Hoja Parroquial

Domingo 8 – C | Providencia

Domingo, 2 de marzo del 2025

La providencia no es invitación a la pereza

Leyendo el Evangelio de hoy diera la impresión de que Dios lo tiene que hacer todo por nosotros. ¿Por qué preocuparse del mañana si Dios nos traerá el pan a la puerta de la casa, como nos traen el periódico? ¿Por qué preocuparse del mañana si Él nos regalará nuestro vestido cada mañana?

Es decir, nosotros a sestear tranquilos porque Dios será nuestro panadero, nuestro sastre y todo. ¿Será ese el sentido de la providencia que aquí se nos describe? Creo debiéramos comenzar por el final: “Buscad primero el reino de Dios: lo demás se os dará por añadidura”.

¿Que Dios viste de colores a las flores? Yo estoy convencido, pero a las flores tenemos que regarlas y abonarlas. De lo contrario, tanta belleza se seca y se muere.

¿Que los pajaritos no siembran ni cosechan? También es cierto, pero yo miro a mi jardín y contemplo cómo los pajaritos andan todo el día picoteando buscando su alimento.

La providencia es confianza en Dios, abandono en Dios pero, a la vez, es poner lo nuestro. Nos regala las papas, pero tenemos que sembrarlas y cuidarlas. Nos regala el trigo para que no nos falte el pan, pero tenemos que sembrarlo, extirpar las malas hierbas, luego tendremos que segarlo y moler los granos para hacer la masa y cocer el pan.

Yo diría que la providencia es un confiar y fiarnos de Él, pero luego colaborar con Él. Dios no fomenta la pereza, sino la confianza. Dios no ahorra el esfuerzo que nosotros podemos hacer. Él pone lo suyo, pero siempre que nosotros pongamos lo nuestro.

Tendremos que buscar trabajo porque Él no nos lo va a dar. Tendremos que trabajar porque Él no suple nuestra pereza. Los perezosos no son signo alguno de que creen en la providencia, sino de vagos.

Lo que Jesús nos pide es que no vivamos como si Dios se olvidase de nosotros; además, no quiere que vivamos con la angustia del mañana. Esa es la confianza de los hijos en el padre. Pero también los hijos tendremos que hacer algo. Mientras el padre y la madre siembran el campo ellos tendrán que ir a la escuela. Dios siempre le echará una mano al hombre, pero con ello no quiere hombres mancos. Siempre cuidará de nosotros, pero nosotros ¿tendremos la suficiente confianza en Él?

Pedimos mucho y hacemos poco

El Evangelio de hoy termina con una frase que invita al examen. “Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura”. Nosotros todo se lo pedimos, pero qué hemos hecho antes por el reino de Dios.

Lo más fácil es quejarnos de que Dios “no me escucha”, pero no nos preguntamos si nosotros le hemos escuchado. Nos lamentamos de que Dios “no nos echa una mano” cuando estamos mal y lo necesitamos, pero cuándo le echamos una mano nosotros a Dios para que su reino y su justicia sea una realidad.

No es que Dios cobre por adelantado. Dios no cobra ni adelantado ni retrasado. Es que para recibir los dones de Dios también nosotros necesitamos estar preparados y dispuestos. No basta echar la semilla en la tierra, si la tierra no está abonada y arada. La semilla puede ser buena y abundante, pero la semilla requiere de condiciones para su crecimiento.

No es Dios quien cobra primero, somos nosotros los que necesitamos estar en condiciones de recibir sus dones y su ayuda. Es ahí donde posiblemente fracasen muchas de nuestras oraciones. El mejor abono y las mejores condiciones para recibir los dones de Dios es que Él nos encuentre metidos en sus intereses que, al fin y al cabo, más que intereses suyos son nuestros.

Para comenzar en nuevo año escolar

Un día se me ocurrió preguntar a un grupo de niños de Primera Comunión: “¿No os parece que la Iglesia está vacía y que aquí no vive nadie?”. En su inocencia me respondieron: “No, Padrecito. Aquí vive Jesús. Aquí siempre hay alguien”. ¡Qué razón tenían aquellos niños!

Si preguntásemos a cada uno de los fieles, ¿no te parece que tú estás vacío y que dentro de ti no vive nadie? ¿Cuál sería la respuesta? ¿Sería: No, Padrecito, yo no estoy vacío por dentro, dentro de mí siempre hay alguien en casa?

En el fondo, es lo que nos dice Pablo en la segunda lectura: “¿No sabéis que sois templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros?”. No somos casas deshabitadas, somos casas habitadas por el Espíritu Santo. Por eso cada uno es un templo o casa de Dios, incluso aún aquellos que nos parecen malos también son casas de Dios.

Lo que sucede es que cuando entramos en una Iglesia nos ponemos todos serios y reverentes aunque, tengo que decirlo, en ciertas bodas aquello más parece una plaza que otra cosa. Sin embargo, cuando nos encontramos con alguien a nadie se le ocurre mirarlo con reverencia, más bien lo solemos mirar con ojos de deseo. Qué maravilloso sería que cuando los demás nos miren, nos pudieran ver como la casa de Dios y nadie se atreviese a profanarnos con sus miradas y deseos. Nos quedamos con las paredes de nuestros cuerpos, pero no somos capaces de ver lo que hay dentro: el Espíritu Santo. ¿No crees que es una pena?

¿Se puede vencer el mal?

Todos conocemos lo malo que existe en nuestro alrededor.
Todos nos preguntamos qué hacer frente al mal, cómo vencerlo y si es posible superarlo.

Yo siempre había entendido que la tiniebla se vence con la luz.
Un simple fósforo es capaz de iluminar la más espesa de las oscuridades.
Una sonrisa es capaz de borrar la mayor tristeza.
Una palabra amable es capaz de hacer bajar el tono del que grita.
Un poco de azúcar es capaz de endulzar una taza de café.
Una simple caricia es capaz de ganar un corazón.
Una llamadita de teléfono es capaz de despertar infinidad de recuerdos olvidados.

Jesús ha sido el único que ha descubierto la clave.
El mal sólo puede ser vencido por el bien.
El odio sólo puede ser vencido por el amor.
El resentimiento sólo puede ser vencido por un sentimiento de cariño y afecto.
El pecado sólo puede ser vencido por la gracia.
La pereza sólo puede ser vencida por un poco de esfuerzo.

La vulgaridad sólo puede ser vencida ejerciendo el bien.
El pecador sólo puede ser vencido por el santo que se despierta en él.
El silencio sólo puede ser vencido por una palabra amable.
La guerra sólo puede ser vencida por los gestos de paz.
La miseria sólo puede ser vencida por una actitud del compartir de los que tienen.

Una bofetada, decía Jesús, sólo puede vencerse poniendo la otra mejilla.
La oscuridad sólo puede ser vencida por la luz.
La mentira sólo puede ser vencida por la verdad.
La desesperación sólo puede ser vencida por un poco de esperanza.
La frialdad de los unos con los otros sólo puede ser vencida con un poco de calor humano.
El cansancio sólo se vence con un poco de descanso.

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