Hoja Parroquial

Domingo 34 – C | Jesucristo Rey del Universo

Domingo, 23 de noviembre del 2025

Rey víctima de la violencia

Hay cosas que pudiéramos tomarlas como una broma si no fuesen tan serias. Hablar de Jesús como Rey y luego ver cómo todo el mundo se ensaña contra Él, colgado de la Cruz, parece algo de humor negro.

Toda la vida de Jesús y más todavía la Pasión no es sino una historia de violencia. Violencia psicológica. Violencia física. Violencia contra su proyecto de vida. Violencia contra su Palabra. Violencia contra su persona. Resulta curioso el desfile de personajes delante de la Cruz. Todos ellos con un insulto y un gesto de desprecio. Autoridades, soldados, pueblo y hasta los mismos que mueren a su lado, no tienen otra cosa que hacer, sino maltratar la persona y dignidad de Jesús.

La cruz misma ya es una violencia. Los clavos son violencia. Los insultos son violencia.

Es el símbolo de la realidad de todos los tiempos. Hombres y mujeres llamados a vivir en armonía y en el amor y respeto mutuo, terminamos viviendo en violencia. Hay violencia social, política. Hay violencia conyugal entre esposos. Hay violencia familiar entre padres e hijos.

Mientras tanto, Jesús muere en actitud de bondad, de comprensión de amor. La muerte de Jesús es un no a la violencia. No es el Rey que hace violencia a los de abajo con su poder y superioridad. Sí, el Reinado que busca la justicia y la dignidad de las personas.

La violencia es una falta de consideración para con los demás. La violencia conyugal es una falta de respeto a la dignidad de los esposos. La violencia familiar es una falta de respeto entre padres, hijos y hermanos. La violencia revela la amargura que llevamos dentro y revela también la pobre estima que tenemos para con los demás y los pobres valores que llevamos en el corazón.

La violencia, de alguna manera, mata. Llámese la violencia terrorista. Llámese esa violencia enguantada de la vida diaria. La murmuración es una forma de violencia sobre los demás. La crítica es una manera de violencia. La injusticia para con el inocente es otra gran violencia. La miseria es un estilo de violencia. Todas ellas son maneras de crucificar violentamente a los demás.

Jesús prefiere morir a matar, prefiere perder Él su propia imagen ante los demás, en vez de maltratar a los demás. Para Él las personas son demasiado importantes para sacrificarlas tan fácilmente. Al buen ladrón lo escucha atento y con cariño y le promete el paraíso para ese mismo día antes del anochecer: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Además, a los que lo crucifican los disculpa ante el Padre: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.

Reinado de la debilidad y la impotencia

Todos tenemos la idea de que rey, emperador, presidente, o jefe implican poder, dominio y grandeza. Por eso, cuando Jesús se declara rey todo el mundo se le ríe y hasta se mofa de Él. Es que la cruz, que es el verdadero trono de Jesucristo Rey, revela todo lo contrario a la idea que nosotros tenemos. La cruz expresa impotencia, debilidad e insignificancia.

Por eso también el Dios que se nos revela en la Cruz es totalmente distinto al que con frecuencia nosotros nos imaginamos. “El Dios omnipotente, el todopoderoso”, termina siendo el Dios de la debilidad, de la impotencia y de la nula importancia.

Cuando alguien tiene un título inmediatamente cambia de estilo de vida, se aleja, cambia de vestimenta y utiliza una serie de signos que lo hagan destacar y diferenciar del resto, hasta en lo religioso se da esto.

Sin embargo, el Dios que se revela en la Cruz es el Dios “en su alienación de Dios”. Pablo dice “se despojó de sí mismo”, se despojó de su divinidad y se hizo “uno cualquiera”.

Esto es lo que todavía nosotros no logramos entender o no queremos entender. Preferimos seguir con un Dios omnipotente porque nos resulta más rentable para que pueda solucionar nuestros problemas. Preferimos al Dios que responda a nuestros problemas, que el Dios que comparte nuestros problemas. Bonhoeffer escribía el 16 de julio de 1944: “Dios clavado en la cruz, permite que lo echen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo, y precisamente sólo así está Dios con nosotros y nos ayuda”.

La violencia de las palabras

Es mala la violencia física que maltrata e incluso llega a matar, pero diría que casi es peor la violencia verbal. Mucho más fácil de justificar porque las heridas y la sangre no se ven. Pero, ¡cómo chorrea la sangre por dentro con nuestras palabras violentas!

Los malos tratos físicos hieren el cuerpo. Los malos tratos verbales hieren el alma. “Eres un inútil”. “No sirves para nada”. “Cállate”. “No seas necia”. “Eres un aprovechado”. “Ya no siento nada por ti”. “Ya no te amo, he encontrado un mejor amor”. Frases todas ellas que circulan cada día por ahí y que todos las escuchamos. Dicen que el veneno mata por dentro. Los malos tratos verbales son el veneno de nuestra lengua que también mata por dentro.

Muchos llevan una apariencia de buena salud física; sin embargo, llevan el corazón y el alma enfermos. Alguien se ha encargado de matar sus sentimientos, sus ilusiones, sus esperanzas y hasta sus ganas de vivir.

Los hospitales están llenos de enfermos del cuerpo, pero las casas, los hogares, los lugares de trabajo están llenos de enfermos del alma. Son los hospitales más grandes de la sociedad, aunque no lleven el nombre ni tengan una plantilla de médicos.

Si cuidásemos las palabras cuánto bien haríamos. Si cuidásemos nuestras palabras, cuántos corazones volverían a sonreír. Si cuidásemos nuestras palabras cuántos volverían a recobrar la alegría de lo que son.

“Si eres Hijo de Dios baja de la Cruz”. Y Jesús no bajó, su recia personalidad y su confianza en sí mismo le hicieron más fuerte que las palabras de los “que pasaban”. Pero no por eso dejaban de dolerle en su corazón. Era divino, pero no dejó de ser humano.

Doña Sinfo en moto al cielo

Doña Sinfo tiene la idea de que al cielo hay que llegar corriendo y al cielo se va de a poquitos. Las prisas también pueden contaminar el ambiente con el tubo de escape.

Para crecer el niño necesita tiempo.
Para madurar la fruta necesita tiempo.
Para aprender necesitamos tiempo.
Para amarnos también necesitamos tiempo.

El amor a primera vista es un fracaso a primera vista.
Para ordenarme sacerdote necesite doce o catorce años.
Para santificarnos necesitamos tiempo.
Es el trabajo de cada día.

No, Doña Sinfo, con moto podemos correr por las carreteras y a veces, uno se pega buenos porrazos. ¿Recuerdas aquel refrán de “si tienes prisa, vístete despacio”?
Despacio no significa no caminar.
Despacio significa vivir al ritmo de la vida y del crecimiento humano y espiritual.
Despacio no significa tumbarse. Despacio significa no detenerse y caminar a tu propio ritmo. Porque muchos tienen tanta prisa que terminan echándolo todo al tacho porque no tienen capacidad de esperar.

Ser hombre es saber esperar.
Ser buen cristiano es saber esperar.
Saber orar es saber esperar.
Ser santo es saber esperar. También ellos esperaron toda su vida.

¿Eres de los que tienen prisas de que tus hijos se hagan adultos antes de tiempo?
¿Eres de los que tienen prisas para casarse aunque no estén preparados?
¿Eres de los que tienen prisas para ejercer sin haber terminado la carrera?

Dios es de los que siempre hace, pero sin prisas.
Dios es capaz de esperarte hasta el último minuto de tu vida.

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