Hoja Parroquial

Domingo 18 – C | Problemas de herencia

Domingo, 31 de julio del 2022

Lo que faltaba: Dios repartiendo herencias

reparto de herencia

Es el colmo. Dentro de poco estoy seguro que a Dios le vamos a pedir que nos arregle el caño, que nos cambie el fusible, que nos limpie el baño, que nos pinte la casa o barra las escaleras. ¿Qué diferencia hay entre pedirle todo esto o pedirle que se las vea con mi hermano para que me pase la parte de mi herencia? Cuando metemos a Dios en estas cosas, terminamos por sacarlo de donde debe estar.

La oración no puede ser la manera de complicar a Dios y liberarnos de nuestros deberes y nuestros quehaceres. Vamos a terminar siendo unos creyentes que consideran a Dios “nuestro empleado de servicio doméstico”. Dios es para lo que es y no para tapagujeros y remiendo para nuestros rotos. Esto es más peligroso de lo que aparentemente pudiera parecer porque se trata de deformaciones demasiado gruesas sobre Dios. Deformar a Dios es, sin darnos cuenta, una manera de deformar a Dios porque, al fin y al cabo, es una manera de decir que Dios no sirve y no vale para nada.

Una pareja tenía problemas, los dos se creían piadosos. El marido rezaba por su cuenta: “Señor, cambia el genio de mi mujer porque ya no me la aguanto. Me tiene hasta las narices con sus tonterías”. Por su parte, la esposa, que también se las daba de muy piadosa, se fue a la Iglesia y rezaba: “Señor, cambia a mi esposo porque es insoportable, su sola presencia ya me altera”. Así pasaban los días, hasta que un día, Dios harto de tanta petición decidió decir algo y en voz alta les dijo: “Tontos, hablen entre ustedes, ¿para qué les he dado yo la lengua?”.

¿Ustedes se imaginan a Dios metido en líos de pareja? ¿Ustedes se imaginan a Dios cogiendo de la oreja a la esposa y dándole un sopapo al marido? Mientras tanto marido y mujer felices de la vida de que alguien cambie al otro.

Dios no juega en el equipo como suplente. Dios siempre juega de titular. Él no está para suplir a nadie. Lo que nosotros podamos hacer no lo hará nunca Dios. Si quieres tener luz en tu casa, tendrás que ponerla tú, porque Dios no hace de electricista. Si quieres tener agua en tu casa, tendrás que llamar a Sedapal, porque Dios no te la traerá a casa. Si quieres que tu esposa te ame tendrás que sonreírle y amarla., porque Dios no le arrancará nunca la sonrisa. Si quieres que tu herencia te llegue pronto, tú y tu hermano tendréis que superar vuestros egoísmos y optar por el amor y la generosidad fraterna. Dios no hace por nosotros, pero nos dice cómo hemos de hacerlo nosotros.

El problema soy yo

codicia

Creo que existe una especie de inconsciente colectivo que nos lleva a culpar siempre de nuestras cosas “al otro”. La culpa siempre la tienen los demás.

En cambio, si leo bien el Evangelio y si me mira atentamente, percibiré que la causa de los problemas, los míos y aún los de los demás, está en mí. La causa la llevo dentro de mi propio corazón. Es decir, el problema “no son los otros”, el “problema soy yo”.

En vez de arreglar nuestros corazones, preferimos hacernos grandes graneros. Nos pasamos la vida destruyendo viejos graneros y construyendo otros nuevos.

Todo se reduce a almacenar. Eso de pensar en los demás, no entra en nuestros cálculos.

Preguntarnos qué hacer para que los demás tengan algo, o algo más no figura en nuestros planes. Claro, con esa anestesia espiritual del “almacenar”, optamos por un estilo de vida que es maravilloso: “túmbate, come, bebe y date buena vida”. ¿Alguien se imagina que el mundo puede cambiar mientras nosotros nos demos la gran vida?

El mundo tiene más graneros que almacenan, que manos que reparten.

El mundo tiene más corazones que prefieren vivir tumbados, que manos abiertas para compartir lo que nos sobra y nunca disfrutaremos.

Los graneros son buenos, cuando les ponemos agujeros para que los granos puedan salir y puedan llegar a la mesa de los que hace tiempo que ven el pan. Hace un tiempo vi en la TV un avión de las Naciones Unidas llevando granos al África. Los niños y las mujeres se desesperaban recogiendo entre sus manos los granos que caían. Para ellos significa posiblemente un día de pan. Los almacenes clausurados, cerrados y precintados estaban lejos. La culpa no está lejos. La culpa está en casa, está en mi corazón que sueña en almacenes y no en manos abiertas que reparten.

¿Quieres que Dios actúe por ti?

lo que debes hacer

No hay problema, pero déjale que actúe como Dios. No a tu estilo.
¿Quieres que solucione tu problema matrimonial?
Espera a que Dios os cambie el corazón a los dos y os exija superar vuestros egoísmos.
¿Quieres que solucione el problema que tienes con tu hermano o tu cuñado o tu suegra?
No hay problema. Dios te pedirá bajes del caballo de tu orgullo y les hables con cariño.
¿Quieres que solucione el problema que tienes con tus vecinos con los cuales no te hablas?
Tú tranquilo. Dios tocará a tu corazón y te exigirá aprendas a perdonar y a superar tus resentimientos.

Dios, claro que escucha. Claro que nos ayuda, pero a su estilo, no al nuestro. Dios actúa cambiando tu corazón, bajándote el moño de tu orgullo, sanando las heridas de tus resentimientos. Pidiéndote que te levantes, toques a su puerta, le sonrías y le pidas perdón.

Al que le pidió ayuda para que le dieran la parte de herencia que le tocaba se lo dijo clarito: “Ya hermanito, tú tranquilo. Mira, tú y tu hermano guardaos de toda codicia. Poned generosidad en vuestro corazón. Y vuestra herencia llegará para los dos”.

No pidamos soluciones hechas, pidamos caminos para que nosotros solucionemos nuestros problemas.

No le pidamos que sea Él quien se meta en líos, sino que nos diga por donde caminar para que los evitemos nosotros. No le pidamos que vaya Él por nosotros, sino que nos señale el camino por donde ir nosotros.

Dios actúa siempre, pero siempre a través de nosotros. Dios no fomenta ni nuestra holgazanería ni nuestras perezas. Dios actúa siempre a través de los cambios que hace en nosotros y que hacen inútiles sus intervenciones.

¡El corazón, tonto!

bienes espirituales

Estaba uno rezando en la Iglesia, mientras tanto se dio cuenta de que un niño chiquito andaba jugando entre las bancas. Cada vez que pasaba a su lado sentía que le decía algo, pero no le hizo caso.

Mientras hablaba con Dios, sintió una voz dentro de sí que le decía: ¿Qué quieres que te regale hoy? Al principio se sintió desconcertado, luego pensó que esa podría ser su gran ocasión y comenzó a darle vueltas dentro. ¿Qué le pido? Se lo quería pedir todo. ¿Le pido dinero? El niño pasó a su lado y le dijo en voz baja: “El corazón, tonto”. ¿Le pido riqueza para sacar adelante a mi familia? El niño vuelve a pasar: “El corazón, tonto”. ¿Le pediré una casa nueva donde, por fin todos nos sintamos a gusto? “El corazón, tonto”, volvió a decir el niño. Molesto de lo que le decía el niño, le agarró de un brazo y la preguntó: ¿Por qué dices “el corazón, tonto?”

Perdone, Señor, pero usted va a pedir cosas inútiles. Pida que le regale un corazón nuevo y tendrá usted todo lo que pide, pero si le pide con ese corazón ambicioso, por mucho que le conceda lo que le está pidiendo siempre se sentirá molesto, porque siempre querrá más.

Si le pide dinero, siempre querrá tener más.
Si le pide una casa, siempre querrá una mejor.
Pero, con un corazón nuevo usted será feliz con lo que tiene.

Cuando le pedimos con un corazón nuevo le estamos pidiendo todo. Por eso, Dios más que cosas suele regalar corazones. Con corazones nuevos, sin egoísmo, lo poco que tenemos será suficiente para satisfacer nuestras necesidades. En tanto que, con un corazón egoísta, nunca tendremos lo que nuestro egoísmo desea.

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