Queridos enfermos, de nuevo con vosotros.
Sí, aunque os pueda parecer algo tonto, siento un cierto placer conmigo mismo cuando me pongo a escribiros. Y eso que, debo confesarlo, no me siento cómodo escribiendo a enfermos estando yo sano. Y lo digo con toda sinceridad. Cuando el sano escribe a un enfermo, lo hace desde su estado de buena salud y ve las cosas desde otra perspectiva. Y hoy me siento peor, por la sencilla razón de que, hoy, me meto de consejero vuestro. ¿Habéis visto mi atrevimiento?
Sólo puede escribir bien del amor aquel que ama de verdad.
Sólo puede escribir bien de la vida, aquel que vive con gozo la vida.
Sólo puede escribir bien del dolor, aquel que, a pesar de estar sufriendo, todavía sueña con la vida.
Sin embargo, yo sé que vosotros me entendéis. Y estoy seguro que aceptaréis que alguien desde las gradas de la buena salud se atreve a deciros algo que os pueda ayudar a vosotros que estáis luchando en el ruedo del sufrimiento y la enfermedad.
¿Es buena la enfermedad? No. No es buena, porque es un atentado contra la belleza de la vida. Y la prueba la tenéis en el hecho de que Jesús se inclinó muchas veces hacia los enfermos y los sanó. Y ellos recuperaron la alegría de vivir de nuevo.
¿Y si la enfermedad no es buena, entonces para qué sirve? Dicen, y no estoy muy seguro de que la enfermedad no es buena pero ayuda mucho a ser mejores. Porque quien es capaz de aceptar la enfermedad, de alguna manera está demostrando que es más que su propia enfermedad.
La enfermedad no es buena, pero ayuda a que, quien sabe ser enfermo, puede ser mejor. Porque en ella manifiesta el temple de su espíritu, la capacidad de sufrimiento, y su capacidad de sentirse superior a su propia enfermedad. Es también una manera de sentirse libre.
Que ustedes no quisieran estar enfermos sino que quisieran tener buena salud. Eso nos sucede a todos. Y esto es lógico y coherente. Lo contrario sería sentirse dominados por el dolor. Y por eso tenemos que luchar por sanarnos, al menos hasta donde sea posible. Luchar por sanarse es algo que Dios quiere. Contar con las medicinas y con los médicos para sanaros y curaros, es algo que está en los planes de Dios. Claro que, cuando la ciencia ya no puede más y las medicinas resultan ya inútiles, entonces os queda la aceptación, que no es resignación sino una actitud de aceptaros a vosotros mismos como sois, amaros como sois y luchar por vivir como sois.
Hace unos días, una enferma me contaba. “Padre, yo ya me entregué a la enfermedad”. Cuando vio mi reacción de decirle que no se diese por vencida, ella me respondió muy sabiamente: “No, Padre, entregarse a la enfermedad no es rendirse, es hacer de la enfermedad una amiga. Así, en vez de verla como un intruso en mi vida, la considero una amiga con la que estoy llamada a vivir cada día”.
Bueno, amigos enfermos, luchad. Pero si no podéis más, haceos amigos de la enfermedad. Así su compañía os resultará más fácil. Una vez más, vuestro amigo de siempre
Vuestro amigo,
Clemente Sobrado C.P.