Cada uno tiene sus propios dones. Felizmente Dios los reparte. Nadie los tiene todos, ni nadie carece de alguno. Eso, de alguna manera, nos hace a todos dependientes los unos de los otros. Nos complementamos.
Y así como todos tenemos el don de hablar, también debiéramos tener el don de escuchar. Nos han enseñado a hablar, pero ¿alguien nos ha enseñado a escuchar? Si el hablar es la manera de expresarnos a nosotros mismos, el ser capaz de escuchar es la manera de hacer posible que los demás se expresen a ellos mismos.
La escucha es tan importante como el hablar porque, si bien muchos están esperando que les digamos algo, son más los que están a la espera de que los escuchen a ellos. Esto sucede mucho con los ancianos. Entre sus necesidades están sin duda alguna la que alguien les dedique tiempo y atención para que los escuche.
Escuchar a los otros no es una simple pasividad. No es un simple estar y callar. La escucha supone una atención y esa atención implica esa disponibilidad. El ejercicio interno de nuestro de callar, hacer silencio, pero un silencio que vamos llenando con la palabra de los demás.
La escucha tiene que hacerle sentir al otro lo importante que es para nosotros, que sus cosas nos interesan. No es cuestión de leer el periódico o estar viendo televisión y escuchar a la vez. Eso da la impresión de que no tenemos nada que hacer y que lo que nos distrae son las noticias del periódico y no las tonterías que de su vida nos cuenta el anciano.
Ser especialistas en escuchar a los demás es ser especialistas en el conocimiento de la sicología de las personas, es ser especialista en hacerle sentir importante al otro. Hay que escuchar con la misma seriedad con la que el otro nos habla. Para el anciano sus memorias son importantísimas para él. Son como el resto que le queda de su vida, pero que se hace vida en tanto las puede transmitir.
No es fácil escuchar siempre la misma historia o el mismo cuento que ya nos lo sabemos de memoria y, sin embargo, demostrar que nos sigue siendo interesante.
Entre las obras de misericordia tendríamos que introducir ésta: “escuchar a los ancianos con serena tranquilidad e interés”. Al anciano le ayudamos a dar importancia a su vida cuando le escuchamos. Esa es también una manera muy humana de hacerle sentir que su vida ya gastada aún es interesante para nosotros. Escuchar es identificarme con el otro. Escuchar es hacer importante al otro. Escuchar es darle ganas de vivir al otro.