Hoja Parroquial

Adviento 3 – C | Alegría y Adviento

Domingo, 15 de diciembre del 2024

“Y nosotros, ¿qué hacemos?”

Estamos demasiado acostumbrados a escuchar discursos, charlas, homilías. Todo termina con distintas reacciones: “¡Qué aburrido!” o “¡Qué maravilloso!” Pero nos quedamos ahí, todos seguimos igual, todos nos quedamos con ideas más o menos bonitas, todos seguimos igual. Algo así como si escuchásemos para entretenernos o pasarnos un rato agradable, pero sin que las palabras entren a nuestras vidas.

La gente que escuchaba a Juan se sintió tocada por su predicación. Por eso, la reacción fue espontánea. No se quedaron en ¡qué cosas dice!, sino que todos se sintieron aludidos y comprometidos. “Entonces, ¿qué hacemos?”.

Leemos la Palabra de Dios, nos ha gustado. Pero ¿ha despertado en nosotros la pregunta “y entonces, qué hacemos”? Lo importante no es si nos ha gustado o no lo que se nos ha dicho o lo que hemos leído, sino si nos hemos sentido tocados por lo que hemos leído o escuchado.

Tal vez lo peor sea el hecho de que todos nos quedamos satisfechos y contentos de lo que hemos leído o escuchado, por más que luego todos sigamos igual. Hay una división entre lo que escuchamos y lo que hacemos, entre lo que escuchamos y lo que decidimos luego en nuestras vidas.

La Palabra que solo queda en los oídos, que no toca el corazón y decide la voluntad nos puede entretener, pero no nos sirve de nada. ¿De qué me sirve leer y entender la Palabra de Dios si luego yo sigo lo mismo que antes? ¿De qué nos sirve escuchar el Evangelio y la Homilía si al salir salimos igual que cuando entramos? Lo importante no es escuchar, sino sentirse aludido por lo que escuchamos y convertirlo en vida.

¿Es que la palabra de Juan tenía una fuerza especial? ¿O es que la gente buscaba algo y siente que en aquella palabra ha descubierto nuevos horizontes, nuevas posibilidades y nuevas motivaciones? Porque aquí todos se sienten tocados: “La gente preguntaba a Juan: “Entonces, ¿qué hacemos?”. Hasta los publicanos le preguntaron “Maestro, ¿qué hacemos nosotros?”. Y unos militares le preguntaron: “¿Qué hacemos nosotros?”.

Las palabras que no nos llegan al corazón y no nos invitan al cambio son palabras que se lleva el viento. Está bien que cuando leemos los textos bíblicos terminemos diciendo: “Palabra de Dios”. Eso es un acto de fe, pero de qué sirve saber que es Palabra de Dios, si luego no nos lleva a decir: “¿Y ahora qué tengo que hacer yo?”.  Es preciso sentirnos aludidos. Es preciso sentirnos tocados. Es preciso sentirnos cuestionados. Es preciso sentir que las cosas no pueden seguir igual, sino que es necesario tomar decisiones. Donde no hay decisiones personales todo queda en letra o palabra muertas.

Anunciar la esperanza

Juan “exhortaba al pueblo”.
Le “anunciaba el Evangelio”.
Le hablaba de buenas noticias.
Le hablaba de cambios y renovaciones.
Le hablaba de conversión del corazón.
Le hablaba de compartir.
Le hablaba de no extorsionar al débil.
Le hablaba de no abusar del poder.

En el desierto se respira un aire nuevo.
En el desierto comienzan a brotar semillas de futuro.
En el desierto no se habla de conservar.
En el desierto se habla de renovar.
En el desierto se habla de esperanza.
En el desierto no hay añoranza del pasado.
En el desierto hay miradas de futuro.
En el desierto se habla de “bautismo”,
se habla de nacimiento y no de muerte.
En el desierto se habla del Espíritu Santo,
se habla del fuego que alumbra nuevas metas.

Ya basta de tanta noticia negativa.
Ya basta de tanta mala noticia.

Que Dios se ha hecho noticia.
Que Dios se hace buena noticia.
Que Dios se hace esperanza.
Que Dios nos hace mensajeros de esperanza.

El don de la alegría

Sofonías y Pablo nos hacen hoy una invocación a la alegría. Sofonías nos dirá: “¡Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo. Israel, alégrate y gózate de todo corazón!”. Y nos da una razón más que suficiente y válida para vivir alegres: “Nuestra deuda ha sido condonada, y nos vemos libres de nuestros enemigos”.

Por su parte, Pablo gritará a los Filipenses: “Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres”. Además, nos ofrece varios motivos de alegría: El Señor está cerca”. No preocuparnos de nada, sino que nos entreguemos a la oración y súplica junto con la acción de gracias.

Muchos confunden seriedad con ser buenos, confunden intransigencia con la bondad. Por eso diera la impresión de que el cristiano tiene que ser un tipo amargado si es que quiere agradar a Dios. Algo así como si la alegría fuese una falta de respeto para con Dios.

A decir verdad, no entiendo que a Dios le gusten esas caras cuadradas en las que nadie despierta una sonrisa. Seriedad significa firmeza en la decisiones, pero en modo alguno ha de significar llevar un corazón triste y amargado. Dios nos quiere ver alegres, hasta le preocupamos cuando nos ve tristes. Cuando un padre ve que su hijo anda triste, apesadumbrado comienza a preocuparse. ¿Qué le pasará? Mientras que la alegría es signo de vida, señal de saber gozar y disfrutar de las cosas.

Tenemos una invitación a la alegría porque el Señor está cerca. El Señor está para llegar. La Navidad está marcada por la alegría. Hasta los villancicos tienen otro sabor distinto al resto de los cantos. Prepararnos para la Navidad será también preparar nuestros corazones en la alegría, en el gozo y en la esperanza.

Esperar bajo el puente

“Alguien debe estar en casa, Señor,
cuando tú llegues.
Alguien ha de esperarte,
Abajo, en el río,
Delante de la ciudad.

Alguien ha de tener
La mirada vuelta a ti,
Día y noche.

Porque ¿quién sabe cuándo vienes?
Señor, alguien ha de verte llegar
Por entre las rejas de su casa,
Por entre las rejas.

Por entre las rejas de tus palabras,
De tus obras,
Por entre las rejas de la historia,
Por entre las rejas de los acontecimientos
Siempre actuales, siempre de hoy,
En el mundo.

Alguien ha de velar
Abajo, en el puente,
Para anunciar tu llegada, Señor,
Ya que llegas en la noche
Como ladrón.

Velar es nuestra tarea, velar.
Y hacerlo por el mundo.
Tantas veces está tan desatento…
Vaga por las afueras
Ni de noche siquiera vuelve a casa.

¿Se pone a pensar jamás
en que tú llegas
en que eres su Señor,
y en que vienes ciertamente?

Alguien ha de creerlo,
Y estar en casa a medianoche
Para abrirte la puerta
Y permitir que entres,
Vengas de donde vengas.

Señor,
Por la puerta de mi celda
Vienes al mundo,
A través de mi corazón
Llegas al hombre.
¿Qué otra cosa creemos que hacemos?

Nosotros permanecemos porque creemos,
Para creer y permanecer estamos aquí,
Fuera, a orillas de la ciudad.

Señor, alguien ha de soportarte,
Tolerarte, sin irse.
Aguantar tu ausencia sin dudar
De tu venida.

Aguantar tu silencio
Y aún así cantar.
Compartir tu pasión y tu muerte,
Y vivir de ellas.
Alguien ha de hacer esto siempre
Con todos los otros.
Y por ellos.


Y alguien ha de cantar,
Señor,
Cuando tú llegues.
Ese es nuestro quehacer;
Verte llegar, y cantar.
Porque eres Dios.
Porque haces unos prodigios
Que ninguno otro hace, fuera de ti.
Y porque eres formidable
Y maravilloso como ninguno.

¡Ven, Señor”
Detrás de nuestros muros,
Río abajo,
Te espera la ciudad!
Amén”
(Silja Walter)

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