Domingo, 24 de agosto del 2025
“¿Serán pocos los que se salven?

Hay preguntas que, de por sí, ya revelan la pequeñez del corazón humano. ¿Por qué no preguntar si serán muchos o seremos todos? Es cierto que la respuesta de Jesús, que no juega a las matemáticas, pareciera hablar también de tacañería: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha”. Algo así como si dijese que la Salvación es solo para los flacos porque los gordos difícilmente pueden entrar por una puerta estrecha, pero si leemos el contexto la idea es otra. Jesús no dice si son pocos o muchos, simplemente indica el camino. El camino y la puerta es Él mismo. Más que indicar números nos dice como entrar en el cielo: “Los que cumplen con la voluntad del Padre”.
No los que hacen muchas cosas, pero no viven el Evangelio.
No los que comen con Él, sino los que hacen del Evangelio su propia vida.
No los que enseñan en las plazas el Evangelio, pero no lo viven.
Es una manera de decirles que sus resistencias a su predicación no son camino de Salvación por muchas leyes que cumplan, que el camino para salvarse es “creer en Él”.
Por eso luego añade que vendrán “de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa del Reino”. De alguna manera, está diciendo que la salvación es universal, que será de muchos.
Además, si tenemos en cuenta de que la puerta de entrada al cielo es Él mismo como lo dice en la parábola del Buena pastor, “Yo soy la puerta”, Jesús no es una puerta estrecha sino bien ancha. Pero para entrar por ella es preciso creer en Él. La parábola del banquete de bodas nos habla de quienes se negaron a participar, pero luego se nos habla de que la sala se llenó.
La voluntad del Padre es que todos nos salvemos, nos marca el camino y la puerta de entrada. Aquí el camino y la puerta coinciden: son Jesús mismo. Cuando Pablo se pregunta quién nos juzgará, toma un respiro y dice gozosamente: “El mismo que murió por nosotros”. Quien murió y dio la vida por nosotros no andará luego con tacañerías. Quien dio la vida por nosotros no andará con unas matemáticas que solo saben restar. Yo estoy convencido de que las matemáticas de Dios son sumar y multiplicar.
Cuando los ríos se desbordan

Nosotros nos acordamos de arreglar las orillas de los ríos cuando se asoma el fenómeno del Niño, por eso tenemos tantos desastres. Los ríos se desbordan, arrasan los campos, entran a las casas. Es que cuando no hay un cauce que los guíe suceden esas cosas. Es la libertad del agua, pero una libertad destructora.
Hoy nos está sucediendo algo parecido con la moral. La moral ya no existe. El criterio de conducta es sencillamente lo que nos gusta, lo que nos causa placer, lo que nos interesa. Nos cuesta aceptar los criterios de moralidad, los llamamos “prohibiciones”. Nosotros preferimos nuestra “libertad”, pero una libertad sin control alguno. Una libertad sin cauces que la puedan guiar. Entonces, nuestra libertad se convierte en ríos salidos de su cauce, que hace desastres en nuestras vidas y en las vidas de los demás.
Lo curioso es que no aceptamos los criterios de moralidad de la Iglesia, pero sí aceptamos los criterios y la mentalidad de quienes se han olvidado de que tienen conciencia.
El ambiente nos masifica. Pensamos como se piensa en el ambiente y hacemos lo que hacen todos. ¿A eso llamamos libertad? Por algo López Ibor solía decir: “Es difícil en verdad que en el hombre-masa crezcan los valores éticos”. El hombre-masa tiene una conciencia masificada, una vida masificada, unos valores masificados.
¿Qué es la conciencia?

Ante todo, tendríamos que preguntarnos si sabemos en qué consiste la conciencia. La conciencia es el juicio de valores que hacemos sobre las cosas.
Es un juicio sobre la verdad o la mentira de lo que hacemos.
Es un juicio sobre la verdad o la mentira de lo que decimos.
Por tanto, la conciencia es una actividad de nuestra inteligencia que busca la verdad de las cosas y de nuestra conducta. La conciencia no es algo externo, sino íntimo a nosotros mismos. Lo mismo que es propio del fuego calentar, es propio de la conciencia ver la verdad. Lo mismo que es propio del agua mojar, es propio de la conciencia buscar la verdad.
La conciencia se forma, se educa y se llama “sensibilidad frente a lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso”.
Las leyes y las normas son como faros que iluminan, pero no son un fin en sí mismos. La brújula, por naturaleza, tiende siempre al norte, es su verdad. ¿Qué sucedería con una brújula que nos marcase el este o el oeste, o el sur? No nos serviría. Pues la conciencia es como la brújula que marca el norte de cada persona. Si esa brújula se altera quedamos perdidos en el espacio, sencillamente no sabemos donde estamos. Un hombre sin conciencia tampoco sabe donde está, ni qué hacer, ni a dónde ir, irá allí a donde le lleve su propio instinto o, simplemente, será víctima de los demás que serán los que deciden y piensan por él. En el Evangelio se dice que “un ciego guiando a otro ciego, los dos se van al barranco”.
Criterios de formación de conciencia

Ante la duda: busca, pregunta, indaga.
Ante la verdad: sé coherente, aunque te cueste.
Ante el bien: hazlo.
Ante la mentira: recházala.
Ante lo que hace todo el mundo: ten sentido crítico.
Tener clara tu meta.
Saber lo que quieres.
Conocer aquello que te hace ser más persona, mejor persona.
Conocer aquello que te hace ser mejor esposo, mejor esposa.
Conocer aquello que te hace más honesto, más justo.
Tú tienes el don de la libertad, que es la base de la conciencia.
Tú tienes el don de la inteligencia, que es la luz que la ilumina.
No todo lo que me gusta, me hace bien.
¡Cuidado con el colesterol de la conciencia!
No todo lo que me agrada, me ayuda a ser mejor.
¡Mucho cuidado con la glucosa de la conciencia!