Domingo, 4 de mayo del 2025
Emaús, modelo pastoral

El relato de Emaús, como el de la Samaritana, es un verdadero modelo de pastoral.
Estamos acostumbrados a la pastoral de las ideas. A una pastoral desde nosotros, desde nuestros criterios y pensamientos. En cambio, la pastoral de Emaús es la pastoral:
De salir al encuentro. No la esperar que ellos vengan. Ellos se van y se van desilusionados. Abandonan la comunidad, hoy diríamos abandonan la Iglesia. Es Jesús que sale a su encuentro, sale a su mismo camino. No los llama aparte, sino que es Él que camina con ellos.
Necesitamos de una pastoral “no de espera”, sino de “salir al encuentro”, pastoral de caminar al lado de la gente, al lado de los que se han ido defraudados de la Iglesia y de nuestra fe.
Partir de sus problemas. Jesús no les echa ningún discurso. Lo primero que hace es “preguntarles qué les sucede”, “por qué van tristes”, “por qué se sienten desilusionados”.
Necesitamos una pastoral interesada por los problemas de la gente, por sus tristezas, por sus angustias, por sus desilusiones, por su sensación de fracaso. No con autoritarismo, sino como quien siente sus problemas, se identifica con sus problemas y no da respuestas de memoria sino que trata de iluminar sus dudas, iluminar sus decepciones. La Iglesia predica más desde la fidelidad a la doctrina que desde la fidelidad a los problemas reales de la gente. Jesús comienza por preguntar y escuchar, sólo luego habla. Es preciso una pastoral que comience por preguntar, por escuchar. Sólo entonces nuestras respuestas responderán a lo que cada uno lleva en su corazón.
Caminar con ellos. Jesús camina con ellos, hace el mismo camino de ellos, no un camino paralelo. Este debiera ser el estilo de nuestra pastoral, caminar con los hombres, hacer su mismo camino. No una Iglesia que actúa desde el despacho parroquial, sino una pastoral que camina con la gente los mismos caminos de la gente. No una Iglesia paralela a la gente, sino metida con la gente. Esta es la pastoral de Jesús y del Evangelio, no la que nosotros hemos aprendido.
Cuando nos desilusionamos

Es frecuente caer en la desilusión. Toda desilusión tiene sus causas múltiples. Una de las más frecuentes: La persona en la que creíamos nos ha defraudado, creíamos que era una cosa y descubrimos que no es lo que pensábamos.
En realidad, fue ésta una de la causas de la desilusión de los dos de Emaús. Ellos tenían una idea de Jesús que no respondió a lo que ellos pensaban. Tampoco quisieron aceptar la idea que Jesús quiso ofrecerles no un Mesías triunfador, sino una Mesías crucificado; no un Reino que echase fuera a los romanos, sino el Reino de Dios como reino de amor y fraternidad.
También puede hacernos caer en la depresión y desilusión el fracaso de un éxito soñado: Soñaba con un chico que era toda mi ilusión, no quiso saber nada de mí y se fue con otra.
Esperaba lograr un trabajo que me encantaba y se lo dieron a otro, mis ánimos se me vienen por los suelos. Hasta puede que piense que ya no tengo futuro.
Compararme con otros y ver cómo ellos triunfan mientras yo no logro avanzar.
Y así pudiéramos ir citando otras muchas situaciones. La depresión tiene como consecuencia renunciar a nuestras metas y echarnos atrás. Los dos de Emaús abandonan el grupo desilusionados, con la sensación de haber fracasado e incluso con la idea de que Jesús los ha engañado. Hemos creído en un iluso. Ese es el peligro de las desilusiones. Necesitamos ser realistas y no detenernos ante el primer fracaso. Una piedra en el camino no es todo el camino. Las desilusiones pueden llevarnos a la depresión y la depresión a la pérdida del sentido de la vida.
Cuando se apaga el fuego

Cuando se apaga el fuego, todavía es posible que queden algunas brasas debajo de las cenizas.
Muchos comienzan con ilusión el camino del Bautismo, pero el fuego bautismal se va apagando. En algunos quedan algunas brasas, pero en otros sólo quedan cenizas. Se apaga nuestra conciencia de bautizados. Se apaga nuestra fe de creyentes. Y comenzamos el camino de la resignación. El camino del cansancio. La desilusión de los seguidores de Jesús.
Muchos comienzan con enorme ilusión su camino de amor como pareja. Las almas se llenan de sueños. El corazón de esperanzas. El camino brilla delante de ellos como una feliz invitación a caminar juntos, los dos tomados de la mano. Pero luego, la falta de creatividad, el no alimentar adecuadamente su amor, el dejar que su cariño se vaya enfriando, van apagando las luces y las ilusiones y las esperanzas. Todo comenzó por un “te adoro”, y todo está acabando en “un no siento nada por ti”. Todo comenzó por “contigo hasta que la muerte nos separe”, y todo está terminando en “un estoy cansado a tu lado y no siente ganas de seguir”.
Es entonces cuando se necesita del “tercero desconocido” que se mete en nuestro caminar. No para avasallarnos con sus sermones, sino para escucharnos y ayudarnos a hacer una nueva lectura de nuestros cansancios y nuestras desilusiones. No un tercero que decida por nosotros, sino un tercero que nos ayude a reflexionar, a discernir, nos ayude a serenarnos, a poner paz en nuestro espíritu y a comenzar a ver las cosas de otra manera.
Esta fue la misión de Jesús. Y ésta es también la misión de un consejero que ve lo que nosotros no vemos, y entiende lo que nosotros no entendemos. No es cuestión de si sabe más o sabe menos. Es cuestión de que nos ayude a que volvamos a ver, a que renazcan las semillas, o se enciendan las brasas que aún calientan.
¿Dónde está Dios?

En nuestras vidas más de una vez hemos gritado también nosotros: ¿Dónde está Dios? Sencillamente porque sentíamos que la realidad se nos imponía. Rogábamos a Dios y Dios como si no diese cara por nosotros.
Buscamos trabajo, le pedimos a Dios y no lo conseguimos.
Estamos enfermos, le pedimos a Dios y Dios no aparece por ninguna parte.
Estamos agobiados por los problemas, le rogamos a Dios y Dios nada.
Hasta que terminamos también nosotros decepcionados. Lo mismo que los dos de Emaús. “Nosotros esperábamos y ya ves, han pasado tres días y de lo dicho nada”.
Nos habían dicho que todo lo que pidiéramos a Dios Él nos lo concedería, pero nosotros seguimos igual como si Él no se enterase. De ahí la gran pregunta que con frecuencia brota en nuestros corazones: ¿Y dónde está Dios? ¿No nos habrán engañado también a nosotros con el cuento de Dios?
No nos damos cuenta de que Dios está ahí, a nuestro lado, caminando con nosotros. Pero nos sucede lo mismo que a los de Emaús, mientras estaban caminando no lo reconocieron, sólo sentados a mesa, cuando partió el pan, recién ahí se les abrieron los ojos.
También nosotros tenemos que esperar a que Dios nos abra los ojos y podamos reconocerle. No es que ellos viesen lo que antes veían. Ahora le reconocen resucitado. No les solucionó sus angustias y dudas durante el camino. Sólo cuando descubrieron que era él. No descubriremos a Dios solucionando nuestros problemas, dándonos trabajo, sanándonos de nuestras enfermedades. Basta saber que Él está a nuestro lado, para que el alma vuelva a reverdecer y sus ánimos vuelvan a renacer y emprendan el camino de regreso a la comunidad. Dios está a nuestro lado, no como “oficina de empleos” ni como “medico” sino como el resucitado que da ánimos a nuestro espíritu. Estaba tan cerca de nosotros que hasta escuchaba nuestras quejas contra Él.