Hoja Parroquial

Domingo 24 – B | Mesías crucificado

Domingo, 15 de setiembre del 2024

Preguntas comprometidas

Hoy utilizamos las encuestas de opinión para todo. En tiempos de Jesús no se hacían encuestas que preguntasen a la gente: “¿Quién es Jesús para ti?”. Por eso, Jesús utiliza el trato directo y personal. Él mismo se somete a examen. “¿Qué dice, qué piensa la gente sobre mí?”. “¿Qué decís vosotros que soy yo?”. Hace falta mucho coraje y mucha valentía para someterse al veredicto de la gente y que te lo digan en la cara.

Y no es que uno dependa de lo que dicen los demás. Cada uno es lo que es, al margen de lo que los otros puedan decir. Lo que la gente podrá hacer es crearnos imagen social, pero no modifica nuestro ser. Jesús es consciente de su ser y de su identidad, pero quiere saber qué imagen tienen los demás de Él, lo que piensan y dicen de Él. Esto demuestra una gran entereza y una gran valentía.

¿Seríamos capaces nosotros hoy de someternos al juicio de los demás? Y aquí surgen una serie de posibilidades:

¿Será capaz de la Iglesia institución de preguntar a sus fieles qué piensan y dicen de ella hoy? ¿Cómo la ven y qué imagen tienen de ella?

¿Serán los Obispos capaces de preguntar a sus diocesanos qué piensan y dicen de ellos?

¿Serán los párrocos capaces de preguntar a sus parroquianos que piensan y dicen de ellos?

¿Seremos capaces los sacerdotes de preguntar a la gente qué piensan de nosotros y nuestras predicaciones?

Jesús quiso escuchar el pensamiento y el sentimiento de la gente. ¿Acaso como Iglesia no debiéramos también escuchar el pensamiento y el sentimiento de la gente hoy? No se trata de luego querer configurarnos con lo que la gente dice. De Jesús vemos que había muchas maneras de enfocar su vida y su persona. Pero esto le sirvió para darse cuenta de lo ambigua que estaba siendo su persona. Y por eso decidió definirse a fondo a sí mismo: “Desde entonces empezó a decirles: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho…”.

También la Iglesia debiera pensar si está proyectando una verdadera imagen de lo que tiene que ser o, más bien, proyecta una imagen que la gente no entiende. Escuchar a los demás no es pecado. Sentir que no la ven claro, tampoco es pecado. Pero puede ser el momento para buscar nuevas imágenes y formas de ofrecer al mundo su identidad. Jesús como que se redefinió a sí mismo como el Crucificado y desde ahí también definió claramente cuál tenía que ser el camino de los que le siguiesen.

Iglesia, déjate cuestionar

Que la Iglesia no depende de las estadísticas es claro, pero también es claro que muchas cosas de la Iglesia cambiarían a mejor si consultásemos a los fieles. Me imagino que nadie pretenderá defender que la Iglesia no tiene pecados y no tiene faltas. O que, cuando menos, no tendría que hacer las cosas de otra manera.

Porque, además, nos guste o no, la gente habla, la gente comenta y la gente habla de la Iglesia, pero lo hace de una manera que su voz no llega hasta ella. No seremos tan inocentes en creer que todo lo que hacemos es signo del Evangelio para el mundo. Ni tampoco seremos tan crédulos que no tenemos nada que cambiar y que todo está bien y según el Espíritu Santo.

Escuchar a los fieles no es una infidelidad a la Iglesia ni un criticar a la Iglesia. Si Jesús quiso someterse al juicio de la gente, ¿cuál es el problema para que nosotros, como Iglesia, no lo hagamos?

Tampoco nos parece muy evangélica la actitud de cerrarse al sentir de los fieles porque también ellos tienen el don del Espíritu Santo. En el bautismo también ellos han recibido los dones de Jesús: el don profético, el don sacerdotal y el don de la realeza. También ellos aman a la Iglesia y también ellos quieren una Iglesia lo más auténtica posible. Además, escuchar no significa, sin más, darles la razón. Pero sí puede significar que no estamos llegando a ellos, que no estamos acertando en nuestros métodos a llevarles más eficazmente el Evangelio.

La nueva espiritualidad

“No al poder, sino a la humildad.
No la diversión, sino la conversión.
No el camino fácil, sino la vía estrecha.
No la burla, sino el humor.
No el racionalismo, sino el misterio.

No la mediocridad, sino la santidad.
No la introspección, sino la contemplación.
No juzgar, sino comprender.
No el purismo, sino la inocencia.
No el rencor, sino el perdón.

No la uniformidad, sino la diversidad.
No la guerra, sino la paz.
No la interpretación, sino la Palabra.
No la “prudencia”, sino la caridad.
No la agitación, sino el silencio.

No la feria, sino el desierto.
No el fanatismo, sino la fe.
No la opresión, sino la libertad.
No el dictado, sino la iniciativa.
No la letra, sino el espíritu.

No la fugacidad, sino el signo.
No el primer lugar, sino el último.
No la sentencia, sino la misericordia.
No el tratado, sino la poesía.
No el bullicio, sino la soledad.

No el egocentrismo, sino el humanismo.
No el absurdo, sino el misterio.
No la separación, sino la comunicación.
No el refinamiento, sino el pan.
No la autosuficiencia, sino la colaboración.

No el oro, sino la piedra.
No el desarraigo, sino el enraizamiento.
No el desprecio y el odio, sino el amor.
No la desesperación, sino la esperanza.
No el egoísmo, sino la dedicación.

No la fuerza del rico, sino debilidad del pobre.
No la evasión, sino la participación.
No el individualismo, sino la comunión.
No la casuística, sino la parábola.
No el desprecio, sino la compasión.

No la huida, sino la presencia.
No el esquema, sino la realidad.
No la desconfianza, sino la confianza.
No la disipación, sino el sufrimiento.
No la publicidad, sino el testimonio.
No el banco, sino el tajo.
No el molde, sino la levadura.
No el resorte, sino la mano en el arado”.
(Alfonso Comín: en El Ciervo, marzo 1960)

Todo es posible

Todo es posible para el que lo intenta.
Todo es imposible para quien no lo intenta.
El problema no está en la posibilidad.
El problema está en intentarlo.

¿Puedo salir de la droga? Inténtalo.
¿Puedo dejar el trago? Inténtalo.
¿Puedo dejar aquel vicio? Inténtalo.

¿Puedo llegar a la meta? Inténtalo.
¿Puedo vivir el Evangelio? Inténtalo.
¿Puedo vivir mi bautismo? Inténtalo.
¿Puedo decir la verdad? Inténtalo.
¿Puedo dejar de mentir? Inténtalo.
¿Puedo dejar de murmurar? Inténtalo.

¿Puedo triunfar? Inténtalo.
¿Puedo mejorar mi humor? Inténtalo.
¿Puedo estar alegre? Inténtalo.
¿Puedo vencer mi pereza? Inténtalo.
¿Puedo ser fiel? Inténtalo.
¿Puedo salir de mi tristeza? Inténtalo.
¿Puedo superar mi depresión? Inténtalo.

¿Puedo ser santo? Inténtalo.
¿Puedo ser amable? Inténtalo.
¿Puedo ser servicial? Inténtalo.
¿Puedo perdonar? Inténtalo.
¿Puedo amar a todos? Inténtalo.
¿Puedo reconocer mi error? Inténtalo.
¿Puedo pedir perdón? Inténtalo.
¿Puedo recuperar a mi esposa? Inténtalo.
¿Puedo mejorar mi matrimonio? Inténtalo.
¿Puedo mejor mi persona? Inténtalo.

No te pido hagas grandes cosas.
Te pido que lo intentes.

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