Hoja Parroquial

Domingo 25 – C | Hijos de la luz

Domingo, 21 de setiembre del 2025

Hijos de la luz e hijos de las tinieblas

Siempre he tenido curiosidad de saber por qué una manzana podrida pudre el cesto de buenas manzanas y, en cambio, una manzana sana no es capaz de sanar un cesto de manzanas podridas. ¿Será que lo podrido tiene más fuerza que lo sano? ¿Será que el mal tiene más energía destructora que el bien para construir? Digan lo que quieran, para mí sigue siendo toda una interrogante que aún no logro comprender.

Digo esto, a propósito de la frase de Jesús en el Evangelio de hoy: “Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”. ¿Será afirmación de una realidad o será una acusación a la pasividad de los hijos de la luz? Porque, hablando de la luz, un simple fósforo es capaz de romper las tinieblas de la noche. Un foco encendido puede iluminar una pedazo de calle en la oscuridad de la noche. ¿Qué tienen los hijos del mundo que no tenemos los hijos de la luz? ¿Por qué son más astutos que nosotros? ¿Por qué son más valientes y decididos que nosotros? ¿Por qué piensan más en sus cosas que nosotros en las nuestras?

La verdad que me siento incómodo con este texto de Jesús, que yo lo veo más como una llamada de atención y de acusación que otra cosa porque, cuando uno mira hacia fuera, ciertamente, se da cuenta de que los que hacen el mal planifican más, piensan más, y hasta son más decididos. Ellos saben que pueden ser atrapados, pero aún así se arriesgan. Ellos piensan como hacer el mal.

¿Qué hacemos nosotros para que triunfe el bien? ¿Cuánto pensamos y reflexionamos y discurrimos para que el bien logre hacer sitio entre el mal? ¿No estaremos viviendo demasiado pasivamente dejando que pasen las cosas para luego lamentarlas, en vez de anticiparnos y hacer que sucedan?

No podemos dejar que venga el virus y luego dedicarnos todos a lamentar nuestra enfermedad, en vez de anticiparnos a él, hacernos más fuertes que él. Eso es lo que hoy se llama “salud preventiva”, que siempre será mejor que la “salud curativa”, que además es más cara.

En el Evangelio se dice que “Jesús iba por delante”. ¿No tendremos los cristianos la misión de ir también por delante y no siempre pisando los talones de los demás? Los cristianos necesitamos de mayor iniciativa. No esperar, sino anticiparnos. Abrir caminos, no andar siempre por los caminos que otros han abierto antes que nosotros. La Iglesia no puede pasarse la vida condenando a los otros, su misión es la ir por delante iluminando los caminos.

Renovar nuestras parroquias

Las comunidades parroquiales tienen el peligro de la monotonía. Hacer siempre lo mismo y hacerlo siempre de la misma manera, eso aburre y empobrece. ¿Acaso las empresas no tienen sus asesores para ir evolucionando y adaptándose cada día para mejorar sus productos y abrir nuevos mercados?

¿Por qué las comunidades parroquiales no han de tener también su renovación y adaptación para mejor sus condiciones de vida y abrirse mejor a los que están fuera?

Aquí la iniciativa tiene que ser de todos:

Del párroco, ciertamente, pero ¿sólo tiene que pensar él? ¿Es que no hay pensantes en la comunidad? Son los miembros de la comunidad los que no tienen por qué esperar a que el párroco les pida consejo. Sería bueno que cada uno que piense y tenga ideas nuevas las pueda sugerir y compartir.

La parroquia no es el párroco ni sus vicarios parroquiales. La parroquia somos todos. Somos todos responsables de la vida y de la vitalidad de la misma. Todos somos responsables de actualizarnos el ritmo de los tiempos y al ritmo que Dios quiere y espera de nosotros.

Los esposos y los problemas

Que en el matrimonio hay problemas es normal. Los esposos son diferentes y cada uno tiene su manera de ser, la cual no siempre encaja con el modo de ser del otro. Por eso los esposos debieran cuestionarse constantemente sobre cómo están viviendo como pareja.

¿Cómo nos sentimos el uno con el otro?
¿Qué no te agrada de mí?
¿Qué no me agrada de ti?
¿En qué estamos fallando el uno al otro?
¿En qué podemos mejorar nuestra relación?
¿Cómo mantener vivas cada día nuestras esperanzas e ilusiones?
¿Qué ilusiones se están muriendo en nuestros corazones?
¿Qué obstáculos estamos encontrando en el camino que nos impiden ser felices?

Porque la realidad nos dice que una vez que se casan, todo lo dan por hecho, pero hay muy poca reflexión y autocrítica sobre ellos mismos. No se trata de acusarse mutuamente, se trata de que juntos vayan limando aristas y restañando heridas.

Esto requiere dedicarse tiempo el uno al otro. Además, requiere capacidad para sentarse juntos y mirar, también juntos, en una misma dirección. Finalmente, requiere capacidad de autocrítica y también capacidad creativa para buscar nuevos caminos, nuevas expresiones, nuevos estilos de amarse. Muchos esperan a que los problemas se vayan acumulando para que el día que explotan lo revienten todo. Para entonces, posiblemente, ya llegan tarde a la solución.

Hay que anticiparse a los problemas. La mejor manera de anticiparse es ir abriendo caminos todos los días. Por eso, cada día tienen que renovarse en su amor. Amor que no se cultiva, es amor que se apaga. Amor que no se riega, es amor que se seca en sus raíces.

Menos lamentos y más acción

Los cristianos nos pasamos la vida lamentando las cosas. ¿No será mejor hacer que lamentar? Un “sí” vale más que mil lamentos. Lamentarse es de impotentes.

Lamentamos que el matrimonio anda mal.
¿Y qué hacemos para que ande bien?
Lamentamos que la política anda mal.
¿Y qué hacemos para que ande mejor?
Lamentamos que los jóvenes andan sin rumbo.
¿Y qué hacemos para enrumbarlos?
Lamentamos que haya tanto niño en la calle.
¿Y qué hacemos para que haya menos?
Lamentamos que haya tantas guerras.
¿Y qué hacemos para que haya más paz?
Lamentamos que haya tanta chismografía.
¿Y qué hacemos para que haya menos?

Si la luz se ha ido en tu casa, no lo lamentes, arregla el fusible.
Si te falta el agua, no lamentes, llama a compañía de agua.

La vida no es lamentarse, sino hacer.
La vida no es esperar que todo el mundo se preocupe de nosotros, sino preocuparnos nosotros por los demás.

Los cristianos no podemos ser de la “Cofradía de los Ojalateros”, que se pasan la vida diciendo: “ojalá llueva”, “ojalá venga”, “ojalá cambie”, “ojalá se convierta”, “ojalá se salve…”.

¿No será preferible decir qué hago yo para que las cosas sucedan?

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