Domingo, 7 de julio del 2024
Cuando Dios no puede hacer nada
Omnipotente, sí; pero también débil. Todos vivimos con esa mentalidad de que “Dios lo puede hacer todo”. Pues tendremos que reconocer que Dios no puede hacer todo lo que puede ni todo lo que quiere.
Es que hay cosas que puede hacer Él sólo por sí mismo, pero hay cosas que no puede hacerlas sin nosotros. No siempre nosotros estamos de acuerdo con Él. Es bien sintomático lo que dice Marcos interpretando la tristeza y lamento de Jesús en su propio pueblo natal: “No pudo hacer allí ningún milagro… Y se extrañó de su falta de fe”.
Por más que Dios quiera salvarme, si yo no tengo interés, no podrá salvarme. Por más que Dios quiera que yo sea santo, si personalmente no siento interés en serlo, Dios tendrá que dejarme en mi vulgaridad.
Lo que hace posible la acción de Dios en mí es la fe. Si yo no tengo fe, Dios encontrará siempre un gran estorbo para actuar en mí. Es que Dios no actúa imponiéndose. Dios actúa desde el amor que ofrece pero no impone. Por tanto, para que el amor de Dios sea efectivo en mí necesitará de mi respuesta. Si yo no respondo, por mucho que Él me hable, yo no le escucharé.
Jesús hubiera querido hacer entre los suyos los mismos milagros que había hecho en Cafarnaún, pero los suyos seguían enredados en buscarle su genealogía, empeñados en destruir la imagen que estaba proyectando. No podían negar que en Él había un algo que no entendían, se sentían extrañados por su “sabiduría”, también reconocían los “milagros de sus manos”, pero cuando el corazón se cierra, la inteligencia se apaga.
Era preciso demostrar que todo aquello no podía venir de Dios. Para ello, nada mejor que descubrir sus propias raíces humanas: es el hijo del carpintero, conocemos a toda su familia, lo hemos visto crecer entre nosotros. De divino, nada. Es carpintero, no Dios.
Es una pena, pero estamos ante los pequeños-grandes trucos de nuestro corazón cuando se niega a abrirse a la luz de la verdad, desacreditar a quien la dice. No importa que sea verdad. Lo importante es quién la dice.
La fe y la eficacia de la oración
“Yo le he pedido mucho a Dios, pero no me ha escuchado”. ¡Las veces que Dios habrá escuchado este lamento nuestro! Y claro, la culpa de la ineficacia de nuestra oración se la echamos siempre a Él, que no nos quiere escuchar.
“Jesús no pudo hacer allí ningún milagro… Y estaba sorprendido de su falta de fe”.
Dime cuál es tu fe cuando oras y podré decirte cuán eficaz será tu oración. Pero, cuidado, no confundamos fe, con deseo de conseguir algo.
El deseo no es fe. El deseo puede manifestar nuestras necesidades.
Puedo tener grandes deseos y muy poca fe cuando deseo.
Puedo orar mucho y con muchos deseos, pero con escasa fe.
Porque la fe implica abandono total. Confianza total. La fe va más allá del deseo. La fe va más allá de nuestras necesidades.
La fe es confiar, a pesar de todo. La fe es confiar en Él, más allá de nuestros deseos y ser capaces de decirle: “pero mira, por muchos que sean mis deseos, que siempre se haga en mi tu voluntad”.
Los deseos son buenos, pero también pueden ser un gran estorbo para la fe. Apoyarnos más en la sinceridad del deseo que en la confianza y el abandono de la fe.
Dios escucha nuestros deseos. Pero los deseos tienen que pasar por el filtro de la fe. Dios nos escucha en el silencio y en el abandono de nuestra fe.
El problema de nuestra oración no está en desear vivamente, sino en creer más vivamente.
“Te basta mi gracia…”
Pablo nos hace hoy una confesión muy personal, que también él tenía dificultades consigo mismo para ser fiel a la llamada del Señor, llevaba una “espina en la carne”. De poco vale saber de qué espina habla Pablo, hasta pudiéramos sospechar que su gran problema estaba en la Iglesia misma. Pablo veía las cosas de una manera muy distinta a Pedro y eso, posiblemente, le creaba tensiones, amarguras. Temperamental como era, no siempre le resultaba fácil aceptar el modo de hacer de los demás y, hasta es posible, que se sintiese superior intelectualmente a todos los demás. Son simples hipótesis.
Pero Pablo tres veces le pide a Dios le quite esa espina de su alma y Dios no se la quita. Tendrá que ser fiel con la espina clavada. No. A los santos, Dios no les facilita el camino. Dios no limpia el camino de los santos para que no tropiecen. Dios no impide la tentación en el corazón de los santos. Los santos siguen siendo como nosotros.
La respuesta de Dios es clara: “Te basta mi gracia”.Lo que tú sólo, no puedes, lo podremos tu y yo unidos. Lo que para ti parece imposible, sigue siendo posible para Dios. Tu voluntarismo será siempre insuficiente, pero el poder de tu voluntad y el poder de mi gracia, pueden hacer milagros en ti.
Nos miramos demasiado a nosotros mismos y confiamos demasiado poco en lo que Él puede hacer en nosotros. Por eso nos sentimos tan poca cosa. El día que contemos como nuestra la gracia de Dios, ese día nos sentiremos capaces de todo y nos lamentaremos menos de nuestras flaquezas. Y como Pablo también nosotros diremos: “La fuerza se realiza en la debilidad”.
La alegría en las debilidades
Pablo resulta un cristiano profundo. Por algo su conversión se da en un encuentro con el “crucificado-resucitado”. Mientras los demás discípulos debieran pasar por el escándalo de la cruz, Pablo entra en ese escándalo, pero ya desde la experiencia pascual. Por eso la cruz le resulta tan connatural, tan familiar, que se convierte en la raíz de su fe.
Como pocos, Pablo ha descubierto que Dios salva no con el poder, sino con la debilidad.
Ha descubierto que el amor es poderoso porque nace de la debilidad de un Dios crucificado. Es ahí donde Pablo reconoce y descubre sus propias debilidades y siente gozo y alegría en ser débil. “Muy a gusto presumo de mis debilidades… Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte”.
Porque cuando soy débil participo en la debilidad de Dios crucificado.
Porque cuando soy débil siento más la presencia de la gracia de Dios en mí.
A todos nos encanta sentirnos fuertes y que los demás nos tengan por fuertes. Sin embargo, cuanto más fuertes nos sentimos, menos necesidad tenemos de la gracia de Dios. Nuestras seguridades nos hacen prescindir de Dios. María en su Magníficat canta que “Dios ha mirado la humillación de su esclava” y “el poderoso hizo en mí cosas grandes”.
Es que sólo sabremos amar de verdad desde la debilidad. El poder, la grandeza nos ponen por encima de los demás. La debilidad nos hace entrar en comunión con todos.