Hoja Parroquial

Domingo 33 – C | Destruir y construir

Domingo, 16 de noviembre del 2025

La belleza de nuestras iglesias

“Algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos”, cosa que a Jesús no le entusiasmó demasiado. Al contrario, es ahí donde anuncia la destrucción del templo. Es que la verdadera belleza de los templos o iglesias no está en su arquitectura, por más que sea algo de admirar. La belleza de nuestras iglesias está en lo que se vive dentro de ellas. Las iglesias no pueden ser monumentos para turistas, sino espacios donde el Pueblo de Dios se reúne para escuchar la Palabra de Dios, para hablar con Él, para celebrar el misterio pascual de nuestra fe.

¿Serán nuestras iglesias tan bellas espiritualmente por dentro como lo suelen ser desde fuera? ¿Tendrán por dentro la belleza que expresan y manifiestan arquitectónicamente?

Las iglesias no son lugares para el lucimiento de arquitectos, sino para formar Iglesia, vivir la Iglesia, deben ser lugares donde los creyentes nos sentimos comunidad fraterna unos con otros y donde nos sentimos en comunión con el Padre.

No son las piedras las que dan vida a las iglesias. No son las pinturas y obras de arte que se exhiben en ellas las que dan vida a las iglesias. Los que damos vida a las iglesias somos nosotros que celebramos nuestra fe, cantamos nuestra fe, que fortalecemos nuestra fe y la vivimos y la comprometemos.

¿Qué Dios se merece lindas iglesias? No lo dudo, pero ¿es ése el verdadero sentido de las iglesias? En un comienzo la Iglesia no tenía Iglesias, al menos hasta el siglo IV con la paz de Constantino. La Iglesia se reunía en las familias, en las casas, que tampoco eran siempre grandes mansiones. Allí sí había vida, había Iglesia. Allí se reunía la comunidad con Dios y Dios con la comunidad.

No es que estemos anunciando ninguna catástrofe que pretenda derribar nuestras grandes Iglesias, como lo hizo Jesús con el templo de Jerusalén, sino que lo que tratamos de decir es que no nos quedemos admirando la belleza material de las mismas, sino que las llenemos de vida, de canto, de oración, de Palabra de Dios, de celebración sacramental, de Eucaristía.

Las iglesias serán verdaderas “casas de Dios” no por “la calidad de sus piedras” ni sus adornos, sino por la vida que a diario vivimos en ellas. Las iglesias son como las personas. Está bien la belleza de los cuerpos, pero siempre que llevemos dentro un alma bella y hermosa. La verdadera belleza del hombre la llevamos dentro, donde a veces, sólo Dios la ve y contempla.

Destruir para construir

El Evangelio de hoy pareciera el anuncio de una hecatombe universal; sin embargo, es el anuncio de lo nuevo. Lo que sucede es que a Dios no le gustan los parches. En el Apocalipsis se nos dice: “He ahí que todo lo hago nuevo”, pero no se puede levantar lo nuevo si antes no se destruye lo viejo. Lo viejo sólo acepta arreglos, pero seguirá siendo viejo.

Jesús, en este lenguaje apocalíptico, habla de todas desgracias y derrumbes, porque quiere anunciar un mundo nuevo y una tierra nueva. Este es el gran mensaje de Jesús: o seguimos con lo viejo de nuestras vidas o renunciamos a lo viejo y nos revestimos de lo nuevo.

“Voy a cambiar poco a poco”; es decir, nunca cambiaré. “Voy a dejar el trago poco a poco”; es decir, que no lo dejarás nunca. El grito aquí pudiera ser: muerte o vida. Cambio o sigo siempre con lo mismo. A veces uno siente pena de destruir un inmueble que aún está servible, pero nos olvidamos de la belleza del nuevo que se levantará en su lugar. Nos da miedo dejar ciertos hábitos, pero nos olvidamos de la belleza de la gracia que brotará en nuestras almas. Tenemos miedo a renunciar a nuestra vulgaridad, pero no percibimos la belleza y la grandeza de nuestra santidad.

Destruyamos lo viejo que hay en nosotros y dejemos que Dios construya lo nuevo.
Destruyamos lo viejo del pecado y dejemos que Dios construya el santo que espera de cada uno de nosotros.

El Reino se construye en la persecución

Con lo que a nosotros nos gusta “lo nuevo” y el “estreno”. Un auto nuevo. Un vestido nuevo. Una computadora nueva. Una casa nueva. Por gusto, todos los días estaríamos de “estreno”.

Sin embargo, cuando Jesús nos habla del nuevo Reino de Dios en la historia, como que nos resistimos e incluso nos molestan aquellos que nos hablan de esa novedad de Dios. Por eso Jesús nos pone sobre aviso: “os echarán mano”, “os perseguirán”, “os llevarán a la cárcel”. Es la resistencia del mundo al cambio y a la implantación del Evangelio.

Pero Jesús también nos dice: “No tengáis miedo”. “Así tendréis ocasión de dar testimonio”. La voluntad se forja en la lucha y en las dificultades, no huyendo y escapándonos en busca de la cómodo y lo fácil. Esa fue la suerte que él mismo debió correr. Quienes se negaron al cambio terminaron por perseguirlo también a Él.

Estamos a punto de terminar el Año Litúrgico. El Señor nos hace esta invitación al cambio y a comenzar algo nuevo, incluso si esto implica tener que afrontar dificultades y resistencias. La Iglesia no crece ni se purifica en tiempos de bonanza. En tiempos de bonanza, hasta la Iglesia pierde finura espiritual. En cambio, cuando la Iglesia era perseguida era una Iglesia fuerte. Eran todavía pocos y se los consideraba como un peligro, incluso para el Imperio. ¿Seremos nosotros hoy un peligro para alguien?

¿Existe el limbo?

Siempre se nos ha dicho que los niños que mueren sin el bautismo se van derechitos al limbo. No podían condenarse porque no tenían pecado personal, pero tampoco salvarse pues no habían recibido el bautismo.

El 20 de abril del 2007 la Comisión Teológica Internacional publicó, a solicitud de san Juan Pablo II, un documento titulado: “La esperanza de la Salvación para los Niños que mueren sin ser bautizados”.

La Comisión, dejando libre la opinión de los teólogos, trata de enfocar el problema desde una nueva perspectiva: “quiere dar más peso a la voluntad salvífica universal de Dios y a la solidaridad en Cristo que a la necesidad del bautismo, que no es absoluta, pero es cualificada en cierto modo”.

En sí, la respuesta no es tan nueva. Ya el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica decía en los números 1260, 1261 y 1283, “que tenemos derecho a esperar que la voluntad de Dios encontrará un modo de ofrecer la gracia de Cristo a los niños que no tienen oportunidad de hacer una elección personal respecto a la Salvación”.

Así, la Comisión Teológica Internacional, dijo la Dra. Butler, “indica que dada nuestra comprensión de la misericordia de Dios y el Plan de Salvación que incluye a Cristo y el don del Espíritu Santo en la Iglesia, nos atrevemos a esperar que estos niños serán salvados por algún don extra-sacramental de Cristo”.

Si bien no se trata de una declaración oficial del Magisterio, sí se trata de una opinión seria solicitada incluso por el mismo Papa.

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