Domingo, 6 de octubre del 2024
Amor y matrimonio son creacionales
El Evangelio de hoy nos presenta un problema real y actual, el problema del divorcio y de la separación de los esposos. Los fariseos no tenían gran interés en el problema, lo habían solucionado ya con la legalización del divorcio. Su pregunta es más bien de tipo capcioso, Jesús no es de los que cae tan fácilmente en la casuística. Los casos particulares habrá que interpretarlos y solucionarlos también de manera particular. Jesús prefiere proponer los principios de interpretación.
En este caso, da una solución que nos parece fundamental y que no siempre tenemos en cuenta. El problema de la unidad e indisolubilidad pertenece al orden creacional. Es decir, a la naturaleza misma del amor y del matrimonio. “Al principio no fue así”.
Con frecuencia, la gente se imagina que el problema de la unidad e indisolubilidad es un problema de Iglesia, un problema de fe, un problema del sacramento, y esto se presta a demasiadas interpretaciones equivocadas. Porque con este criterio, la indisolubilidad sólo sería una exigencia de los creyentes, sólo obligaría a los que forman parte de la Iglesia o, en todo caso, la indisolubilidad sólo sería una obligación para cuantos se casan por lo religioso. En tanto que los que se casan por lo civil estarían exentos de la misma y la disolubilidad del matrimonio estaría siempre abierta para ellos. Este suele ser el argumento que se utiliza cuando se trata de legislar sobre la posibilidad del divorcio, como si fuese un derecho de las personas.
La indisolubilidad del amor pertenece a la naturaleza misma del amor y del matrimonio, sea éste civil o sacramental. El “casarse para siempre” pertenece a la realidad misma del amor. Cuando uno se casa con una mujer, se está casando con todo su pasado de niña, adolescente, joven, pero también se casa con su futuro. Nos olvidamos de que el tiempo forma parte de nuestra personalidad. Por tanto, nos casamos con nuestro pasado, con nuestro presente y con nuestro futuro.
No se puede afirmar que la indisolubilidad comienza con el rito religioso de la boda. El rito religioso da la gracia para ser fieles a la verdad misma del amor, él ofrece nuevas iluminaciones y motivaciones. En realidad, la celebración religiosa no hace sino expresar la naturaleza misma del amor. Por eso el psiquíatra Erich Fromm, a quien nadie identificará como creyente, escribe: “Cualquier teoría sobre el amor debe comenzar con una teoría del hombre, de la existencia humana”. El sacramento no destruye el amor, sino que lo perfecciona. Alguien escribió: “Casarse por la Iglesia no hace del amor humano un amor sagrado, sino que deja que siga siendo humano, pero purificándolo y haciéndolo más profundo”.
Crisis económica y crisis de pareja
El matrimonio tiene como eje central el amor; sin embargo, existen toda una serie de circunstancias que pueden poner en peligro a este amor. Aparte de otras muchas circunstancias quisiéramos destacar hoy la crisis económica que, con frecuencia, se llama también “crisis laboral”, la “falta de trabajo”. Estas crisis laborales alteran, de ordinario la sicología de las personas y modifican grandemente el status social de la familia.
Un esposo, despedido del trabajo cuando aún se siente en plenas facultades, tiene enormes repercusiones en sus estados anímicos y en sus equilibrios emocionales. Se siente mal consigo mismo, frustrado, desilusionado e impotente. Y esto crea también tensiones con el entorno que le rodea.
Con frecuencia, la crisis económica altera también el equilibrio de la esposa y, como consecuencia, comienzan las tensiones. Otras veces, hemos visto que la esposa tampoco ayuda en nada al marido a superar la crisis emocional y, por el contrario le echa en cara la situación que atraviesa la familia.
¿Qué hacer o qué terapia hacer para esas situaciones?
La primera: Los problemas económicos no debieran ser principio de muerte para el amor. “En la riqueza y en la pobreza” se dijeron el día de la boda.
La segunda: Es precisamente en esos momentos de frustración cuando más se necesita el apoyo y el aliento del otro.
La tercera: Ser realistas para saber adecuarse a la nueva realidad familiar.
La cuarta: No dependerá de vosotros la solución al problema laboral, pero de vosotros depende el que, al menos, no perdamos nuestra alegría como pareja. La angustia y la tristeza no solucionan nada. Pues al menos no perdamos nuestra felicidad.
La quinta: Convertir la crisis en ocasión para uniros más, apoyaros más y comprenderos más el uno al otro. Las crisis también puede ser ocasión de crecimiento y maduración.
La sexta: No tomar decisiones prematuras, fruto del estado tensional, sino saber esperar y sentir que el otro tiene fe en uno.
¿Cosas sencillas? Pues, sí.
¿Queréis hacer la prueba?
¿Condena o comprensión?
La Iglesia tiene que ser fiel a la doctrina de Jesús sobre la naturaleza del matrimonio: su unidad e indisolubilidad. Esto está fuera de duda. Pero la Iglesia no la forman solo los santos, también los pecadores somos parte de esa Iglesia. Como en la familia, hay hijos que son una maravilla e hijos que dan pena, sanos y enfermos. También la Iglesia tiene hijos sanos e hijos enfermos.
La Iglesia tiene que amar a todos, a los hijos sanos y que viven en fidelidad al Evangelio y también a los hijos enfermos. En casa, a los enfermos no los tiramos por la ventana, ni los aislamos para que nadie hable con ellos. Jesús dijo que no había venido tanto por los sanos, que no necesitan médico, sino por los enfermos.
De ahí que, la Iglesia deba sentir el dolor por cuantos, por un motivo u otro, han fracasado en su primer matrimonio, pero también comprensión. La comprensión es amor, también ellos son merecedores de ser amados. Amar es comprender. Amar es no excluir. Amar es tender una mano. Amar es ofrecer una ayuda.
Dios es el que mejor conoce de qué materia estamos hechos, Él mejor que nadie, sabrá comprender las distintas situaciones. No se trata de aceptar el divorcio, se trata de comprender a los divorciados. Por algo decía San Juan Pablo II: “La Iglesia… no puede abandonar a sí mismos a quienes, unidos ya con el vínculo matrimonial sacramental, han intentado pasar a nuevas nupcias. Por lo tanto, procurará infatigablemente poner a su disposición los medios de salvación”. (FC.n.84)
El pobre negocio de Judas
Es malo vivir antes de tiempo porque si hoy Judas viviese sería millonario. Pero, en fin, uno tiene herederos. Siempre aparece por ahí algún sobrino que nadie conocía. A Judas le pagaron treinta monedas. Hoy las Editoriales están pagando millones de dólares por la edición del llamado “Evangelio prohibido de Judas”. ¿Serán sus sobrinos?
Vivimos en un momento en que la fantasía prevalece sobre la realidad, en que la ficción prevalece sobre la verdad. Y como se está creando toda una callada campaña contra la Iglesia aparecen libros como “El Código de Da Vinci”, “El Evangelio prohibido de Judas”, o el “Evangelio de Tomás”.
Y lo peor de todo es que cristianos, con mínimos conocimientos de su fe, devoran estos libros ciencia-ficción y, como no saben digerirlos, los convierten en sus propios evangelios. Los Evangelios de los “nuevos creyentes sin Iglesia” porque lo que se busca en todos ellos, aparte del sensacionalismo y las consiguientes ganancias económicas, es mellar a la Iglesia.
Para ello, es suficiente decir “después de tantos años de investigación” o “unos códices aparecidos”, para que la cosa quede más completa: “Que la Iglesia tenía escondidos y prohibidos”. La ignorancia es grande. Todos los Evangelios apócrifos, que son muchos, siempre han existido están todos publicados y los puede leer cualquiera. Están ahí. Simplemente por ser apócrifos, la Iglesia no los ha reconocido como libros canónicos. Como canónicos solo ha aprobado los cuatro Evangelios que conocemos todos.
Por una parte, el eterno y obsesivo problema de Jesús amante de la Magdalena y hasta algún hijo por ahí oculto. ¡Mira! Recién nos enteramos después de dos mil años. O el problema de la divinidad de Cristo y el sentido de su muerte. Es decir, un ataque a las raíces mismas de nuestra fe. La mayoría de la gente da más fe a esas fabulaciones que a la verdad. Es posible que muchos no hayan leído ni uno de los cuatro Evangelios, pero se han devorado estas leyendas fantasía. ¿Dónde estamos, amigos?