Domingo, 18 de julio del 2024
Dormición o Asunción
Desde el siglo V se celebraba en Jerusalén, el 15 de agosto, en la basílica edificada al lado del Huerto de Getsemaní, la Asunción de la Virgen María porque se creía que allí se encontraba la tumba de María. Por tanto, lo que se celebraba era la “dormición” o muerte de María y no propiamente su glorificación.
En el año 660 el Papa Sergio la introdujo en la liturgia de Roma, pero también bajo la denominación de “Dormición”. El término de “Asunción” aparece un siglo más tarde, en 770. El 1 de noviembre de 1950, el Papa Pío XII regala a la Iglesia la declaración dogmática de la “Asunción”. La “Inmaculada” con el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, y la “Asunción” con el Papa Pío XII, son las últimas declaraciones dogmáticas de la Iglesia sobre María.
La fiesta de la “Dormición” hacía más referencia a la muerte. Una muerte que no era propiamente un morir, sino un dormirse para despertarse en la gloria. Un término que expresa bellamente el sentido cristiano de la muerte. Nadie duerme para siempre. Aún hoy en muchas esquelas de defunción se lee: “Durmió en el Señor”.
La fiesta de la “Asunción” expresa más bien el acontecimiento después de la muerte, o en el momento de la muerte. Manifiesta que la muerte de María fue el momento de su glorificación en el cielo, se durmió en su morir para despertarse en su Asunción. La Asunción es la incorporación de María a la Resurrección del Hijo Jesús. Lo que vivió identificada con el Hijo y como aceptó la condición peregrina, gozosa y dolorosa del Hijo, era lógico que ahora participase también en la misma glorificación del Hijo. Pudiéramos leer aquí, aquella oración de Jesús en la Ultima Cena: “Padre, este es mi deseo, que aquellos que me diste estén donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste antes de la creación del mundo”.
La primera que el Padre le dio a Jesús, fue ella, la madre que lo concibió en su seno virginal y vivió abierta cada día a su palabra, guardándola y meditándola en su corazón. Por eso, ahora está llamada a “estar donde Él está, contemplando la misma gloria trinitaria”.
Si la Resurrección de Jesús nos habla del triunfo de la vida sobre la muerte, la Asunción de María nos habla del triunfo del cristiano sobre todo lo que lleva de muerte en su vida. Nos habla de la trascendencia de la vida humana que no es una “vida para la muerte”, sino una “vida para más vida”. Y nos habla de la unidad radical del ser humano: cuerpo y alma, materia y espíritu.
Mirar arriba, mirando abajo
La Asunción de María nos hace levantar la cabeza, lo mismo que cuando Jesús se elevó al cielo y los apóstoles se quedaron mirando hacia arriba. También María nos hace mirar más lejos, más allá de la muerte, más allá del tiempo, y nos hace mirar hacia arriba.
Pero es un mirar arriba sin dejar de mirar abajo. Mirar al cielo, sin dejar de mirar al mundo. María vivió mirando al cielo, pero sin dejar de mirar a la tierra. Ella vivió pisando tierra. Vivió la realidad de Jesús, sus anuncios y sus rechazos. Vivir para el cielo no es dejar de vivir comprometido con la tierra. Vivir para Dios no es dejar de vivir preocupado por el hombre. ¿Acaso Dios no tiene toda una historia de relación y compromiso con el hombre y con todos los hombres?
Dios no es enemigo del hombre. Al contrario, cuanto más vivimos la experiencia de Dios, tanto más comprometidos nos sentiremos con los hombres, “sus hijos”. ¿Por qué hablar siempre mal del mundo, como si el mundo fuera realmente malo? ¿No envió Dios a su Hijo al mundo? ¿Que el mundo es un espacio de pecado? Pero también es un espacio de gracia. Dios nos ama en el mundo, con el mundo.
La verdadera vida de fe no hace distinciones, sino que globaliza el amor. Amar es amar a todos. Salvar es salvar a todos. Proclamar el Evangelio es proclamarlo a todos. En el cielo todos tenemos cabida. En el mundo también.
¿Y tu Magníficat?
Cuando María se siente sorprendida al saber que Isabel ha recibido el misterio de su maternidad virginal, María se siente inundada de gozo, siente como si el misterio de Dios en ella se llenase de luz y la llenase de luz a ella misma. Es entonces que le pone canto y le pone música a las maravillas que Dios ha realizado y sigue realizando en ella.
Todos necesitamos que alguien nos ayude a descubrir nuestro propio misterio. Con frecuencia, la gente se encarga de hacernos sentir lo poco que somos, lo poco que valemos, o la cantidad de basura que arrastramos. ¿Y por qué no tratamos más bien de ayudar a que cada uno descubra su propia riqueza, toda la bondad que hay en su corazón que, a no dudarlo, es mucho mayor que toda lo que llevamos de basura?
Nos han enseñado a hacer la lista de nuestros pecados. Nos han enseñado a hacer nuestros exámenes de conciencia para recordarnos toda nuestra historia de pecado. Pero ¿alguien nos ha enseñado a hacer la lista de todo lo bueno que hay en nosotros? ¿Alguien nos ha enseñado a escribir nuestro propio Magníficat, cantándole a Dios nuestro himno de agradecimiento por todo lo que cada día hace Él en nuestras vidas?
Así, se da la triste realidad de que:
Todos nos conocemos más por el mal que hacemos que por el bien que también hacemos.
Todos conocemos más en qué le hemos fallado a Dios, que nuestra historia de fidelidades.
Todos conocemos más lo que nosotros hacemos que lo que Dios hace en nosotros.
Todos conocemos más nuestras zonas oscuras que nuestras zonas iluminadas.
¿Quieres hacer tu propio Magníficat? No tengas miedo en reconocer todo lo bueno que hay en ti. No tengas miedo en reconocer toda la historia de gracia de Dios en ti, que por mucho que te digan, es una historia mucho más rica que cuanto tú mismo puedas imaginar.
¿Y no podíais hacer vuestro Magníficat de esposos? ¿Qué habéis tenido problemas? Claro. ¿Por qué recordar tanto lo negativo de vuestras vidas y no cantáis un himno a todo lo bueno hay entre vosotros dos?
Todos pedimos pan
¿Los niños piden pan?
Reclaman amor.
¿Los jóvenes piden pan?
Reclaman comprensión.
¿Los hijos piden pan?
Reclaman a sus padres.
¿Los ancianos piden pan?
Reclaman compañía.
¿La esposa pide pan?
Reclama tu presencia.
¿El esposo pide pan?
Reclama tu ternura.
¿Los pobres piden pan?
Reclaman dignidad.
¿Los presos piden pan?
Reclaman libertad.
¿Los enfermos piden pan?
Reclaman salud.
¿Los que tienen frío piden pan?
Reclaman tu calor.
¿Los abandonados piden pan?
Reclaman un hogar.
¿Los trabajadores piden pan?
Reclaman trabajo.
¿Los malos piden pan?
Reclaman el perdón.
¿Los buenos piden pan?
Reclaman la verdad.
¿Los peregrinos piden pan?
Reclaman llegar a su destino.
¿Los tristes piden pan?
Reclaman alegría.
¿Los alegres piden pan?
Reclaman con quien compartirla.
¿Los que han caído piden pan?
Reclaman tu mano que los levante.
¿Los ricos piden pan?
Reclaman el calor de los demás.
¿El hombre pide pan?
Reclama a Dios en su corazón.
¿Y Dios pide pan?
Reclama amor para todos los que no tienen amor.
(P.C.)