Hoja Parroquial

Domingo 16 – C | María y Martha

Domingo, 17 de julio del 2022

Líos entre hermanas

Maria y Marta

La escena de Marta y María es algo más que un puro lío de hermanas. Es mucho más que un problema de cocina. Es más que un lío de pucheros, platos, vasos y tenedores. Es un problema de opciones en la vida. Es un problema sobre el equilibrio entre el ser y el hacer, entre el “hacer para cosas para Él” y el “estar con Él”.

Y no es que Jesús rechace lo que hacemos por Él, pero tampoco es de los que sólo acepta el estar con Él. Tal vez Marta dé más importancia a eso que llamamos “quedar bien con Él”, que se lleve buena impresión de nuestra casa, que sepa que le hemos dado lo mejor que teníamos. Mientras María dé más importancia a “estar con Él”, Marta es la que siente que la verdadera amistad está hecha de “funciones”. Mientas que María interpreta la vida como “red de relaciones personales”.

Yo no sabría decir si cada una cae en su propio extremismo, que también es posible. O más bien habría que decir que mutuamente se complementan. Personalmente prefiero la complementación; pero, a la vez, complementarse no significa que se nieguen las prioridades.

Las funciones son necesarias. Pues cuando llega la hora del almuerzo todos queremos comer. Pero las relaciones son fundamentales porque, al fin y al cabo, no son los platos, ni la comida, ni el buen condimento, lo que crea una verdadera amistad, sino el encuentro personal, la dimensión relacional.

Todos tenemos muchas cosas que hacer por Dios en el mundo. Hasta tenemos que decir que lo que yo no haga nadie lo va hacer por mí. ¿No habrá unas urgencias previas al hacer? ¿Qué te parece si alguien te invita a su casa y como quiere obsequiarte una buena cena, te deja viendo televisión toda la tarde, mientras quien te invitó suda entre los pucheros?

Personalmente no creo que la bondad de la cena pueda suplir las horas de aburrimiento viendo la telenovela porque, aunque me hayas invitado a cenar, en el fondo la invitación es para pasar juntos unos momentos. El hacer cosas por Dios, en modo alguno pueden suplir el estar con Dios. Dios prefiere nuestra compañía a las cosas que hacemos por él. Nadie va a tu casa porque tiene hambre y quiere cenar. Va a tu casa porque te siente amigo y quiere compartir contigo. Todo se puede dejar por Dios, pero en modo alguno se puede dejar a Dios por las cosas.

Cuando hacéis demasiado por el otro

parejas

Hay maridos que se matan durante el día para llevar unos dineros a casa. Todo el día pensando el dinero, pero se olvidó de ella. Ni siquiera una llamada por teléfono. Hay esposas que la tienen prendida contra el polvo, los muebles brillan, pero se olvidan de que allí al lado está el marido todo él empolvado de aburrimiento.

De enamorados, hacíais relativamente pocas cosas el uno por el otro, estabais cantidad de tiempo juntos. De casados, hacéis cantidad de cosas el uno por el otro, pero no tenéis tiempo para estar el uno con el otro.

Vuestras vidas y vuestro amor están hechos de muchas funciones. Pero os estáis olvidando de que el amor se vive en base a una red de relaciones. Sus corbatas y sus camisas y sus pantalones están planchaditos. ¿No te das cuenta de que su corazón se está arrugando de aburrimiento? No esperes a que alguien le haga compañía, aunque sea por el celular.

Le haces cantidad de regalos. A tu mujer no le falta ni un trapo, tiene el ropero hasta los topes. ¿No te das cuenta de que ya tiene sonrisas prestadas? ¿No percibes que ya solo existe pero que no vive de verdad? Por favor, que tu mujer no es ni armario, ni tampoco maniquí. Es una persona. Es un corazón. Tienen unos sentimientos.

Hacéis demasiado el uno por el otro, pero sois demasiado poco el uno para el otro. Demasiados nervios, pero poca tranquilidad y poca serenidad. “Hago demasiado por ti”, pero “estoy demasiado poco contigo”.

¿Hay tiempo para Dios?

Dios

Una de las preguntas que se hace el hombre de hoy es ésta: “Hay tiempo para Dios?” Yo me atrevería a afirmar que una de las cosas de las que menos disponemos es del tiempo. Nadie tiene tiempo. Vivimos escasos de tiempo.

No tenemos tiempo para nosotros mismos. Somos hombres y mujeres sin tiempo.
No tenemos tiempo para nosotros dos como esposos. Esposos sin tiempo.
La razón suele ser siempre la misma: las cosas están por encima de las personas.
Y surge una pregunta: “¿Tendremos tiempo para Dios?”

La distribución del tiempo depende de la importancia que damos a cada cosa. ¿Será hoy Dios tan importante como seguir dándole nuestro tiempo?

Pasaron aquellos tiempos en los que Dios era tan importante que bien se merecía todo nuestro tiempo. La vida monacal, la vida consagrada tenía cantidad de horas para estar con Dios. Ahora, todas esas horas se han reducido a un mínimo. Antes se hablaba de un máximo mientras que hoy ya hablamos de “un mínimo”. Tratamos de salvar ese mínimo, para no reconocer que Dios ha perdido interés en nosotros.

Los seglares: “No he podido ir a Misa”, porque no tuve tiempo. ¡Tenía tantas cosas que hacer! La mayoría de los que no van a Misa confiesan que es por falta de tiempo.

Los religiosos y sacerdotes: también andan jugando con los mínimos. Están tan metidos en tantas cosas, que el tiempo de oración roza los mínimos, si es que llega a ellos.

Todo esto, por mucho que pueda disgustarnos, habla claro de que Dios ya no es lo primero, por más que digamos que sí. ¿Qué diríamos de un matrimonio que no se dedicase más tiempo para estar juntos, que el que nosotros dedicamos a estar con Dios? ¿Se sostendría ese matrimonio? ¿Tendría vida dicho matrimonio? Las conclusiones se las dejo para el que quiera tomar las cosas en serio.

Dios, ¿sigue siendo importante?

importancia de Dios

La importancia de Dios no aparece en las estadísticas, incluso si se pregunta por él.

Uno tiene una doble impresión. Por una parte, uno siente que Dios ya no es importante en la vida de hoy. Por otra parte, también siente que Dios sigue teniendo la importancia de siempre. Sencillamente habría que hacer varias precisiones, porque generalizar no ayuda mucho a conocer la verdad.

En primer lugar, tendríamos que reconocer que hoy nuestra sensibilidad espiritual aparece un tanto anestesiada, pero decir que la sensibilidad sufre de los efectos de la anestesia, no significa que Dios haya perdido importancia. Significa tan solo que percibimos menos su interés y valor. Pasados los efectos de la anestesia el organismo vuelve a su normal sensibilidad.

En segundo lugar, tenemos que reconocer que se trata de una “sensibilidad diferente”. Somos más sensibles a otros valores que antes pasaban desapercibidos. Yo diría que sentimos y vemos a Dios “de otra manera”, pero sigue siendo Dios. No el del abuelo, pero Dios.

En tercer lugar, la experiencia de quienes, en algún momento se han alejado de Dios, han vivido sin él, y han vuelto a encontrarlo. La experiencia nos dice que esta nueva experiencia, los llena de luz, los llena de vida, de alegría, de ilusión y entusiasmo. Luego, Dios seguía siendo importante, por más que nosotros le hayamos hecho el vacío. Un vacío, que, en algún momento sintió necesidad del retorno.

No me convencen afirmaciones radicales como las de “un Dios inútil”, un “Dios que ya no sirve”. Antes de hacer tales afirmaciones debiéramos adentrarnos un poco más en el corazón humano. El corazón del hombre tiene demasiado engaños y no siempre es sincero consigo mismo. Alguien se atrevió a decir que “Dios es como una especie de apéndice”. Y el otro le respondió: “Te aseguro que se necesita de muy buen cirujano para extirparlo”. Porque Dios resulta tan curioso que, aun negándolo, podemos estar afirmándolo.

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