Domingo, 1° de setiembre del 2024
Detergentes y desodorantes
¿Estará Jesús contra los detergentes y los desodorantes y los jabones antibacteriológicos? Francamente no creo. Jesús amaba la limpieza del cuerpo como cualquiera. Lo que a Jesús no le va es esa carga publicitaria de jabones y desodorantes cuando el corazón lo llevamos sucio.
Jesús no rechaza lo externo, pero siente preocupación cuando lo externo no va acompañado de la verdad de lo interior. Bueno es el cuerpo, pero mejor el corazón. ¿De qué sirve lavarse una y mil veces las manos si mientras tanto nuestro corazón lleva un “cierto olor a podrido”?
Los judíos se quejan a Jesús de que sus discípulos no se laven las manos para comer y que no se dejan encorsetar por “las tradiciones de los mayores”. Entonces, Jesús aprovecha la ocasión para poner las cosas en su lugar. Lavarse las manos muchas veces al día es una simple tradición de los mayores, ¿de qué sirve llevar un cuerpo limpio con un corazón sucio? ¿De qué sirve un cuerpo oliendo a desodorante, cuando el corazón huele a egoísmo, a infidelidad, a robo, a mentira, a injusticia? La verdad del hombre no está en la piel, sino en el corazón. La verdad del hombre no está en su exterior, sino en su interior. Jesús nunca rechazó el mal olor de los leprosos, ni de los ciegos que vivían al margen de los caminos. En cambio, a Jesús le apestaban los hipócritas que vivían de la mentira y el engaño, que vivían de la injusticia y la deshonestidad.
Una cosa debe quedar bien clara. Jesús no es enemigo de la limpieza del cuerpo. Jesús no es enemigo de los desodorantes, tampoco es enemigo del agua para lavar las manos, lo que Jesús condena es esa ambivalencia o engaño de la piel muy suave y lustrada y el corazón encogido por el egoísmo, y la mentira.
Vivimos una cultura de la higiene y es de agradecer. Pero, ¿dónde está la cultura de la higiene de la mente, la cultura de la higiene del corazón, de la higiene del alma? No son suficientes las etiquetas bonitas si el contenido está podrido. No basta la pintura de las fachadas, si dentro está lleno de basura. No son las cosas de afuera las que ensucian el corazón, es el corazón el que puede embarrar todo lo de fuera. Judas, externamente no dejó traslucir la traición de su corazón, nadie sospechaba de él; sin embargo, dentro llevaba un corazón de traidor.
Dios no nos va a juzgar por nuestras manos sucias, sino por la suciedad de nuestro corazón. Se puede tener sucias las manos y, sin embargo, por dentro llevar un corazón limpio y oliendo a verdad. Lo de lavarse las manos es cuestión de tradición, lo del corazón limpio es cosa de Dios. La fidelidad del hombre no es tanto la fidelidad a las tradiciones de los mayores, cuanto al querer y voluntad de Dios.
La confesión, sacramento del corazón
¿Será tan fácil confesarse como con frecuencia se dice? Confesarse, sí. Vivir de verdad el sacramento, es otra cosa. Porque, la confesión es el sacramento que más nos toco en lo profundo de nuestro yo.
Requiere una enorme sinceridad con nosotros mismos.
Requiere una enorme sinceridad con Dios.
Requiere una enorme sinceridad con la Iglesia.
Con nosotros mismos porque nos exige sinceridad en reconocer nuestra verdad y nuestra mentira. Sinceridad en nuestras decisiones.
Con Dios porque requiere que nos reconozcamos en lo que somos delante de Él, que reconozcamos que su amor y su gracia son más grandes que todas nuestras debilidades. Necesitamos sinceridad en el compromiso que asumimos de conversión de nuestro corazón. Sin esta conversión, ¿dónde está el sacramento?
Con la Iglesia porque la confesión nos reincorpora a la comunidad y nos reconcilia con toda la comunidad de los hermanos.
La confesión es algo más que el anestésico de decir nuestros pecados al sacerdote. Es el cambio, la transformación de nuestro corazón. La conversión de nuestro corazón.
Por eso decimos que la penitencia nos marca en ese centro de nuestro corazón donde asumimos la decisión fundamental frente a nosotros mismos y frente a Dios.
Es fácil decir nuestros pecados. Ya estamos acostumbrados.
Es fácil para Dios regalarnos el perdón.
Lo difícil es la decisión del corazón.
La decisión de nuestra voluntad y el compromiso de nuestra libertad.
La manzana podrida
Una familia amiga me invitó a comer en su casa. Con una enorme ilusión compraron unas manzanas. A mí me pusieron una que daba pena cortarla de lo bella que era, pero cuando le metí el cuchillo, nos dimos con la sorpresa de que por dentro estaba ya bastante podrida. Mis amigos no sabían qué hacer. Noté que sentía una vergüenza que se les caía la cara. Yo no quise dar importancia a la cosa y, sencillamente, me comí otra. Ellos no tenían la culpa, al contrario, habían hecho lo imposible por tratarme bien.
¿Y cuando Dios abra nuestros corazones, qué encontrará en ellos? ¿Estarán sanos o estarán también podridos como la manzana de mis amigos?
¿Y cuando la esposa o el esposo abra el corazón del otro, qué encontrará dentro? ¿Verdad? ¿Engaño? ¿Mentira?
La verdad no se alimenta de apariencias.
La verdad se basta a sí misma.
El amor no necesita de maquillajes.
El amor vale por sí mismo.
La mentira es la que necesita de maquillaje, a veces bien fino y sutil.
El desamor necesita maquillarse mucho para venderse como amor.
En realidad, Jesús sólo busca de nosotros una sola cosa: la verdad.
Verdad en reconocer nuestra bondad y lo bueno que hacemos.
Verdad en reconocer nuestros errores y equivocaciones.
Verdad en nuestro arrepentimiento y que se expresa en el cambio de vida.
Verdad en nuestra oración. Dispuestos a aceptar siempre la voluntad de Dios.
Verdad en nuestros pensamientos.
Verdad en nuestros sentimientos.
Dios rechaza todo lo postizo porque lo postizo termina siendo una mentira.
Quedar bien
No basta quedar bien para ser realmente bueno.
No basta aparentar una cosa, si somos otra.
No basta la apariencia:
No todo lo que reluce es oro.
No todo lo que brilla es luz.
No todo lo que decimos es verdad.
No todo damos nos sale del corazón.
No todo lo que pedimos lo necesitamos.
Aparentar y no ser es mentira.
Aparentar y no ser es engaño.
Aparentar y no ser es trampa.
Quedamos mejor con la verdad que con la mentira.
Quedamos mejor con la autenticidad que con el engaño.
Quedamos mejor con la sinceridad que con la trampa.
Quedar bien es interesante.
Pero ser bueno es mejor.