Claro que no. La familia es una de las células de la sociedad. Para muchos, la célula básica. Es parte del tejido social y como tal participa la realidad de la sociedad. La buena salud de la sociedad ayuda a la familia a ser mejor y una mejor familia ayuda, a su vez, a la sociedad a ser mejor.
De ahí que no podemos considerar la familia como una realidad independiente, al margen de la sociedad. Es preciso verla como parte de la sociedad. Verla en la sociedad y desde la sociedad. Tampoco resulta fácil sanar a la familia si, a su vez, no sanamos la sociedad. Necesitamos de una familia sana para una sociedad sana. Pero cuando queremos sanar a la familia no podemos hacerlo sin tener en cuenta el medio ambiente social en la que está inserta.
En la familia inciden factores como el laboral, el político, el legal, el cultural, el sanitario, y el econónico. Todos resuenan en el corazón de la familia como realidades positivas, y, también negativas. Hace unos años, alguien escribía que cuando tenemos un pez en una piscina y el agua se está contaminando, el pez también comienza a perder oxígeno e incluso puede morirse. No es suficiente sacar al pez de la piscina y mantenerlo durante algún tiempo en un agua purificada, si luego lo vamos devolver a la misma agua de la piscina. Habrá respirado a gusto por unos momentos, pero luego vuelve a la asfixia de la piscina. La mejor manera de salvar al pez, no es darle unos momentos de agua limpia, sino cambiar el agua de la piscina.
Con la familia puede sucedernos algo parecido. Si no se purifica el agua-ambiente en la que está, la familia terminará por sufrir también la asfixia de valores, de ideales y de compromiso. Ese es el motivo por el cual todos somos responsables de la salud de la familia. Cada uno desde nuestra propia realidad, pero, al fin y al cabo, responsables. Quejarnos de que la familia anda mal, es preguntarnos a cada uno de nosotros ¿y yo qué hago por ella? ¿nosotros qué hacemos por ella? Esto lo conoce muy bien la familia cuando quiere marcar un camino, por ejemplo, para sus hijos, éstos inmediatamente acuden al argumento: “todos mis compañeros lo hacen”. Cuando el “ambiente todos” comienza a ejercer presión, los padres perciben claramente que sus esfuerzos de convencimiento están demasiado debilitados por la fuerza que llega desde afuera.