Domingo, 10 de agosto del 2025
“¿Y dónde está tenemos el corazón?

Bueno, cualquiera sabe donde está el corazón en su cuerpo, pero dónde tendremos cada uno nuestro verdadero corazón. Es posible que la mayoría de nosotros no sepamos dónde lo tenemos porque cada uno lo tiene en muchos lugares. ¿Lo tendremos realmente en eso que dice Jesús “en ese tesoro inagotable del cielo, adonde no se acercan los ladrones ni la polilla”? Yo miro al mío, y, con frecuencia, no sé por dónde anda. No quisiera ser el juez del tuyo, pero lo cierto es que cada uno esta donde está su corazón. El corazón de cada uno es tan loco que dónde estará…
Lo más seguro es que pongamos el corazón en algo bien superficial y sin importancia mayor.
Lo más seguro es que nuestro corazón esté bien pegadito a la tierra, más que a los bienes y tesoros del cielo.
Realmente resulta bien misterioso cómo nuestro corazón puede apegarse a cualquier cosa, a cualquier chuchería y, sin embargo, le cuesta tanto apegarse a los valores eternos que ni los ladrones ni la polilla pueden tocar.
Cada uno termina siendo lo que es su corazón y sus nuestras ideas, por muy bellas y originales que sean.
Además, cada uno termina por poner como tesoro de su corazón cualquier cosa. Basta que cada uno mire el suyo y fácilmente se dará cuenta de que su tesoro es cualquier bagatela sin mayor sentido ni valor.
Unos ponen su corazón en tener más cosas. Otros ponen su corazón en la sexualidad. Otros ponen su corazón en subir un poco más alto. Otros ponen su corazón en un titulillo por ahí, aunque sea “comprado en Azángaro”. Es que cada uno es todo un misterio que no es fácil de entender. Alguien dijo que “un día me metí en mi corazón y me asusté” y no es pare menos… ¿Será por eso que todos evitamos en meternos dentro de nosotros para vernos y encontrarnos con nosotros mismos?
Fíjate en lo que amas y verás la verdad de tu vida.
Fíjate en lo que buscas y verás la verdad de tu vida.
Fíjate por lo que luchas y podrás ver hacia dónde se encaminan las energías de tu vida.
Fíjate en aquello a lo que dedicas más tiempo y te hará ver lo que de verdad llevas dentro de ti. Fíjate en el tiempo que dedicas a Dios y podrás convencerte de si Dios es tu tesoro o es cualquier cosa secundaria en tu vida.
Trabajar para la eternidad

Una frase que hoy puede sonarnos un tanto extraña. Nos cuesta trabajar “para mañana” y nos quieren pedir que trabajemos “para la eternidad”. No tenemos capacidad para ahorrar a tan largo plazo. Y la razón creo verla en algo muy simple.
El concepto de “eternidad” como que está perdiendo interés. Es posible que antes todo lo dejásemos para el “más allá”. Hoy ese “más allá” ha perdido fuerza, interés. Vivimos para hoy. Son actitudes mentales de nuestra cultura.
¿Quién habla hoy de la eternidad? ¿Quién se atreve a invertir en la eternidad? Eso de “eternidad” como que hoy nos suena a todos como a algo vacío, como una especie de pequeña trampa para que estemos tranquilos y no fastidiemos demasiado.
Sin embargo, nos guste o no, la eternidad es una realidad mucho más seria y real que el mismo tiempo. Resulta curioso. El tiempo es lo más frágil que hay porque por más que nos creemos dueños de él, nunca logramos atraparlo. Porque el ayer ya se fue y el mismo ahora es tan frágil que cuando decimos “ahora” ya no es ahora, sino pasado. Mientras que la eternidad es una realidad que no se nos escurre de las manos, sino que está ahí presente, real. Difícilmente podremos poseer el tiempo por lo escurridizo que es y, sin embargo, llegará el momento en el que la eternidad será lo estable, lo permanente. Lo que siempre está ahí.
Trabajar para “el tiempo” es trabajar para la contingencia. Trabajar para la eternidad es invertir en el para siempre. Y un para siempre sin devaluaciones. Tenemos que recuperar el sentido de “eternidad” si es que no queremos vivir colgados constantemente de lo transitorio, de lo que es y deja de ser. Por otra parte, lo permanente es siempre lo esencial.
Volver a lo esencial

Cuando el 15 de agosto, festividad de la Asunción, llevaron preso a Mons. Van Thuan, salió de casa, dice él mismo, “vestido con la sotana, y llevaba un rosario en el bolsillo. Durante el camino me doy cuenta de que lo estoy perdiendo todo. Sólo me queda confiarme a la Providencia de Dios… Desde aquel momento está prohibido “llamarme “Obispo”, “padre”. Soy el Señor “Van Thuan.” “No puedo llevar ningún signo de mi dignidad. Sin previo aviso, también Dios me pide que vuelva a lo esencial.”
“Sin previo aviso, dice Van Thuan, Dios le pidió volver a lo esencial”: Ni Monseñor, ni Padre, ni nada que a uno lo pueda marcar hacia fuera. “Ningún signo de mi dignidad”: Nadie pudo privarle de su “dignidad”, su condición de Sacerdote y Obispo de la Iglesia, su esencialidad. El resto no sirve para configurarse con el “Siervo de Yaveh”. El resto no sirve para ser “testigo del Evangelio” en la oscuridad de una celda de la cárcel, durante nueve largos años.
“Volver a lo esencial” del Evangelio. “Volver a lo esencial” del seguimiento de Jesús, implica despojarse de muchos signos, de muchas cosas que hemos salpicado de Evangelio, pero que en realidad no pasan de ser adherencia del polvillo cultural de los siglos.
Benedicto XVl, antes de ser Papa, en su libro “La sal de la tierra”, al ser preguntado por la Iglesia del futuro, no tiene reparo en reconocer que la Iglesia será la misma, pero de manera diferente, además reconoce que en la Iglesia hay demasiada ceniza fruto de los siglos y que es preciso remover para encontrar las brasas que todavía arden y tienen fuego.
“Volver a lo esencial”, no es nada fácil porque hay demasiadas cosas que se nos han pegado a la piel del alma y que nos hemos identificado de tal manera con ellas que nos parecen esenciales.
“Volver a lo esencial” es el camino de la Iglesia para hacer luminosa su misión de testigo del Evangelio. La desnudez de todo lo humano es el más evangélico el testimonio. Cuando el régimen comunista fusiló en 1952 a Mons. Eugenio Bossilkov C.P. ocultaron y escondieron su cuerpo, no sabemos donde. Aún hoy, que la Iglesia lo ha declarado Beato, nadie sabe dónde está su cuerpo… “Volver a lo esencial…”.
Entre la “represión” y la “armonía”

Es frecuente escuchar hoy, incluso a especialistas en ciencias sicológicas, hablar de represión. Represión que significa siempre no dar libertad a nuestros instintos y pasiones. “Eres un reprimido sexual” se dice, sencillamente, porque no accede a la espontaneidad de los instintos.
La sexualidad no es algo independiente, una república independiente en el hombre o en la mujer. La sexualidad es una condición del ser hombre y del ser mujer. Por eso mejor decimos que “somos seres sexuados” que no “tenemos sexualidad”. La sexualidad nos configura como hombre y como mujer. No es algo que el hombre y la mujer tienen. Por tanto, la sexualidad pertenece a la esencia misma de la persona.
Represión es miedo. Armonía es libertad.
Represión es complejo. Armonía es afinar nuestra sexualidad en el todo del ser humano.
La sexualidad no es una guerra que uno lleva dentro.
La sexualidad es la paz y la armonía entre el cuerpo y el alma, entre el instinto y la libertad, cada uno con sus funciones, pero siempre en armonía lo uno con lo otro.
Esa palabra “represión” suele ser hoy una de las maneras de cuestionar a las personas como si no fuesen capaces de hacer muchas cosas. Y claro, como nadie quiere ser tachado de “reprimido”, entonces damos rienda suelta a todos nuestros instintos hasta convertir nuestra sexualidad en algo puramente biológico y salvaje.