Domingo, 22 de setiembre del 2024
Difícil de entenderse
El Evangelio de este domingo, si no fuese por lo serio que es y el reto que presenta, realmente se presta tomarlo a broma. Jesús hace el anuncio de su Pasión y Muerte: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará”. Esta era la música de Jesús.
Mientras tanto, los discípulos van discutiendo quién de ellos será el primero en el reino y quién será el más importante. Esta es la música de los discípulos.
Una música que no se parece ni en la música ni en el texto. Como si cada cual fuese por un camino diferente, distinto.
La razón la da el mismo Marcos: “Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle”. Hay demasiadas cosas que no entendemos, pero tampoco queremos entender. Hay demasiadas cosas que no sabemos, pero tampoco queremos saber. Es la ignorancia interesada del que no quiere saber para evitarse compromisos. Es la ignorancia del que no conoce la verdad y prefiere seguir metido en su mentira. Lo malo de esta ignorancia es que es culpable. Y, en segundo lugar, es una ignorancia que nos lleva a hacer de nuestras mentiras nuestras verdades.
Todos quisiéramos un Reino más barato. Un Reino que sea más fácil. Un Reino donde cada uno pueda vivir su vida a sus anchas y sin mayores compromisos. Todos quisiéramos estar arriba, en el sillón presidencial. Pero, eso sí, que todos los demás estén a nuestro servicio. Lo que es lo mismo que decir: “Poder, sí; servicio, no”. Y este es el dilema que plantea Jesús.
Mientras Él habla del servicio pleno de dar la vida por los demás, ellos viven interesados en quién va ocupar los primeros puestos, los de privilegio. Mientras unos viven dándose y entregándose, otros preferimos vivir de los privilegios. Quien quiera seguir a Jesús tiene que hacer una opción radical: servir o ser servido. Y aquí no hay términos medios ni componendas. O la verdad de la cruz, que es la verdad del “servicio hasta dar la vida”, o la verdad de los privilegios “la rentabilidad” de lo que hacemos. Un cristianismo de privilegios, sean los que sean, será siempre un cristianismo empobrecido, anémico y sin vida.
La Cruz como criterio de discernimiento
Hemos hablado demasiado de la Cruz, pero como una especie de invitación al dolorismo, como una justificación del sufrimiento, lo cual es una terrible desenfoque del significado de la Cruz. Por eso la cruz tiene tan pocos devotos, siendo el centro de nuestra fe y nuestro bautismo.
La Cruz no es una invitación a sufrir. Es una invitación al servicio de los demás, una invitación a estar dispuestos siempre a darnos por los demás. Por eso, la Cruz se ha convertido también en un criterio de discernimiento en la Iglesia.
El verdadero discernimiento en la Iglesia no está “en lo que siempre se hizo”.
El verdadero discernimiento en la Iglesia no está en buscar justificaciones que hoy nadie acepta.
El verdadero discernimiento en la Iglesia está en el misterio de la muerte de Jesús en la Cruz. Los verdaderos cambios en la Iglesia tienen que darse a la luz crítica del misterio de la Cruz. Incluso, cierto tipo de celebraciones ¿responden de verdad al sentido de discernimiento crítico de la Cruz?
La misma tradición de la Iglesia debiera pasar por el filtro de la Cruz. Porque Jesús nos pudiera decir hoy como a los fariseos: “Os esclavizáis de las tradiciones de los hombres y os olvidáis de la tradición de Dios”. Porque no toda tradición es tradición de Dios y aquí no caben disculpas ni evasiones. “El que quiera ser primero, sea el último de todos y el servidor de todos”. Todo lo que no entre aquí es basura.
Despertar de los laicos
Hace unos años, tuvo lugar un encuentro de las cúpulas de los movimientos laicales de la Iglesia. Según apareció en las informaciones “hubo más lamentos que felicitaciones”. Los laicos se lamentan de una Iglesia clericalizada y de la poca presencia de los laicos en la vida social y política. Y dan una razón: no los han preparado para ello.
Una Iglesia sin sacerdotes es una Iglesia manca, pero una Iglesia sin seglares comprometidos es una Iglesia que no existe porque la verdadera Iglesia es el Pueblo de Dios. Todo lo demás son ministerios, servicios. Servicios precisamente para el Pueblo de Dios, para que el Pueblo de Dios cumpla con su misión.
Estamos demasiado habituados a que los seglares para hacer algo tengan que pedir permiso al sacerdote como los niños de colegio al maestro para ir al baño.
Estamos demasiado habituados a que los seglares “obedezcan”, pero que no tengan iniciativas. Cualquier iniciativa tiene que pasar por el filtro clerical.
Estamos demasiado habituados a que los seglares “no tengan iniciativas, no piensen, no decidan”. Eso depende de lo que diga el “curita”.
¿Cuándo los seglares serán creyentes maduros en su fe con iniciativa y responsables de sus decisiones?
¿Cuándo será que los sacerdotes tenemos que seguir siendo los eternos censores de lo que hagan los seglares?
La Iglesia no es de los sacerdotes. La Iglesia es el Pueblo de Dios.
Hablar de Dios
Hace unos días, revisando un número antiguo de la revista Vida Nueva, encontré una entrevista que le hicieron al teólogo Juan Antonio Estrada que decía algo que, cuando menos, nos debiera hacer pensar a todos los que hablamos. No olvidemos que uno de nuestros ministerios es hablar, pero hablar de Dios. Estrada decía:
“La Iglesia no es una ONG. La dimensión ética es condición necesaria, pero no basta. La Iglesia tiene que anunciar al Dios de Jesús. Y hoy el problema es que, a veces, en las tribunas eclesiásticas, oímos hablar mucho de moral, de la familia, de sexualidad, y no oímos hablar de Dios. Y además, cuando hablamos de Él, no somos capaces de hacerlo con un lenguaje que la gente entienda. Los cristianos deberíamos ser especialistas en Dios, y mucho más los eclesiásticos, y enseñar a buscarlo y encontrarlo en nuestra sociedad. La gran pregunta hoy es Dios. Mientras Él no sea el centro de nuestra reflexión, de nuestras preocupaciones y de nuestra vida cristiana, no hay nada que hacer. Hoy, la mística, la experiencia de Dios, la vivencia personal, la comunión en la fe… son los elementos fundamentales. Hay que vivirlos y comunicarlos en un lenguaje inteligible. Desgraciadamente, en nuestra Iglesia, abundamos más los funcionarios, teólogos y maestros que los profetas, místicos, carismáticos, gurús… No voy a estar en contra de un cristianismo social, de compromiso con los derechos humanos, de lucha por la justicia, pero que todo eso esté enraizado en una búsqueda de Dios y en una experiencia a partir de Jesús y de la tradición cristiana. Y eso falta. Porque lo otro ya lo tiene otra gente que no es cristiana.” (Vida Nueva, 7-1-2006)