Hoja Parroquial

Domingo 16 – B | La compasión de Jesús

Domingo, 21 de julio del 2024

Cuando uno no se pertenece a sí mismo

Con frecuencia, en las ciudades encontramos letreros como estos: “Propiedad privada. No ingresar. Perro”. Y a continuación otro letrero: “Propiedad pública, no echar basura”.

Lo que es propiedad privada queda excluido del uso por los demás. Lo que es propiedad pública, es para uso y utilidad de todo el mundo. Todos podemos ingresar, allí no hay perros guardianes que impidan el paso.

Jesús y los discípulos dan la impresión de ser “propiedad pública”, “propiedad de todos”. Todos tenían derecho a ellos. Todos tenían derecho a su tiempo, a sus atenciones, a ser escuchados y atendidos en sus necesidades. Tenían tiempo para todos, menos para ellos mismos. La mejor señal de que tenemos tiempo para los demás es que no da la impresión de que tenemos prisas. Jesús “se puso a enseñarles con calma”.

Es que cuando uno ha entendido que su vida es suya, pero no le pertenece, entonces siente que se pertenece a los demás. Todos hablamos de “mi vida”, “mi tiempo”, “mi descanso”, “mi hora de comer”, “hora de orar” y a esos solemos llamarles “tiempos sagrados”.

Jesús y los discípulos también sentían necesidad de disponer de un “tiempo para ellos”, de un “tiempo para descansar”, de un “lugar solitario donde nadie fastidiase”. Pero, cuando la gente los descubría acudía en masa, Jesús no dice: “Esperen que estamos comiendo, esperen que estamos descansando, esperen que no es hora”. Las necesidades de los demás, son más sagradas que los “tiempos para uno mismo”.

Cuando uno no se pertenece a sí mismo, sino que sabe que su misión son los demás, los demás están por encima de uno mismo. Esto se llama “amar a los demás no como a uno mismo”, sino “como yo os he amado”; es decir, “más que a uno mismo”.

La gran tentación que todos llevamos dentro es sentirnos “propiedad privada” y, por tanto, con derechos también privados, prioritarios a los derechos que los demás tienen sobre nosotros mismos. La institucionalización de las cosas, puede ser buena, pero priva también a la vida del frescor del Evangelio. El Evangelio no entiende de “ahora no puedo”, “ahora estoy ocupado”, “venga usted otro día”, “déjeme su teléfono que lo llamaré más tarde”. Cuando las necesidades de los demás son urgentes, la respuesta es “ahora”.

Sentir compasión

La palabra compasión suele tener mala literatura hoy. Con frecuencia, se escucha decir por ahí “yo no quiero que me compadezcan”. Es cierto que existe una compasión que es como un sentimiento de pena y de lástima hacia el otro. Y ciertamente nadie quiere dar lástima a nadie.

Pero la compasión tenemos que verla más desde el que la siente que desde aquel a quien se dirige. Desde el que es compasivo, la compasión es un sentimiento de solidaridad, un sentimiento de identificación con el otro.

La compasión es la capacidad de sentir los problemas de los demás.
La compasión es la sensibilidad de nuestro corazón para con las dificultades de los otros.
La compasión es la sensibilidad del corazón para sentir como propias las dificultades o situaciones por las que atraviesan los demás.
La compasión no es una simple pasividad, es algo mucho más dinámico, es un querer compartir con los otros, un querer comprometernos con los otros.
La compasión es uno de los sentimientos que el Evangelio más destaca en la vida de Jesús.

Pero la compasión nunca queda en un simple sentimiento, sino que siempre se manifiesta luego en el compromiso de solucionarles los problemas.

Siente compasión porque los ve con hambre: y les da de comer.
Siente compasión porque los ve enfermos: y los sana.
Siente compasión porque los ve como ovejas sin pastor: y les enseña con calma.

Por algo dice el adagio popular: “Ojo que no ve, corazón que no siente”. Es que la verdadera compasión implica un ver, un mirar, un darnos cuenta de la realidad de los otros. Sin compasión nuestro corazón vive en solitario y no se solidariza con nadie.

Los derechos de uno y los de los demás

En la vida la lógica nos dice que primero son los “derechos de uno mismo”, luego los derechos del resto. En el Evangelio los derechos se invierten.

Jesús y los discípulos tienen, como cualquier hijo de vecino, derecho a comer y a descansar. El descanso es un derecho de cada persona. Sin embargo, estos derechos de cada uno pasan a un segundo plano cuando están de por medio los derechos de los demás.

“Venid vosotros solos a un lugar tranquilo a descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer”. Es que la gente, cuando se siente agobiada entiende poco de la tranquilidad de los demás, le siguió y se le agolpó de nuevo. Es más, se les adelantaron. Cuando ellos llegaron, la tranquilidad ya estaba ocupada por el gentío, entonces Jesús “sintió lástima y se puso a enseñarles con calma”.

Tenemos derecho al descanso, pero ¿por encima de las urgencias de la gente?
Tenemos derecho a comer tranquilos, pero ¿por encima de las necesidades de los otros?

Para Jesús los propios derechos terminan allí donde comienzan los derechos de los demás. Como Él siente que su vida no le pertenece, sino que pertenece a los demás, se olvida de los propios derechos para atender al derecho que los otros tienen de ser atendidos.

Cuando los derechos del marido tienen prioridad sobre los derechos de la esposa, los de la esposa sobre los del marido, tenemos dos egoístas juntos, engañándose mutuamente diciéndose que se aman.  Cuando cada uno de nosotros nos decimos muy serviciales, pero cada uno siente ser prioridad, la fraternidad no funciona y la servicialidad tampoco.

Líderes cristianos de hoy

Estoy leyendo el librito “En el Nombre de Jesús” de Henri J.M. Nouwen, describiendo su experiencia señala los rasgos que ha de caracterizar al “líder religioso o cristiano hoy”. Cincuenta años de edad, veinticinco de sacerdocio y veinte de Profesor en Notre Dame, Yale y Harvard, se cuestionaba a sí mismo y buscaba darle una nueva dimensión a su vida. Fue a través Jean Vanier, fundador de El Arca, que sintió y descubrió sus nuevos caminos: “Vete y vive entre los pobres de espíritu, y ellos te curarán”. Apenas ingresó en El Arca descubrió que todo lo que para él había sido importante, carecía de significado en medio de aquella gente discapacitada. Es entonces que marcó unas líneas sobre el “Nuevo líder cristiano”.

“Debe ser alguien completamente irrelevante, y presentarse ante el mundo ofreciendo solamente su persona totalmente vulnerable”.

“El gran mensaje que debemos ofrecer, como servidores de la Palabra de Dios y discípulos de Jesús, es que Dios nos ama, no por lo que hacemos o logramos, sino porque Dios nos ha creado y redimido por amor y nos ha escogido para proclamar ese amor como la verdadera fuente de toda vida humana”. “La primera tentación de Jesús fue la de sentirse importante. ¡Cuántas veces he deseado yo poder hacerlo!”

Una de las constataciones más penosas para muchos líderes cristianos es la de que cada vez son menos los jóvenes que se sienten atraídos a seguir sus pasos”. Sienten que nuestro sacerdocio, o servicio ministerial, es “algo a lo que no vale la pena dedicar la vida”.

“Aquí es donde se ve muy clara la necesidad de un nuevo sentido del liderazgo cristiano. El líder del futuro será quien se atreva a proclamar su irrelevancia en el mundo contemporáneo como una vocación divina que le permita entrar en profunda solidaridad con la angustia que subyace bajo el brillo del éxito y llevar hasta allí la luz de Jesús”.

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