Domingo, 13 de octubre del 2024
Café descafeinado

Siempre me han gustado los sabores naturales. Desde siempre me ha encantado el café, pero ahora que estoy tomando “café descafeinado”, la verdad que no le saco gusto. Antes, cuando veía esos tarros de “Nescafé”, solía traducirlos: “Ni es café”. Pero ahora como todo tiene que ser cuidando el colesterol y la glucosa, francamente me siento extraño.
Lo más extraño es si no habré estado viviendo hasta ahora un “cristianismo también descafeinado”. Porque, leyendo el Evangelio de hoy, uno siente la impresión de que Jesús no entendía de todas nuestras historias del colesterol y de la glucosa. Para Él las cosas eran radicales o no eran. Cuando el lío de Galilea pone a sus discípulos frente a la pared: “¿También vosotros queréis iros?”. Al viejo Nicodemo le puso la condición de “nacer de nuevo”. Y hoy, frente al muchacho que buscaba un camino que diera sentido a su vida, también lo pone frente a todo lo que tiene. “Deja todo lo que tienes, véndelo y el dinero dáselo a los pobres, y luego vuelve”.
Alguien diría hoy que eso es “extremismo”, otros irán más lejos y lo llamarán “fanatismo”. Sin embargo, Jesús lo llama condición esencial para poder ser su seguidor. El muchacho no era un malo, cumplía la ley de maravilla, pero cumpliendo la ley, no era capaz de afrontar luego las condiciones del Evangelio sobre el seguimiento de Jesús.
Este joven, cumplidor de la ley, se sintió incapaz de renunciar a lo que tenía, se dio vuelta atrás y Jesús le quedó mirando con tristeza. En cambio, otros no lo han dudado y le han seguido. Es que el problema entre “lo que tenemos” y lo que “queremos ser”, no está precisamente en “dejar” sino como decía Víctor Frankl “cuando hay un porqué para vivir, se soporta cualquier cómo”.
Yo me temo que nosotros hayamos perdido el azúcar del Evangelio y lo estemos supliendo con la “sacarina” del Evangelio. Le hayamos quitado el “café”, y hayamos hecho un “Evangelio Nescafé, un “Evangelio descafeinado”, un Evangelio sin mordiente, un Evangelio complaciente que nos garantice ser buenos, pero sin exigirnos mucho. Un Evangelio que diga que somos santos, pero sin ponerle demasiada radicalidad. Un Evangelio como una tienda que “rebaja precios en días de remate”.
No basta cumplir con la ley

El texto del Evangelio de hoy dice mucho más de lo que a veces pensamos. Un muchacho “legalmente bueno”. “Todo eso lo he cumplido desde pequeño”. Sin embargo, no es capaz de abrirse a Jesús. No es capaz de dejar lo que tiene. No es capaz de seguirle.
La ley hay que cumplirla, pero la ley no nos hace buenos. Se pueden cumplir todas las leyes de la Iglesia, pero eso no nos garantiza que amamos a Dios, ni nos garantiza de que somos buenos cristianos. Uno es cristiano cuando ha descubierto y reconocido que Jesús es el centro de su vida, que Dios es su tesoro.
El cristianismo no es la religión de la Ley, es la religión de la vida, del encuentro del hombre con Dios, del encuentro del hombre con Jesús. Es la religión del corazón, del cambio de corazón. Porque la ley se puede cumplir y no cambiar para nada el corazón. Porque la ley la podemos cumplir simplemente por miedo. ¡Cuántas leyes cumplimos simplemente para que no nos pongan la multa!
Y no es que Jesús haya abolido la ley, sino que vino a darle sentido. La ley prohibía curar en sábado, pero para Jesús el hombre estaba por encima del sábado. ¿Qué era preferible dejar enfermo al paralítico o cumplir con la ley?
La vida, el amor, la limpieza y la libertad de corazón es lo que Dios espera de nosotros. No basta decir “eso lo he cumplido desde pequeño”. Dime, ¿cómo es tu corazón?
Seguir a Jesús no es dejar

Con frecuencia, cuando hablamos de seguir a Jesús, de vivir a fondo nuestra fe, pensamos en lo que tenemos que dejar, en lo que tenemos que renunciar. Y ese no es el verdadero problema del seguimiento de Jesús.
Seguirle a Él no es dejar, sino encontrar. Encontrar algo mejor.
Seguirle a Él no es renunciar, sino descubrir. Descubrir que Jesús es el valor supremo ante el cual el resto de valores queda relativizado.
Duele dejar lo que tenemos cuando lo dejamos por nada. Duele renunciar a algo cuando no tenemos conciencia de lo que andamos buscando.
Al niño le quitas el chupón y llora. Para él eso es lo mejor que tiene. Si a un infante le quitas el balón, le has quitado todo su mundo. Es que para dejar primero hay que descubrir algo.
De ahí que el camino de la fe tiene que comenzar por descubrir la belleza del Evangelio, la belleza del Reino, la belleza de Dios. Cuando esta belleza embelesa el corazón todo el resto queda relativizado. Pablo lo dice de sí mismo: “Lo que tenía por honor, ahora me parece basura, comparado con la riqueza de mi Señor Jesús”.
Por eso, creo que partimos de algo irreal cuando planteamos los problemas de la moral. La moral no es decir no a todo, prohibirlo todo. Primero es necesario presentar a Jesús, hacer que se descubra a Jesús. Sólo entonces, cuando Jesús sea nuestro verdadero valor, la moral nos resultará lo más normal de la vida. La pedagogía de la fe no ha de comenzar por “prohibir”, que es lo que solemos hacer, sino por presentar la figura y el ideal de Jesús. El joven rico quería algo más, pero aún no había descubierto a Jesús ni el Evangelio.
¿Qué tengo que hacer?

Hay preguntas inútiles y hay preguntas fundamentales.
¿Qué quiero ser realmente en la vida? Una pregunta que nadie puede dejar de hacérsela.
De lo contrario, ¿hacia dónde vas? ¿Vas sin saber a dónde vas? Entonces, ¿no eres tú el que orienta tu vida, sino que te dejas llevar por la corriente de los demás?
Nadie sale de viaje sin decidir a dónde ir.
Nadie se sube a un avión sin saber a dónde quiere llegar. No me digas que tú eres de los que dices: “A mí que me lleven”.
¿Cómo quiero ser en la vida? Otra pregunta que necesita respuesta. De lo contrario, seré cualquier cosa, es decir no seré nada. Seré lo que otros hagan de mí.
¿Qué espero yo de la vida? Esperarás lo que tú mismo le des a la vida. La vida te da lo que tú siembres. Somos como los agricultores, esperamos lo que sembramos. Nadie esperará a cosechar trigo si antes no lo ha sembrado.
Pero, cuidado, que nadie espere a hacerse estas preguntas cuando ya la vida se le escapa de la mano. La juventud es la edad de las preguntas fundamentales, esenciales.