lleguen señales de justicia, señales de dignidad humana, señales de liberación, señales de libertad. ¿Acaso el Adviento no es también para ellos?

Y Dios esperó la Navidad…

Y esperó la Navidad como su gran momento. El momento de comenzar su obra definitiva. La Navidad, para Dios, no fue el juego de armar un nacimiento bonito con animalitos y cascadas de agua. La Navidad, para Dios, fue el comienzo del cambio nuevo y definitivo de la historia. El comienzo del otro modo de ser Dios: un Dios humanizado. El comienzo del otro modo de ser del hombre: hijo de Dios. El hombre con vocación de Dios.

Esperar la Navidad no es esperar a que todo siga igual, que cambiemos por unos días y luego todo vuelva a su curso de siempre.

Esperar la Navidad no es esperar a encender unas cuantas luces más, a ver unos escaparates más, a hacernos unos regalitos más, y luego seguir siendo los de siempre, lo que siempre fuimos.

Esperar la Navidad es esperar a ser testigos de que algo nuevo acontece en la historia, esperar a que lo nuevo comience, romper con lo que siempre fue así y decidirnos para que todo comience a ser de otra manera.

La Navidad cambió el rostro de Dios y cambió también el modo de estar Dios con el hombre.

La Navidad tiene que cambiar el rostro del hombre y también el modo de estar el hombre entre los hombres y el hombre con Dios.

No hay Navidad donde no hay vida nueva. No hay Navidad donde no hay nacimiento.

¿Y habrá Navidad en nuestras vidas si no estamos dispuestos a ser distintos después de la Navidad? ¿Habrá Navidad si después de la Navidad todo sigue igual entre nosotros?

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