Domingo, 14 de agosto del 2022
Enfermos de eternidad
la dormición de la Virgen María
La Asunción de María a los cielos fue declarada dogma católico por el Papa Pío XII en 1950 y lo hizo con estas expresiones: “Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el cuero de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.
Antes el Papa consultó a la Iglesia, consultó al Pueblo de Dios. También a mí, pues también yo firmé aquellos planillones pidiendo se declarase oficialmente este dogma mariano.
La declaración dogmática de la Asunción de María fue como una proclamación de toda la Iglesia, el grito de todos los hijos que sentíamos en nuestro corazón la verdad de María asunta al cielo en cuerpo y alma.
No se trataba tan solo de colgar de la vida de María un título más, era el reconocimiento de todos sus hijos que, aún antes de su declaración, vivíamos una fe común y universal. Era, además, reconocer de alguna manera que también nosotros, los hijos, estábamos enfermos de eternidad.
No nos resignábamos a ser testigos de la corrupción de María nuestra madre, pero también queríamos tener por delante de nosotros un testigos de esa enfermedad divina que todos llevamos dentro y que nos grita que también nosotros estamos llamados a vivir para siempre y a superar, en el misterio de nuestra resurrección, la humillación humana de nuestra corrupción temporal.
Si Jesús se nos adelantó como cabeza de todo el Cuerpo Místico, que es el Pueblo de Dios, María, que es nuestra Madre, también nos tomó la delantera para mostrarnos el camino de la eternidad.
Cuando celebramos a María en el misterio de su Asunción a los cielos, en el fondo, nos estamos recordando a todos nosotros el horizonte de toda nuestra existencia. Todos vamos camino de la eternidad incorruptible. Nuestro camino hacia el más allá está recorrido primero por Jesús y luego por nuestra Madre, y por detrás, como una larga procesión de esperanzas, vamos todos nosotros.
Es posible que, con frecuencia, vivamos enredados en los pliegues del tiempo; sin embargo, allá en el fondo de nuestro ser hay una voz que nos grita: “Eternidad”. Incluso quienes se confiesan ateos, por muchos esfuerzos que hagan, no podrán eliminar de su corazón las semillas de eternidad que Dios ha sembrado en ellos.
Donde somos desiguales, no puede haber trato igual
igualdad y desigualdad
¿Necesitamos que a todos se nos trate por igual? Es este un problema que no sé hasta donde le hemos echado cabeza, como suele decirse. Hacemos leyes iguales para todos, pero resulta que todos somos distintos y en condiciones tremendas de desigualdad. ¿Valdrán las misma leyes para la costa, la sierra o la selva? Una misma ley sería válida si todos fuésemos iguales, viviésemos en igualdad de condiciones y tuviésemos las mismas situaciones, pero la verdad de la sociedad es otra.
¿La misma ley será igualmente válida para los hijos que tienen un hogar constituido, que para los hijos que no tienen padres y tienen que vivir tirados como pirañitas en la calle?
Damos una ley de salud, maravillosa ley. Mientras hay ciudadanos que pueden cumplirla porque tienen posibilidades, hay otros muchos que no disponen ni para comprarse unas aspirinas.
Decimos que las leyes se dan para las mayorías, de acuerdo. ¿Pero entre nosotros la mayoría vive en condiciones favorables a cumplir con dichas leyes? Las leyes tendrán que encarnar ciertamente un ideal, pero luego tendrán que ser posibles. Porque leyes imposibles son leyes inútiles. Los principios son ideales y pueden ser maravillosos, pero ¿están todos capacitados para aceptarlos y vivirlos en sus vidas? No esa igual ese muchacho que ha recibido una formación adecuada desde el principio, a ese otro al que nadie le ha educado para nada, al que nadie ha impartido los mínimos valores.
No se trata posiblemente de elaborar una “progresividad de la ley”, sino, por el contrario, de hacer una esfuerzo para que todos los hombres y mujeres lleguen a un mínimo de madurez que los capacite para la vida. Lo ideal es que todos sepan leer y escribir, pero ¿cuántos analfabetos hay todavía entre nosotros? Mientras tanto, ¿no merecen ciertas consideraciones ante la ley, al menos si ésta quiere ser realista?
La moneda de la “T” y la “E”
tiempo y eternidad
Un maestro espiritual regaló a uno de sus discípulos una moneda, por una cara tenía impresa una “T” y por la otra una “E”, y le dijo: “Con esta moneda no podrás comprar nada, pero si logras interpretarla habrás encontrado el camino y el sentido de tu vida”.
Después de mucho mirarla y contemplarla dio un primer paso, la T era el símbolo del tiempo y la E era el símbolo de la eternidad. Ambas letras formaban parte de la moneda y era imposible arrancarlas o cambiarlas.
Quiso avanzar más y por fin descubrió el significado de ambas letras. “Yo soy tiempo y eternidad a la vez”. Vivo en el tiempo, pero camino hacia la eternidad. El tiempo que no tiene como meta lo eterno es un tiempo sin pies y sin alas. Pero mientras camino hacia la eternidad, tampoco me puedo desentender del tiempo. Tiempo y eternidad no son realidades tan lejas que una comience donde termina la otra. Al contrario, la una ya se va haciendo realidad en la otra. En el tiempo vivimos para la eternidad. En la eternidad vivimos lo que sembramos en el tiempo.
Ni la eternidad me puede hacer olvidar mi condición temporal. Ni el tiempo me pude hacer olvidar de mi condición de eternidad. En la eternidad viviremos todo lo que hemos sido y vivido en el tiempo. Por eso Jesús y María, ya están allá, pero están con aquello que les condicionó al tiempo: con sus cuerpos. Claro que ahora ya no son cuerpos temporales sino cuerpos en condición de plenitud y eternidad.
El pedazo de pan que damos en el tiempo es el pan eterno de la bienaventuranza salvífica.
El vaso de agua que dimos en el tiempo, es ahora el vaso eterno del corazón de Dios que estaremos bebiendo para siempre.
Vivamos en plenitud nuestra “T”. Vivamos en plenitud el tiempo y vivamos en plenitud nuestra “E”, que es nuestra eternidad. Un tiempo que es vocación de eternidad y una eternidad que es plenitud del tiempo.
Pensamientos del tiempo y la etenidad
eternidad y tiempo
Fuimos pensados en la eternidad.
“Hagamos al hombre a imagen nuestra”.
Fuimos pensados para vivir en el tiempo.
“Y los puso en un jardín”.
Fuimos pensados para vivir para la eternidad.
Por eso me encanta el tiempo de cada día.
Por eso vivir en el hoy, pensando en el mañana.
El tiempo sólo tiempo, apaga mis ansias de futuro.
El tiempo con alas de eternidad me hace volar
Por encima de los años.
Por encima de los meses.
Por encima de las semanas y los días.
Me gusta vivir en el tiempo, pero soñando eternidades.
Me gusta disfrutar del tiempo, pero caminando hacia la eternidad.
Me gusta sentir pasar el tiempo rozando mi cuerpo y mis sentidos.
Pero me encanta ver a la eternidad haciéndome guiños de esperanza.
Mi tiempo no está condenado a la muerte.
Mi tiempo tiene vocación de eternidad.
Mi tiempo no termina como algunos piensan.
Porque mi tiempo se transforma en eternidades.
Somos “pensamiento divino” hechos para vivir en el tiempo.
Somos “realidades de las manos divinas” volviendo a los pensamientos que nos dieron vida.
Quien fue nuestro comienzo, será también la meta final.
Quien nos pensó primero, nos espera al final.
Quien nos regaló el tiempo, ahora nos ofrece su eternidad.
Me fascina el sol de esta mañana.
Pero a la espera del sol que me calentará mañana.
No nos hizo para estar sentados, sino que nos puso en camino.
Dios no nos regaló sillas para quedarnos, sin que nos dio pies de caminante.
Somos peregrinos que buscamos el final de un camino.
Somos caminantes en busca de una meta.
Somos caminantes que necesitamos caminos, pero en busca de una meta.
Soñamos aquí para despertarnos allá.
Sonreímos aquí, pero la fiesta es allá.
Cantamos aquí, pero la celebración está más allá.
“Padre, éste es mi deseo.
Que aquellos que me diste, estén donde yo estoy.
Y contemplen mi gloria, la que me diste antes de la creación del mundo porque me amabas”.