Domingo, 25 de agosto del 2024
Momento de grandes decisiones
Leyendo el Evangelio de hoy han surgido en mi espíritu un mundo de interrogantes. No estoy seguro de que fuesen verdaderas dudas, pero sí estoy bien seguro de que en la vida de fe, hay momentos de definición, momentos de oscuridad, momentos en los que todo parece absurdo, momentos en los que todo parece tan irreal, momentos en los que uno se siente como hundido en el vacío sin saber a qué agarrarse.
Juan nos describe uno de esos momentos en la vida de Jesús. Entre los que le siguen ni todo es paja ni todo es trigo. Y es ahora que Jesús quiere sacudir desde dentro los cimientos de la gente. Entre los que le siguen hay desasosiego, todo les parece estupendo, pero hay algo que no logran entender en Jesús y llegan a una conclusión: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”.
En el trasfondo de esas dudas e inseguridades, está sin duda el anuncio de Jesús del anuncio de la Eucaristía como sacramento de su muerte. “Cuerpo entregado, sangre derramada”. Dar a comer la propia carne, beber su propia sangre. Es decir, entrar en una comunión física y espiritual con Él. La gente no logra entender estos anuncios de Jesús, ni logra entender estas actitudes de Jesús y lo expresa. No lo calla, lo dice.
Es el momento de las grandes definiciones y es el momento de las grandes decisiones. ¿Le seguimos sin entenderle? Parece un absurdo. ¿Seguirle sin aceptar esta darse hasta el fondo de mismo?
“Y muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él”. Fueron coherentes. En medio de sus oscuridades decidieron por buscar la luz y le abandonaron, lo dejaron “y no volvieron a ir con Él”. Estas decisiones pueden ser dolorosas y a veces trágicas, pero son los momentos de sincerarnos con nosotros mismos. ¿Seguirlo engañados? Es posible que uno de los problemas de nuestra fe esté en que nunca nos hemos tenido que enfrentar tan radicalmente con ella.
Es posible que nuestras dudas nunca hayan pasado de ser ciertas inquietudes, pero ahí han quedado o, sencillamente, no las hemos querido tomar en serio. ¿Acaso somos creyentes porque hemos tenido una gran opción en la vida? ¿Alguna vez hemos sentido que nos movían el piso desde dentro? O ¿no seremos creyentes amateurs para quienes la fe no tiene problemas ni dificultades? Unas buenas crisis siempre maduran. Me hubiese gustado que mi fe hubiese sido más golpeada, más probada, más macerada.
“Señor, ¿a quién iremos?”
Desde luego, tenemos que reconocer que nosotros somos bien agudos. Cuando Jesús pone a sus discípulos contra la pared y les dice: “¿También vosotros os queréis marchar?”. Pedro tiene una respuesta muy fina: “¿A quién vamos a ir, si tú tienes palabras de vida eterna?”.
Los enamorados suelen confesarse: “Sin ti me muero”. “Tú lo eres todo para mí”. “Sin ti mi vida no tiene sentido”. Y yo creo que, en el fondo, dicen lo que sienten. Aunque, a decir verdad, no siempre dicen lo “que viven”. Porque es bien distinto lo que sentimos y lo que en realidad vivimos. Porque, con frecuencia, ese “te adoro” no excluye otros ídolos a los que también adoramos. Y ese “lo eres todo para mí”, frecuentemente, lo solemos compartir con otros que también creen serlo todo.
De todos modos, creo que la respuesta de Pedro se presta a toda una serie de interrogantes.
¿Sentiríamos realmente que si nos falta Jesús nuestras vidas carecen de sentido?
¿Sentiríamos que sin Él nosotros quedaríamos a la deriva?
¿Significará de verdad que Jesús es el centro que da sentido a todo en nuestras vidas?
Es que, entonces, no entiendo cómo tantos pueden vivir tan a gusto y tan tranquilos por más que en su vida no cuenten con Él.
Tener un centro de unidad, siempre me ha parecido fundamental. Sin embargo, luego la realidad nos dice que cada uno lleva varios centros de repuesto. Sólo así se explica la falta de coherencia en cada uno de nosotros.
“¿También queréis marcharos?
Qué sucedería si alguien se levanta hoy en la Iglesia y nos dice también a nosotros: ¿También vosotros queréis marcharos”? ¿Correríamos el riesgo de que muchos se largasen? A mí me parecería estupendo porque de qué sirve quedarse si no estamos convencidos del todo. ¿De que sirve seguir en la Iglesia mientras la ponemos en duda? Resulta curioso que Pedro quiera responder por todos, cuando las respuestas aquí son siempre personales. Pedro tendrá que responder por él mismo, pero no por los demás. La prueba está en que entre los que se quedaron estaba también Judas. ¿A qué se quedó si realmente no estaba convencido?
El agua que se golpea contra las piedras del río es mucho más limpia y está más purificada que el agua que se mantiene en las piscinas o, incluso, en los remansos de los lagos.
Me preocupa:
Que nunca he tenido una duda fuerte en mi fe y por eso tampoco sé hasta donde llega mi fe. ¿Sería capaz de sobrellevarla?
Que nunca he tenido una duda fuerte en mi vocación. ¿Qué pasaría si me viene una de esas dudas?
Es en los momentos difíciles donde se prueba la verdad no he caído, porque no he tenido ocasión. ¡Vaya fidelidad! ¿No sería preferible una caída ante las pruebas? Pedro debió pasar por esa dura prueba de la confesión de Jesús y terminó negándolo. Pero ahí se fortaleció la fe de Padre, hasta dar también él su vida por Jesús.
De todos los que estamos y decimos creer: ¿Cuántos nos queremos marchar? Cristianos para tiempos fáciles no necesita el Señor. El Señor lo que necesita son cristianos para tiempos de prueba, tiempos difíciles.
La noche no mata el sol
Cualquiera diría que la noche mata la luz del sol y lo sepulta para siempre; sin embargo, la noche pone oscuridad en una parte de la tierra mientras la otra sigue iluminada. Nunca la tierra está totalmente a oscuras.
Hay momentos en la vida en que pareciera que todas las luces se apagan y quedamos condenados a la oscuridad.
Esposos que creen que lo de su matrimonio ya no tiene solución, que entre ellos todo está muerto y ya no hay esperanza; pero se olvidan que es entonces cuando, al margen de sus sentimientos, aflora la verdad de su amor, la maduración de su amor, la esperanza de su amor. Es entonces que cada uno de los dos debieran decirse el uno al otro: “No entiendo nada, pero “tú tienes todavía palabras de vida para mí”. “¿A dónde iré sin ti?”. El mejor consejo para los esposos en esos momentos oscuros en los que todo parece perdido, es el siguiente: “No tengáis prisas, mañana volverá a lucir el sol”.
Padres de familia que dan por perdidos a sus hijos. Todo su amor hundido en la oscuridad del fracaso. Padres, no olvidéis: “Todavía vosotros tenéis palabras de vida para ellos. ¿A dónde podrán ir sin vosotros?”.
Momentos oscuros en la vida de trabajo. Varios años buscando y siempre buenas palabras “vuelta usted otro día”. ¿Volver para qué? ¿Para otra decepción? Es la noche oscura de muchas familias, pero no es el momento de la desesperanza. Cuando todo falla, aún queda aquel que “tiene palabras de vida eterna”.
Momentos oscuros en la Iglesia. Sí, también la Iglesia pasa por sus momentos de oscuridad. Momentos en los que el barro del pecado y la infidelidad la manchan y la ensucian e impiden su resplandor. Tampoco es el final de la Iglesia. Puede que muchos la abandonen, también a Jesús le abandonaron muchos, pero se quedaron los pocos fieles con los que pudo llevar a cabo su obra. La noche nos priva de la luz, pero enciende luces en el espíritu.