Hoja Parroquial

El perdón de Dios

Domingo, 6 de abril del 2025

“Tampoco yo te condeno”

Para nosotros los hombres, lo más fácil es condenar a los demás, es de las cosas que mejor sabemos hacer. Mientras tanto, qué difícil le resulta a Dios condenar a alguien. Hasta diría que es lo único que Dios no sabe hacer porque en realidad Dios nunca condena. Lo único que Dios sabe muy bien es perdonar y salvar. “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo”.

Cuando uno piensa con serenidad, se da cuenta de las tremendas incongruencias que todos llevamos dentro de nosotros mismos. Somos estupendos jueces cuando se trata de juzgar el pecado de los demás y, a la vez, diera la impresión de que estamos ciegos para ver la basura que todos llevamos dentro. Incluso diría que, más de una vez, juzgamos y condenamos en los otros aquello mismo que nosotros hacemos, pero que en los demás es importante mientras en nosotros nos pasa desapercibido.

Los acusadores de la mujer adúltera parecían muy seguros de ellos mismos, hasta se presentaban como muy celosos de la fidelidad conyugal, pero no se esperaban la respuesta de Jesús. Quien escupe al cielo le cae en la cara. Jesús nunca se complica en la casuística barata; al contrario, aprovecha esas dolorosas circunstancias para que tomen conciencia de su propia verdad o de su propia mentira. No se mete con la mujer, se dirige a ellos: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Lo que hace realmente Jesús es destaparlos y confrontarlos a cada uno con su propia conciencia: “El que esté libre de pecado…”.El que se crea inocente… El que se crea limpio… Y el remedio fue eficaz.

El relato de Juan diera a entender que todos aprendieron la lección y tomaron conciencia de que, en el fondo, también ellos eran pecadores. Por eso, como quien no hace nada, cada uno se fue escabullendo hasta dejar solos a Jesús y a la mujer. “¿Dónde están los que acusaban?”. Cada uno desapareció de la escena con su conciencia de pecadores. Las piedras se les cayeron de las manos y en sus manos se llevaron su conciencia al descubierto.

Es entonces que aparece la verdadera figura de Jesús. No es que Él sea un manga ancha que todo se lo traga. Es consciente de que la mujer ha fallado, que ha sido infiel, que es una adúltera, pero la actitud de Jesús frente al pecado no es ni de escándalo ni de acusación. Frente al pecado, la actitud de Jesús es de gracia, de amor, de salvación. “Tampoco yo te condeno”. Pero no te condeno porque me siento pecador como ellos, sino porque, a pesar de todo, mi corazón te sigue amando, por eso te pido: “Anda, vuelve a tu casa, vuelve a vivir. Pero eso sí, en adelante no peques más”. ¡Qué cosas tiene el corazón de Dios!

Yo acuso, tú acusas…

Así habría que titular este Evangelio de hoy. ¿Hay alguien que no acuse al otro? Todos tenemos vocación de jueces, pero siempre jueces del otro. No jueces de uno mismo.

Que me disculpen los barrenderos de la Municipalidad, porque su profesión me parece muy esencial para la salud pública, pero su oficio tiene cosas curiosas. El barrendero pasa por la calle mirando solo dónde encuentra tachos de basura y se olvida de ver esos pequeños rinconcitos de flores que hay por todas partes. Ellos tienen la misión no de jardineros, sino de “recoger la basura”. Somos muchos los que pasamos por la vida y por la calle, como los barrenderos. Sólo nos dedicamos a ver dónde descubrimos la basura de la vida de los demás y no se nos ocurre ver las flores que hay en cada uno de ellos. Porque todos llevamos nuestros pequeños jardincitos llenos de flores. Pero nosotros preferimos ver sus basuritas.

Por eso, más que reconocer lo bueno que los demás tienen, preferimos ver lo malo que nunca falta en nuestras vidas. “La hemos sorprendido en flagrante adulterio”. No han visto nada más en esa mujer y posiblemente también en ella había muchas cosas buenas. Entre otras, su capacidad de cambiar, que es precisamente lo que Jesús reconoce en ella. “Yo tampoco te condeno. Vete. No peques más”.

Por eso mismo, las críticas, las murmuraciones y la chismografía, con frecuencia, revelan más el corazón del chismoso que el corazón de aquel de quien hablamos y juzgamos y condenamos. Dime de qué murmuras y te diré lo que hay en tu corazón. Dime lo bueno que ves en los demás y te diré lo bueno que es tu corazón.

Tú no eres indiferente en mi vida

Si algún día he fallado, no me hundas con tu crítica.
Necesito tu palabra de aliento.

Si algún día he caído, no me empujes, hundiéndome más.
Necesito tu mano para levantarme.

Si algún día sabes que soy pecador, no me condenes.
Dime que Dios es perdón.

Si algún día te enteras que no soy tan bueno como creías,
no te desilusiones de mí.
Llámame para que te busque.

Si algún día te fallo, por favor, tú no me falles.
Es entonces que te necesito.

Si algún día sabes que ando extraviado, búscame.
Tu cariño me hará volver a casa.

Si algún día te enteras que soy pecador, límpiame.
Tu amor puede salvarme.

Ya ves, tú no eres indiferente en mi vida.
Tú me eres necesario, indispensable.

Y si algún día me necesitas, puedes contar conmigo.
¿De acuerdo?
¡Es un pacto entre los dos!

Los pecados de Dios

Dios peca de débil.
Dios peca de amor.
Dios peca de perdón.
Dios peca de comprensión.
Dios peca de bondad.

Claro, supuesto:
Que la debilidad del corazón, fuese pecado.
Que el amar demasiado, fuese pecado.
Que el perdonar siempre, fuese pecado.
Que el comprendernos siempre, fuese pecado.
Que la bondad, fuese pecado.

Así entiendo que Dios:
Es para los débiles.
Es para los que necesitan ser perdonados.
Es para los que necesitan ser comprendidos.

Es decir: Dios es para ti y para mí.

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