Hoja Parroquial

Domingo 17 – C | La oración

Domingo, 24 de julio del 2022

“Pedid, buscad, llamad”

la oración

El Evangelio de hoy nos plantea el difícil tema de la oración. A veces, lo que pareciera más fácil, termina siendo lo más difícil. Uno siente que lo más fácil debiera ser la oración. Sin embargo, el orar siempre ha sido un grave problema en nuestra vida espiritual.

Leyendo ciertos texto del Evangelio, uno siente que la oración es una especie de automatismo infalible: “pedid = se os dará”, “buscad = hallaréis”, “llamad = se os abrirá”. Una especie de timbre que se aprieta e inmediatamente alguien responde. Un teléfono al que se llama e inmediatamente responde la telefonista. En una Iglesia leí un letrero que decía: “Para confesiones, apretar timbre y sale confesor”. Me quedé mirando dónde estaba el agujero por donde aparecía el confesor.

En la vida práctica, uno llama y nadie le responde. Uno pide y nadie le concede lo que pide. ¿Dónde queda ese compromiso de Jesús de que basta con llamar para que alguien responda, con pedir para que el correo esté ya de vuelta tocando la puerta?

No dudamos de que la oración es como la respiración del alma. Que sin oración nuestra alma carece de oxígeno. Que sin oración quedamos encerrados en nosotros mismos. Que sin oración carecemos de trascendencia.

Pero la oración sigue siendo un problema en nuestro corazón porque sentimos que los automatismos de los que habla Jesús no se dan de modo tan simple como Él nos los explica. Y es entonces que, dentro de nuestro corazón, se da como una especie de desilusión, de desencanto, de incredulidad. De esta manera es posible que, a más de uno, el problema de la oración se le convierta en un gran problema con Dios. ”No me ha escuchado”, quiere decir que no me ama, no me hace caso.

No podemos dudar de lo que Jesús nos ha dicho, pero la realidad no siempre confirma sus palabras. Es más, ni siquiera en su propia vida se da ese automatismo del pedir y recibir, de llamar y responder. El oró hasta con lágrimas en el Huerto, pero debió de seguir adelante afrontando lo que tanto temía.

Lo cual nos está diciendo que la oración implica otra serie de elementos esenciales y, además, que la verdadera oración no puede contradecir otros factores fundamentales de la fe. ¿Dónde está entonces ese valor, esa certeza y ese sentido cristiano de la oración?

Comunidades en oración

la comunidad y la oración

San Juan Pablo II en su Exhortación sobre el Tercer Milenio sugirió a la Iglesia una metas concretas para su pastoral. La segunda ellas es “que las comunidades cristianas han de ser auténticas “escuelas de oración” donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el “arrebato del corazón”. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios”. (NMI n.33)

Lo primero, lograr que las comunidades sean escuelas de oración donde se aprende a orar. Como decía el san Juan Pablo II “rezar tampoco es algo que pueda darse por supuesto. Es preciso aprender a orar…” Con frecuencia damos por supuesto que sabemos orar y orar no es decir palabras. La oración tiene también su propia naturaleza. Hay que aprender a orar, las responsables de enseñarnos a orar son las comunidades.

En segundo lugar, si bien la oración implica también la petición; sin embargo, debiéramos comenzar por hacer de la oración “acción de gracias”, “alabanza”, “adoración”, “contemplación”, “escucha y viveza de afecto, hasta el arrebato del corazón”. Sólo entonces el pedir, encontrará su propio espacio y lugar en el plano de la oración.

Aquí debiéramos recordar a los “maestros natos” de la oración, “los padres de familia”. No comencemos por enseñar a pedir, comencemos por convertir el corazón de los niños en espacio de alabanza, agradecimiento adoración. ¿No necesitarán también los padres volver a la escuela de la oración? Tampoco los padres den por supuesto que “saben orar”.

La verdadera oración

para orar

Para orar es preciso hacer un discernimiento claro. ¿Qué busco en la oración? ¿Cuál es la finalidad última de mi oración? ¿Mis intereses personales? ¿Mi comunión personal con Dios?

Cuando hablo con un amigo, ¿qué es lo primer que busco de su amistad? ¿Le busco a él o busco mis intereses personales? La amistad no es una manera de poner al amigo a disposición de mis intereses. Ahí, hay muy poca amistad.

Cuando hablo con Dios en la oración, ¿qué es lo que realmente busco? ¿Qué Dios se ponga a favor de mis intereses? ¿Qué Dios y yo nos sintamos más amigos, más unidos, más en comunión de corazones?

¿Cómo discernir la bondad y la eficacia de nuestra oración? Veamos cómo hacerlo:
¿He conseguido lo que pedía?
Ah, entonces mi oración ha sido buenaza.
¿No he conseguido lo que le pedía a Dios?
Ah, Dios no me ha hecho caso. Oración inútil.
¿Y qué sucedería si vamos por otros caminos?

¿Después de orar, me siento más unido a Dios? La oración ha sido estupenda.
¿Después de orar, he cambiado mi actitud hacia mis intereses? La oración, muy buena.

Julien Green escribía: “El objetivo de la oración no es conseguir lo que hemos pedido, sino hacernos distintos”. O como decía Bernanos: “¡Cómo cambian mis ideas, cuando las llevo a la oración!”.

Yo lo traduciría así:
“¡Cómo cambian mis intereses, cuando los llevo a la oración!”
“¡Cómo cambian mis gustos, cuando los llevo a la oración!”
“¡Cómo cambia mi voluntad y mis deseos, cuando los llevo a la oración!”
“¡Cómo cambio yo, cuando me llevo a mí mismo a la oración!”
No he conseguido nada, pero yo soy diferente.
Mi voluntad es diferente.
Mis deseos son diferentes.

A pesar de todo, quiero orar

quiero rezar

Aunque sienta que no me escuchas. Yo seguiré orando.
Aunque sienta que estoy perdiendo el tiempo. Yo seguiré orando.
Aunque no me des lo que te pido. Yo seguiré orando.
Aunque no me abras la puerta cuando yo quiero. Yo seguiré orando.
Aunque no encuentre cuando yo deseo. Yo seguiré orando.
Aunque sienta que tú no me amas. Yo seguirá orando.
Aunque sienta que tú no me haces caso. Yo seguiré orando.

Aunque me grites desde dentro que estas dormido. Yo seguiré orando.
Aunque me digas desde dentro que no es hora de levantarte. Yo seguiré orando.
Aunque me digas desde dentro que no te fastidie. Yo seguiré orando.
Aunque sienta que nadie responde desde dentro. Yo seguiré orando.
Aunque no sienta nada cuando estoy hablando contigo. Yo seguiré orando.

Aunque mi fe se tambalee.
Yo seguiré orando.
Aunque mi confianza en ti se debilite.
Yo seguiré orando.
Aunque no vea nada.
Yo seguiré orando.
Aunque no entienda nada.
Yo seguiré orando.

Porque sé que orando estoy cambiando.
Porque sé que orando siempre quedará la esperanza.
Porque sé que orando tú terminarás por hablar.
Porque sé que orando tú siempre estarás a mi lado, aunque no te vea.

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