Hoja Parroquial

Pascua 6 – A | El Espíritu de la Verdad

17 de mayo del 2020

“El Espíritu de la Verdad”

Espíritu Santo

El Evangelio de hoy es corto, pero lleno de vida. Además, lleno de razones para vivir alegres. En primer lugar, es un Evangelio de la promesa. La promesa del Espíritu Santo que nos enviará el Padre. En segundo lugar, se nos dice que el mundo no podrá conocerlo porque no lo ve, pero que nosotros lo conoceremos porque vive con nosotros y estará en nosotros. En tercer lugar, una maravillosa afirmación: “los cristianos no somos unos huérfanos”, porque aunque Jesús nos deja volverá. También Él estará con nosotros. Finalmente, nos dice algo que a nosotros ni se nos pasaría por la mente: que estamos llamados a vivir en la comunión con Dios y con Jesús, la misma que Jesús vive con el Padre. ¡Cuántas cosas bellas si fuésemos capaces de sentirlas en nuestro corazón y vivirlas!

El Espíritu de la verdad. El hombre pasa la vida buscando la verdad. La verdad es algo esencial al hombre. Sin la verdad el hombre no es él mismo ni puede vivirse a sí mismo. Sin embargo, con frecuencia vivimos más en la mentira que en la verdad. Es que la verdad nos da miedo. La verdad nos impone un modo de ser y un modo de vivir que no siempre responde a lo que nosotros quisiéramos. De ahí nuestra manía de deformar la verdad y crearnos nuestras propias verdades.

El hombre está llamado a vivir la verdad “de su creación”. Dios lo pensó con una naturaleza concreta, con una finalidad y con un modo de realizarse a sí mismo. Por eso el primer pecado se describe en el Génesis como un caer en la trampa de la mentira. Renunciar a ser hombre porque “si coméis seréis como Dios”. Ahí vino nuestra primera gran mentira.

El hombre está llamado a vivir la verdad de “la salvación”. Jesús renueva la verdad de Dios sobre nosotros. Nos vuelve a poner en el camino de la verdad de Dios. Para ello, si antes nos dio una inteligencia para conocer la verdad, ahora nos regala el mismo Espíritu de Dios que es el Espíritu de la verdad de Dios y es el Espíritu de nuestra verdad.

Es el Espíritu de la verdad a diferencia del diablo al que Jesús le llama “padre de la mentira”, porque trata de desviarnos siempre de la verdad de Dios sobre nosotros. Tenemos dos caminos en la vida: o nos dejamos guiar por el Espíritu o nos dejamos guiar por el diablo. O nos dejamos guiar por el Espíritu o nos dejamos guiar por nosotros mismos y nuestras conveniencias.

¿Dónde encontrar Dios?

encuentro con Dios

Una pregunta muy común: ¿Dónde está Dios? Nuestro viejo Catecismo nos respondía con algo que no nos decía demasiado: “En el cielo”. Lo cual en el fondo complicaba más el problema porque, ¿dónde está el cielo? ¿Qué es el cielo?

Creo que Jesús nos ha simplificado mucho la pregunta y nos ha dado una respuesta mucho más cercana a nuestra sensibilidad. ¿Dónde encontrar a Dios? ¡En el hombre! ¡En ti mismo! “Habitaremos en él”. “Haremos morada en él”. Cuentan que una vez Dios quiso bajar a la tierra, pero sin que nadie se enterase ni nadie pudiera encontrarle. Alguien le sugirió la cima de las montañas, pero otro le dijo: “No porque hoy hay muchos alpinistas”. Entonces en el fondo del mar, tampoco añadió un tercero: “Hoy muchos submarinistas”. Hasta que un angelito le dice al oído: “Si quieres estar donde nadie te busque, escóndete en el corazón del hombre”. Todos te andarán buscando fuera, pero a nadie se le va ocurrir buscar en el corazón.

¿Dónde le estamos buscando nosotros? ¿Lo buscaremos en el corazón? ¿Lo buscaremos en el hombre? Cuando Dios vino por primera vez al mundo se encarnó en el hombre. Desde entonces el hombre es el mejor lugar para encontrarnos con Dios. Primero porque el hombre es “imagen y semejanza de Él” y, luego, porque el lugar donde mejor se encuentra Dios es el corazón del hombre. Por eso el hombre es tan importante.

Aquel astronauta se quejó de que en el espacio no había visto a Dios y se olvidó que Dios iba dentro de él. Lo más evidente es lo que menos vemos. Lo que tenemos más cerca es lo que menos vemos. Para ver a Dios no hay que ir muy lejos, basta mirar a los hombres que se te cruzan en el camino. En todo caso, bastaría con que te mirases por dentro en tu corazón.

La Fe no se impone

nuestra fe

La fe se vive, pero no se impone.
La fe se testimonia, pero no se impone.
La fe se da razón de ella, pero no se impone a nadie.

Es que a Dios no le gusta nada que sea por obligación.
A Dios solo le interesa aquello que se recibe por amor.
Dios puede imponer muchas cosas, pero no lo hace.
Dios quiere corazones abiertos, sin puertas.

Jesús es la puerta por la que entrar en el reino.
Nosotros somos la puerta por la que dar entrada a Dios.
Lo que tú no quieras, Dios no lo impone.
A Dios le fascina la libertad, porque es la única manera de expresarnos.

Nosotros pensamos que la “letra con sangre entra”.
Y Dios dice que la “letra del Evangelio con amor entra”.
Nadie testimonia su fe con el deber y la obligación.
La misma obligación que pone Dios es la del amor. Y lo dice él mismo:
“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”.
“Si me amáis, ganaréis mi corazón”.
“Si me amáis, ya me hacéis presente en vuestro corazón”

La puerta a Dios es el amor.
El amor de nuestro corazón es suficiente grande como para Dios pueda entrar.
Por algo decía San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”.

Dar razón de nuestra esperanza

nuestra esperanza

Como creyentes no somos utópicos, somos realistas.
Sabemos que el mundo anda mal.
Pero sabemos que puede estar mejor.
Porque si está mal es por nosotros no por el mundo.
Si está mal por nosotros, nosotros lo podemos cambiar.
Dicen que el mundo no cree porque existe el mal.
Nosotros decimos que creemos porque podemos vencer el mal.

Dicen que el mundo no cree porque la Iglesia anda mal.
Nosotros creemos porque podemos hacer una Iglesia mejor.
Dicen que en la Iglesia existe el pecado.
Pero sabemos que también existe la santidad.
Dicen que no creen en el matrimonio porque anda mal.
Nosotros sí creemos en el matrimonio porque depende de nosotros que ande bien.

Nosotros no creemos por creer.
Nosotros tenemos razones para creer.
porque creemos en Jesús resucitado que venció la muerte.
porque creemos que Jesús está vivo en medio de nosotros.
porque creemos que no estamos solos sino El con nosotros.
porque creemos que Jesús es verdad, camino y vida.
porque Jesús sigue viviendo entre nosotros.
porque tenemos fe de que detrás de la realidad está Dios.
Porque no hay futuro donde no hay esperanza.
Porque no hay mañana si no existe el hoy.
Porque nuestra fe no es una ilusión, sino que se fundamenta en Dios.

Porque sin esperanza sólo existe el pasado que ya no existe.
Porque sin esperanza nadie lucharía en la vida por nada.
Porque sin esperanza la vida estaría muerta en nuestros corazones.
Porque sin esperanza nada tendría sentido y todo esfuerzo sería inútil.
Porque sin esperanza ni la vida tendría sentido y donde no hay sentido no hay futuro.
Porque sin esperanza la alegría sería imposible.
Porque sin esperanza todos renunciaríamos a la lucha por algo mejor.
Porque sin esperanza el sufrimiento sería una desgracia.
Porque sin esperanza todo nos sería indiferente.
Porque sin esperanza ni Dios tendría sentido en nuestras vidas.
Porque sin esperanza Dios dejaría de existir.

La gran razón de nuestra esperanza es que el Crucificado ha resucitado.
La gran razón de nuestra esperanza es que “sabemos que Jesús está en el Padre, y nosotros con Él y Él con nosotros.”
La gran razón de nuestra esperanza es que no estamos huérfanos porque tenemos un Padre en el cielo.

Podemos perderlo todo, menos la esperanza.
Podemos renunciar a todo, menos a la esperanza.
Podemos ser pobres, menos en esperanza.

Todos los días anochece, pero sabemos que mañana amanecerá.
Sabemos que el sol se esconde hoy, pero volverá a brillar mañana.

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