Hoja Parroquial

Domingo 11 – B | Fe y semillas

Domingo, 16 de junio del 2024

A Dios le encantan las semillas

Las semillas deben de tener algo misterioso porque a Dios le encantan. No tengo idea de que Jesús entendiese mucho de chacarero ni mucho de sementeras; sin embargo, da la impresión de entender mucho de semillas. Le encanta utilizarlas como símbolo del Reino, como símbolo del Evangelio y hasta día como símbolo de la vida de Dios en nosotros.

Es que Dios todo lo comienza por las semillas. Él mismo comienza en nosotros haciéndose semilla. Por eso, para Jesús todo comienza también por las semillas. Lo cual nos está diciendo que Jesús da el primer paso, pero luego todo lo deja a la suerte de nuestra responsabilidad.

A la vez, nos considera a todos como tierra fértil, que es capaz de hacer brotar y crecer la semilla en nuestro corazón. Nada se nos da hecho del todo, todo se nos regala en semilla.

En el Bautismo se nos regala la vida de Dios, pero como semilla llamada a crecer en la tierra de nuestra vida.

En el Bautismo se nos da la vocación a la santidad como plenitud de nuestras vidas, pero es una santidad en semilla.

El amor se nos da en semilla, pero será la tierra de nuestro corazón la que lo hará brotar y crecer.

La vida eterna se nos da en semilla, pero será la tierra de nuestra vida la que la hará crecer hasta brotar en plenitud de vida a la hora de nuestra muerte.

También resulta curiosa la observación de Jesús: sembramos la semilla en el campo y mientras nosotros dormimos la semilla crece. Lo cual significa que nuestras vidas son un campo fecundo. La fuerza de la semilla es tal que, aun independiente de lo que nosotros podamos hacer, ella seguirá creciendo hasta dar fruto.

Así es Dios en nuestras vidas. Lo recibimos en semilla, ya que nuestro corazón de niños no daba tampoco para más, pero Dios va creciendo dentro de nosotros, incluso aunque nosotros no nos demos por enterados, incluso cuando estamos dormidos, ya que nosotros podemos dormir, pero las semillas no duermen.

Por eso no hay oficio más maravilloso que sembrar. Sembrar semillas de gracia, sembrar semillas de bondad, sembrar semillas de generosidad. Sembrar semillas de Dios.

Cosas de las semillas

  1. He comprado unas semillas y las he sembrado en mi jardín. Ahora sólo puedo hacer una cosa: esperar a que broten y crezcan. Tengo fe de que realmente broten en tallos. Es la misma fe que Dios tiene en mí cuando siembra en mi vida semillas de vida y de gracia.
  2. He visto unas semillas, son insignificantes, casi no se ven. Sin embargo, cuando las siembre serán flores que adornen mi jardín. Hay cosas muy pequeñas que pueden sembrar de belleza el jardín de mi corazón.
  3. A veces pienso que lo pequeño carece de importancia, siento que debo hacer cosas grandes para ser algo en la vida. Cuando veo las semillas, me doy cuenta de que también con las cosas muy pequeñas cada vida puede ser un campo de flores o un campo de trigo en flor.
  4. En la vida, lo importante es la semilla. Nada se nos da ya maduro, todo tiene que ser sembrado, brotar y crecer. Lo que hoy parece grande, algún día no fue sino una simple semilla, casi insignificante. Hoy me dedico a sembrar semillas en mi corazón.
  5. Me dan envidia los sembradores, sus manos siempre están abiertas para que las semillas caigan en el surco de la tierra. Sólo las manos generosas, manos abiertas, son capaces de llenar los surcos de la vida de posibilidades de nueva vida.
  6. Las semillas me hablan de tiempo de espera. Las semillas nunca tienen prisas. El corazón tiene que crecer al ritmo de las semillas, sólo así podrá florecer debidamente. Las prisas son malas hasta para el corazón, más aún para la vida.
  7. Las semillas me hablan de mañana, de primavera y verano. Por eso, las semillas no se quejan del frío del invierno. Los fríos invernales las favorecen y ayudan a fortalecerse para luego brotar con más vida en la primavera. Ya no van a importarme los fríos del alma porque cualquier día amanece en nueva primavera. (Clemente Sobrado C.P.)

El amor silencioso

Me preparaba para celebrar mi Misa de once de la mañana. Se me acerca un joven, bien apuesto y sonriente y me dice:

“Ayer vine a Misa y al salir me encontré con una señora con un niño llorando y una oreja infectada. Quería llevarle al hospital, pero le pedían trescientos soles que no tenía. Me hizo reflexionar.

A mí, Dios me ha dado más de lo que necesito y no puedo quedarme insensible.
Aquí tiene usted los trescientos soles, más cuarenta para que alguien pueda llevarla al Hospital. Yo no quiero figurar. Hablé con la señora y le dije que regresara al día siguiente que estarían los de la Asistencia Social y la atenderían”.

Al rato regresó y me dice: “Padre, deme el dinero que yo mismo la llevo ahora mismo en mi carro, porque el niño está sufriendo mucho. ¡Me quedé sin saber qué decirle! Solo me salió, gracias y que Dios bendiga tu corazón”.

Que hay gente mala, la hay, pero que hay corazones buenazos también los hay.

Que hay quien gana más de lo que necesita, sí que la hay, pero también gente que sabe compartir de lo suyo e incluso se toma la molestia de llevar en su carro al hospital a quien lo necesita.

¿Por qué siempre pensaremos que todo el mundo es malo? Felizmente la bondad no es exhibicionista como la maldad, por eso se ve menos. Pero está ahí. Gracias a esos corazones enormes, todavía hay mucha vida en el mundo y en la Iglesia. Fue el mejor sermón que escuché precisamente en el día de la Fiesta de mi Fundador, San Pablo de la Cruz.

La tarde de la vida

El día es tan día por la mañana, como al mediodía, como al atardecer.
La vida es tan vida cuando se nace, como cuando se es joven, o adulto, o entramos en el atardecer de la misma.
La persona es tan persona y tan digna de consideración cuando es niño, como cuando es joven o adulto, o contempla melancólico la puesta del sol de sus años.

Al niño le amamos y queremos porque es niño.
Al joven le amamos y queremos porque es ya joven.
Al adulto le amamos y queremos porque es adulto.
Al anciano le debemos nuestro amor y nuestro cariño, precisamente, porque es anciano.

El niño es como un árbol recién plantado.
El joven es como un árbol que comienza a florecer en primavera.
El adulto es como un árbol cargado de frutos.
El anciano es como un árbol cargado de frutos maduros, aptos ya para recoger.

Un niño sin una sonrisa nos causa tristeza.
Un joven sin una sonrisa nos preocupa.
Un adulto sin una sonrisa, decimos que tiene problemas.
Un anciano sin una sonrisa, decimos: le falta cariño, le falta calor humano.

Una sonrisa en labios de un niño es alegría de vivir.
Una sonrisa en los labios de un anciano es el agradecimiento a los años vividos.

Que cuando nos llegue la muerte nos encuentre vivos,
porque lo más duro es morir en vida antes de morir.

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