Queridos enfermos: Hola, ¿cómo estáis? De nuevo con vosotros. Siempre es bueno hablar con alguien que sabe escuchar y siempre es bueno saber que, aun desde lejos, se puede charlar con quienes suelen sufrir de soledad.
Hace unos días visité a uno de vosotros. Me llamó por teléfono. Y me di un tiempecito para acompañarle. Cuando le dije que no venía solo, sino que le traía un amigo a quien él había visitado muchas veces, se me quedó mirando y temiendo que le estuviese engañando me dice: ¿y dónde está ese mi amigo que no lo veo? Yo saqué mi cajita donde llevo la comunión y le dije: es tan gran y tan chiquito a la vez, que lo puedo meter en esta cajita.
Con una cara iluminada de sorpresa me dice: “me trae la comunión, gracias, Padre. No sabe cuánto se lo agradezco”. Bueno, le dije, usted ha ido muchas veces a la Iglesia a verle a él. Ahora, él ha querido venir conmigo para visitarle a usted.
Habérmelo dicho, Padre, para mandar arreglar mejor mi cama y mi cuarto… ¿No ve cómo está en desorden?
Poniéndome en su condición de enfermo, le dije, que el Señor no solía avisar para que le preparasen todo bien. Porque él no se fijaba en el orden o desorden de la habitación. Porque él no venía a tomarse el lonche. Lo importante para él era el enfermo.
Entonces me dijo algo que me impresionó. ¿Quiere que le diga una cosa? Yo le llamé a usted porque sé que usted no daría importancia a lo que viera en mi cuarto, las medicinas, y demás tonterías que suele tener un enfermo. Pero nunca me hubiera atrevido a pedirle que me lo trajese a él. Como cuando vamos a la Iglesia todo es tan formal. Hay tanto orden y limpieza…. Y alguna vez que me asomé al sagrario lo vi todo tan limpio…
Y usted que se ha creído… ¿Acaso se imagina que en la casa de Nazaret todas las paredes eran de mayólica fina y que los pisos brillaban con las ceras que hemos inventado hoy? Olvídese, allí había virutas de la carpintería. Los martillos y serruchos no siempre estaban en orden. Y hasta es posible que sobre la mesa donde comían hubiese algún martillo o algunos clavos o algunos maderos.
Todo eso, al Señor no le dice nada. Él mira los corazones y eso le es suficiente. Jesús no viene a hacerle una visita esperando que lo reciban con música. Para él es una alegría poder entrar en el corazón de alguien que estando enfermo es capaz de amarle, quererle y decirle cosas bonitas.
Cuando, después de un rato de sabrosa conversación, me retiré, mi amigo enfermo me acompañó con su mirada hasta la puerta repitiéndome incansablemente: “Gracias, Padre, gracias, muchas gracias…” Muchos se imaginan que cuando vamos a visitar a un enfermo, debemos hablarle de todo, menos de Dios, porque podemos darle un susto y perturbarle. Esto lo piensan los sanos, porque los enfermos que yo conozco, y son muchos, siempre ha recibido con gusto, con ilusión la visita del Señor en la comunión y en la confesión y en la oración.
Bueno, amigos enfermos, un abrazo de vuestro amigo de siempre
Clemente Sobrado C.P.