Hoja Parroquial

Cuaresma 4 – C | Los hermanos

Domingo, 30 de marzo del 2025

Y la fraternidad, ¿dónde está?

La parábola conocida como del “hijo pródigo” recarga las tintas sobre el hermano menor. Él es el malo de la película. Él quien se fue de casa. Él quien malgastó toda su herencia dejando su vida echa jirones. Él quien se muere de aburrimiento y de hambre. Él quien decide regresar a casa.

En el centro está el Padre, que debiera ser como el eje de la parábola. El padre que respeta la libertad del hijo. El padre que vive con el corazón herido esperando su regreso. El que lo recibe con los brazos abiertos devolviéndole el calor de su corazón. El padre que hace fiesta.

Al otro lado del mundo está el hijo mayor. El hombre siempre sumiso, obediente y trabajador. El que se contentaría con merendar un buen cabrito con sus amigos, para sentirse gratificado. Es el hombre de la ley y con el corazón vacío de amor. El que ni ha descubierto el amor del Padre y menos el amor de hermano. El hombre de la obediencia sin amor. El hombre del trabajo sin amor.

En medio de los dos hermanos, el Padre tratando de reconciliarlos y devolverles el calor de la fraternidad. Muy trabajador el uno, pero incapaz de dar un abrazo. Muy cumplidor de la ley, pero incapaz de amar, perdonar y reconciliarse, hasta incapaz de un saludo. Hasta ese momento el padre sufre el dolor de la pérdida de uno de sus hijos, pero ahora que su amor es capaz de recuperar al hijo perdido, termina sintiéndose incapaz de reconciliar a los dos hermanos. Ama a los dos, pero uno no entiende de amor. No logra integrarlos a los dos en una misma fiesta y en un mismo banquete.

Uno se pregunta, ¿qué le dolió más al corazón del Padre? ¿El abandono del hogar del que se fue y regresó o el dolor del hijo que vive en casa muy obediente pero incapaz de amar a nadie? ¿Quién está más lejos del hogar? ¿El que se marchó o el que vive en casa sin amor?

Es la tragedia de tantos hogares y de tantas familias. Unos padres llenos de amor, pero unos hermanos irreconciliables. Hermanos con los lazos de la fraternidad rotos. Hermanos divididos, enemistados, que no se entienden. Hermanos, muchas veces, con lazos aparentes mientras viven los “viejos”, pero que rompen definitivamente sus relaciones por la avidez de una herencia.

Existen demasiados hermanos que no se hablan, que no se tratan y que no se aman. Resultando en una familia rota y desintegrada. ¡Cuántos hermanos metidos en largos juicios por el egoísmo de una herencia! Los dos lloran la muerte de los padres, pero esas lágrimas no son capaces de recordarles que lo que los padres esperan de ellos es el testimonio de la fraternidad.

¿El dolor del hermano mayor?

Uno se pregunta dónde estaba el fastidio y el dolor del hermano mayor. ¿Era porque también él había perdido a un hermano? ¿Era porque el hermano le era indiferente? ¿Era porque sentía que corría peligro de nuevo su herencia?

Todas las hipótesis son posibles. No creo sintiese mucho la ausencia de su hermano porque no creo tuviese un verdadero sentido de afecto y fraternidad. Es posible que en su corazón hasta sintiese fastidio de que el hermano hubiese regresado a casa. No lo sentía como hermano, lo llama “ese hijo tuyo”, mientras que el padre le dice “este hermano tuyo”. Hasta los criados se lo recuerdan: “Ha vuelto tu hermano”. Todos lo reconocen como hermano, menos él. No lo siente como hermano, es sencillamente “hijo tuyo”, pero no mi hermano.

La escena se presta a muchas consideraciones tanto familiares como eclesiales. Pensemos, por un momento en los hermanos de la comunidad que se nos han ido. Cierto que para Dios tiene que ser un golpe a su corazón de Padre. ¿Nos dice algo el que se hayan ido y abandonado la casa de su bautismo, la Iglesia? ¿Nos preocupa mucho su regreso? Para Dios todo regreso es una fiesta de su corazón.

Cada confesión es el sacramento de la fiesta que Dios hace por el pecador que se convierte. ¿Alguna vez nosotros hemos hecho fiesta por alguno de esos hermanos nuestros que se han convertido y han regresado al seno de la Iglesia? ¿No será más bien que los hemos recibido con indiferencia y hasta hemos puesto en duda la sinceridad de su regreso? Nadie hace fiesta de regreso si antes nuestro corazón no ha sufrido por su ausencia.

Cada celebración dominical de la Misa es una celebración de la fiesta pascual de la fe. ¿Dónde están los que no están? ¿Notamos su ausencia? ¿Nos dice algo su ausencia? ¿Nos dice algo el verlos un día compartir con nosotros la misma comunión? Abundan los “hijos menores”, pero ¿no abundarán más los “hijos mayores” indiferentes?

Descubrió a su padre

Fue necesario que se fuese de casa, para descubrir el calor de hogar.
Fue necesario pasar hambre, para reconocer lo sabroso que era el pan de casa.
Fue necesario vivir entre chanchos, para darse cuenta lo bien que se vive en casa.
Fue necesario vivir solo, para darse cuenta del valor de la compañía del hogar.
Fue necesario sentirse un asco, para pensar seriamente que tenía un padre.
Fue necesario pasar necesidad, para descubrir el amor del padre.

Sabemos lo sabroso que es el pan, cuando no lo tenemos
Sabemos lo hermoso que es tener un padre, cuando carecemos de él.
Sabemos lo hermoso que es ser familia, cuando la perdemos.
Sabemos lo importante que es la fidelidad, cuando perdemos nuestro matrimonio.
Sabemos lo bellos que nuestros hijos, cuando nos los quitan.
Sabemos lo maravillosa que es la esposa, cuando nos echa a la calle.

Pareciera que necesitamos caer hasta el fondo, para enterarnos que arriba estaba la luz.
Pareciera que necesitamos experimentarnos destrozados por el pecado, para abrir los ojos a la belleza de la gracia.
Pareciera que necesitamos sentir el vacío de Dios, para sentir lo importante que es Dios en la vida.
Pareciera que necesitamos caer enfermos, para valorar lo que es la salud.

El Pueblo de Dios debió experimentar la dureza del largo desierto, para apreciar mejor el valor de tener una tierra propia.
El Pueblo de Dios debió experimentar la dureza de la esclavitud, para darse cuenta de la belleza de la libertad.

¿Será por eso que la liturgia canta: “¡Oh feliz culpa que nos mereció un tal Redentor!”?
Es triste que uno tenga que compartir las bellotas de los cerdos, para recordarse del pan caliente que se comía en su casa.
Es triste tener que vivir bajo el dueño de una piara de cerdos, para darse cuenta de que en casa hay un padre.

Crisis de fraternidad social

La crisis de la fraternidad es también crisis social. Resulta difícil descubrir hoy el sentido de fraternidad en la sociedad. Vivimos en una sociedad que es más excluyente y que incluyente.

La anti-fraternidad cultural. Somos un país multicultural, pero también multiexcluyente. ¿Podremos acaso decir que vivimos abiertos a las distintas culturas del país? Selvático, serrano, cholo, etc., no son, hasta donde socialmente se observa, elementos de integración, sino elemento de separación. Todos llevamos un cierto olor a serrano, a cholo, a selvático y todos tenemos una gran sensibilidad olfativa.

La anti-fraternidad económica. Tampoco la economía es fraterna. Economía para todos. Lo económico excluye, margina: barrios residenciales, barrios jóvenes, barrios marginales. Y no es el Padre el que margina económicamente. ¿Acaso no somos los hermanos los que nos marginamos mutuamente?

La anti-fraternidad educativa. ¿Es nuestra educación integradora? Es nuestra mentalidad integradora? ¿Disponen todos de las mismas posibilidades y condiciones?

La anti-fraternidad emigrante e inmigrante. Vivimos en una cultura de la emigración e inmigración. Es la cultura de la movilidad poblacional. ¿Cómo se recibe hoy al inmigrante? Las leyes de los países son duras y limitantes. En mis vacaciones, raro era el día en el que la guardia costera no encontraba “pateras” a la deriva en el estrecho de Gibraltar. Hombres, mujeres, niños varados por el mar a la playa, muertos o a punto de morir. Camiones frigoríficos que aparecen en ciertas fronteras cargados de informales muertos.

Y estoy hablando de países que saben mucho lo que es emigrar ante las necesidades. Y ahora que las cosas han cambiado. Ahora levantamos fronteras. No. La humanidad no ha aprendido todavía la fraternidad. Demasiada ley que excluye de la mesa del Padre, a demasiados hermanos. Esa es una realidad. ¿Alguien la pone en duda? ¿Nos dice algo?

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