Domingo, 9 de febrero del 2025
La Iglesia, “Luz de las Gentes”

Así comienza la Constitución conciliar sobre la Iglesia “Lumen Gentium”, “Luz de las Gentes”. Y lo hace en relación precisamente a Jesús: “Por ser Cristo luz de los pueblos, este Sagrado Concilio, reunido bajo la inspiración del Espíritu Santo. Desea vehementemente iluminar a todos los hombres con su claridad, que resplandece sobre la faz de la Iglesia, anunciando el Evangelio a toda criatura (Mc 16.15) Y como la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal o instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano…” (LG,1).
La Iglesia, al igual que Jesús, está llamada a ser no sólo para un grupo, una cultura, una raza o un pueblo, sino para todo el mundo. Como cada pueblo tiene sus propios símbolos y expresiones, por eso mismo la Iglesia está llamada a tener distintos rostros en cada pueblo. La Iglesia no puede tener un solo rostro, si es que quiere iluminar al resto de los pueblos.
La luz y la sacramentalidad de la Iglesia no provienen de sus grandes manifestaciones y exterioridades, sino de su vinculación con Cristo. Por eso la verdadera reforma o conversión de la Iglesia no está tanto en el cambio de sus estructuras, cuanto en la vivencia interna de estar animada por el Espíritu que es quien la configura con Cristo.
Por eso mismo, la Iglesia tiene que estar atenta constantemente a todo aquello que pueda apagar su luminosidad. No será configurándose con lo que piensan los hombres ni con lo que siempre se ha hecho, sino configurándose con la vida y el estilo de vida de Jesús. Todo lo demás, puede ser bonito, pero no es lo sacramental de la Iglesia.
Días de sol y días nublados

Hay días de sol y días nublados. También en los días nublados luce el sol, sólo que las nubes impiden ver sus rayos con claridad, pero aún así dejan pasar la luz.
Algo semejante acontece con la vida de la Iglesia y del cristiano. No todos los días de sus vidas son realmente claros. Tenemos que contar con nuestras debilidades. No por eso vamos a negar que esa luz existe, no tardará en volver a clarear y la vida volverá a tomar su verdadero color y volverá a hacer sol y volverá a iluminar.
El pecado es como una nube que oscurece el sol de nuestras vidas, hasta puede apagar su luz, pero la conversión nos hace recuperar nuestro resplandor. El sacramento de la penitencia, la confesión, es como la escoba que barre la oscuridad y las nubes que nos impide ser luz para los demás.
Tenemos que ser luz y debiéramos serlo todos los días. Sin embargo, el mismo Jesús reconoce nuestras flaquezas por eso nos ha regalado con la gracia de la conversión y de la confesión para que volvamos a ser esa luz del mundo. La penitencia hace posible que nuestras vidas vuelvan a ser luminosas.
Por eso mismo, la confesión no solo es buena para nosotros. Cuando nos confesamos y decidimos cambiar de vida estamos encendiendo nuestras vidas para que vuelvan a ser luz para los demás. Cuando tú te confiesas, no solo te haces un favor a ti mismo, también nos lo haces a todos los que estamos contigo. ¡Cuántas nubes o nubarrones barre la confesión para que el sol de nuestras vidas vuelva a iluminar y calentar a la comunidad! “Vosotros sois la luz del mundo”, como el sol es la luz del mundo. Unos y el otro suelen tener nubes. A unas las lleva el viento, a otras las limpia el sacramento del arrepentimiento y la conversión.
¿Cuántos Dioses hay?

Bueno, esta pregunta me la hicieron desde niño en el Catecismo. ¿Respondería hoy lo mismo que entonces? Porque antes respondíamos que un solo Dios y nos quedamos tan anchos. Pero hoy me doy cuenta de que deben existir varios:
El Dios que castiga y el Dios que ama.
El Dios que condena y el Dios que salva.
El Dios que tiene que hacerme milagros y el Dios que no suele hacer milagros.
El Dios que tiene que darme trabajo y el Dios que no tiene oficina de empleos.
El Dios para cuando estamos en la Iglesia y el Dios para cuando estamos en la calle.
El Dios para los buenos y el Dios que también ama a los malos.
Como ves cada uno nos vamos creando nuestro propio Dios.
El Dios que nos conviene y el Dios que no nos interesa.
El Dios que tiene que estar a mi disposición y el Dios que no se deja manipular.
El Dios que permite que los malos triunfen y el Dios que parece no hace nada para que yo, que soy tan bueno, consiga lo que quiero.
El Dios que parece no olvidar lo que hicimos hace años y por eso nos castiga ahora y el Dios que ya olvidó todo lo malo de mi vida.
Ese oficio de ser Dios es todo un lío porque nunca acierta con nuestros gustos y deseos.
Por eso decía hace un tiempo en esta página que Dios no va al fútbol porque a qué equipo va ayudar para que gane.
Decimos que somos “monoteístas”, pero la realidad de nuestras vidas nos dice que todos somos bastante “politeistas”. De todos modos, yo me quedo con el Dios de Jesús, aunque muchas veces sienta que no me echa una mano en aquello que a mí me gustaría. ¿Y cuál es el tuyo?
Y Dios también se ríe…

- ¿Quién ha sido el que nos ha inventado un Dios serio, de cara cuadrada y casi amargado? No entiendo a los que dicen que “Dios es amor” y luego nos ponen pánico en el corazón y miedo a Dios. Prefiero un “Dios amor” porque un Dios que ama, es un Dios que también se ríe. ¿Has visto reír a Dios en tu vida?
- No tengas miedo a Dios, ni siquiera si has metido la pata hasta arriba. Dios gusta hacer fiesta para aquellos que están de regreso a casa. Aunque los hijos mayores no quieran saber nada de fiestas. Es que “Dios es amor” y Dios prefiere reírse a llorar. Mi Dios es un Dios que se ríe.
- No me gustan los “hijos mayores”, prefiero los hijos pequeños. ¿Que son más traviesos? Sí y hasta se van de casa con todo, pero luego regresan. Los hijos mayores son unos aguafiestas, para ellos el corazón no vale. Y claro, Dios piensa lo mismo que yo. “Dios es amor”, por eso le encanta reírse.
- No me gustan los que dicen que Dios me va a condenar. ¿Que lo merezco? De eso no tengo la menor duda, pero a Dios le falla más el corazón que su poder. El corazón de Dios tiene debilidad por los que han caído y quieren levantarse. Claro. “Dios es amor”. Por eso le encanta la fiesta y reírse.
- Dios es omnipotente. Qué palabra más rara. He mirado el Evangelio y nunca se la he escuchado a Jesús. Sin embargo, me ha repetido infinidad de veces que “Dios es amor”, que Dios me ama, que es débil y que se muere de amores por mí. Claro. “Dios es amor” y le gusta reírse.
- Me encantan los grandes que se hacen pequeños. ¿Sabes lo divertido que es ver a los grandes jugar y divertirse como los niños? Por eso me encanta Dios. Siendo tan grande se le ocurrió hacerse niño. Jugar como niño. ¿Le voy a tener miedo a Dios? ¿Quién tiene miedo a un niño? Claro, mi “Dios es amor”, por eso le gustan las risas de niño y de los niños.
- A Dios le encanta la diversión. Le revientan los seriotes que venden caras sus sonrisas. Y le encanta verte feliz, alegre, contento. ¿Le vas a escatimar hoy a Dios tu alegría? Si quieres ofrecerle algo, no le ofrezcas tristezas, ofrécele sonrisas, tu alegría le encanta. Claro, mi “Dios es amor”, por eso se ríe de todo.