Domingo, 7 de setiembre del 2023
No basta comenzar

Son muchos los que comienzan, pero ¿cuántos se quedan en el camino? Cuando yo era estudiante de teología me solía gustar ver la Vuelta Ciclistica. Había un detalle que siempre me causaba curiosidad. En la cola de la comitiva siempre iba un carro con una escoba, yo me preguntaba qué significaba la escoba hasta que alguien me lo aclaró. Es el carro que tiene como misión recoger a los que se quedan y ya renuncian a seguir, por eso se la llamaba “el coche escoba”.
Recuerdo ese detalle al leer el Evangelio de hoy. “¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si puede terminarla?” Esto lo presenta Jesús en relación con su seguimiento. No basta decir: “Yo te sigo”. ¿Estás dispuesto a llegar hasta el final? ¿No necesitará Jesús también de un “carro escoba” para los que se van descolgando por el camino?
Por eso Jesús es muy claro y no trata de engañar a nadie porque no quiere gente que luego se encuentra con problemas en el camino, se siente defraudado y se echa atrás.
El fundamento para seguir a Jesús está en que, en primer lugar, necesitamos descubrir que el Evangelio es algo que vale la pena y que por él se puede renunciar a todo. En segundo lugar, nos hace ver si estamos dispuestos a corrernos el riesgo de la coherencia y de la fidelidad hasta el final.
A Jesús mismo le seguía mucha gente. En la etapa de Galilea, siempre le vemos rodeado de gente hasta que llegó el momento de la verdad, y que Juan describe largamente en el Capítulo 6 de su Evangelio: “El que come mi carne y bebe mi sangre…”, entonces ahí todo el mundo comenzó a voltear la cabeza, echarse atrás, y le dejaron prácticamente solo porque todos le abandonaron. Sólo quedaron los Doce.
¿Qué será peor? ¿Echarse atrás siendo sinceros o seguirle murmurando y protestando y quejándose y lamentándose de todo? Ser cristiano es algo serio que no se puede tomar a broma porque ser cristiano es “sí o no”, no andar luego lloriqueando por el camino diciendo que la Iglesia es así, que el Evangelio es muy duro, que no le comprendemos, que no nos actualizamos.
Jesús es bien claro: “El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”. El que no renuncia a todos sus miedos, no puede ser discípulo mío. El que no renuncia a su pasado, no puede ser discípulo mío. El que no renuncia a todas esas cargas que le impiden ser libre, no puede ser discípulo mío.
Aquí hay que decidirse, para ello es preciso pensarlo bien. No valen las emociones del momento, no sirven los entusiasmos de un día. No nos hacemos cristianos para que luego nos tengan compasión, nos hacemos seguidores de Cristo porque estamos dispuestos a todo.
Llevar la Cruz

La piedad del Pueblo de Dios ha deformado el verdadero sentido de llevar la Cruz.
En primer lugar, muchos han entendido el cristianismo como algo dolorista, que para ganar el corazón y la voluntad de Dios hay que sufrir, y que cuanto más suframos más contento estará Dios de nosotros. ¡Dios no goza viéndonos sufrir! ¡Eso que quede claro!
En segundo lugar, a cualquier sufrimiento nosotros le llamamos “nuestra cruz”. Si hoy me duele la barriga, “es mi cruz para hoy”. La verdad que todavía no he logrado saber qué tiene que ver la barriga o el estómago con la Cruz de Cristo. En ningún momento Cristo relacionó las enfermedades con su Cruz, lo cual no significa que nosotros podamos unir nuestros sufrimientos a los suyos.
En tercer lugar, la Cruz que nos pide Jesús tiene que ser como la suya y no otra diferente. La Cruz que Jesús nos pide llevar es aquella que es fruto de nuestra fidelidad al Evangelio. Cuando nos dice, como hoy, “quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”, se refiere a la cruz del seguimiento. Lo mismo que la Cruz de Jesús fue consecuencia de su vida, de lo que hizo y de lo que dijo.
Dicho de otra manera, se trata de la cruz de la fidelidad al Evangelio.
Sé que puedo enriquecerme robando y tengo posibilidades, pero por fidelidad al Evangelio prefiero seguir siendo pobre. Esa es la cruz del seguimiento.
Me he divorciado. Sé que no puedo casarme de nuevo y tengo una oportunidad, renuncio a esta nueva posibilidad por ser fiel a mi sacramento. Esa es la cruz del seguimiento.
Sé que puedo conservar la vida si renuncio a mi fe, pero prefiero mi fidelidad a la fe aunque tenga que perder la vida. Esa es la cruz del seguimiento.
Es decir, la Cruz ha de ser consecuencia de mi fe y mi condición cristiana y no fruto de una gripe o de una indigestión.
Una enfermedad incurable

Así definía Ibn Arabí a Jesús: “Aquel cuya enfermedad se llama Jesús no se puede curar.”
Para ser cristianos de verdad hay que “estar enfermos de Jesús” porque solo entonces sus exigencias nos parecerán normales.
Los mártires fueron unos enfermos de Jesús, por Él no dudaron en entregar sus vidas.
Los santos son unos enfermos de Jesús, por Él no reconocen lo que pueda doler cualquier renuncia.
Además, esta enfermedad debiera ser contagiosa. Debemos contagiar de Jesús a los demás. Que nadie me diga que no podemos contagiar al mundo de Jesús, lo hemos contagiado de tantas cosas… ¿Acaso no contagiamos al mundo de egoísmo? ¿Acaso no contagiamos al mundo de la mentira? ¿Acaso no contagiamos al mundo del consumismo? ¿Hay alguien que pueda sentirse libre de haber sembrado alguno de esos virus a su paso por la vida?
¿Por qué, entonces, nosotros los cristianos no nos enfermamos de Él y contagiamos al resto? En este sentido, los cristianos debiéramos ser un riesgo y un peligro para los demás. Albert Schweitzer escribía de sí mismo: “La música es una enfermedad hereditaria que inevitablemente he adquirido y en contra de la cual no puedo hacer nada”.
¡Qué bueno sería que los cristianos pudiéramos decir algo parecido! “Jesús es una enfermedad hereditaria en contra de la cual no puedo hacer nada porque la llevo en el alma y el corazón.” ¿Padece usted esta enfermedad?
El matrimonio hay que pensarlo bien

No. No se trata de asustar a nadie. No se trata de desanimar a nadie. De lo que se trata es de que el matrimonio no es un juego de la ruleta, ni un jugar al bingo, es un compromiso de toda la vida. El que quiera lo acepta y el que no, lo deja. Así de simple.
No se puede comenzar con una boda llena de fantasía y luego, al poco tiempo, decir que “ya no nos entendemos”.
Cuando uno ve la cantidad de matrimonios que se rompen con tanta facilidad, uno tiene que preguntarse con qué sinceridad se han casado. El matrimonio no es un alquiler para determinado tiempo. Al menos, si queremos casarnos por el sacramento es “amarte y servirte todos los días de mi vida” y no “hasta que me canse de ti” o “hasta que encuentre algo mejor”. Para ello esperemos y busquemos antes.
Esto conlleva, evidentemente, a que, en primer lugar, necesitemos un criterio sereno de elección y luego necesitemos un tiempo de enamoramiento y de noviazgo donde podamos conocernos de verdad, valorarnos con seriedad y reflexionar si realmente somos capaces de llegar hasta el final.
Solo se puede reflexionar adecuadamente si antes conocemos de verdad lo que es el matrimonio, lo que significa ser pareja, lo que significa tener que aceptarnos el uno al otro como somos. Pensamos que hay demasiada superficialidad en el enamoramiento y el noviazgo. Preferimos entretenernos en otras cosas que reflexionar, juzgar, pensar y ponderar serenamente. ¿Usted no lo cree?