Domingo. 4 de agosto del 2024
Yo me aburro en Misa
Y no eres el único. Son muchos los que van todos los domingos a Misa porque tienen que cumplir con el precepto dominical, pero no porque descubran el verdadero sentido de la misa. Y entonces, claro, se aburren.
En el fondo, nos pasa lo mismo que aquellos que comieron el pan y los peces que Jesús multiplicó para ellos. Se quedaron en un Jesús panadero, y hasta hay intentos de declararlo rey. Y Jesús se lo dijo claramente: “Me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”.Se quedaron con el sabor del pan y de los peces, pero no entendieron lo que Jesús les quiso decir con el milagro. Por eso las razones de seguirle son más razones estomacales que de fe.
¿No nos sucede algo parecido a nosotros en la celebración de la Eucaristía? Vemos hacer cosas. Escuchamos la Palabra y hasta comulgamos. Pero no entendemos, mejor, no vemos el verdadero significado de la Misa. Muchos lo confiesan abiertamente, otros posiblemente no lo dicen, pero en el fondo tampoco han visto “los signos” de Jesús en la Misa. Por eso dicen: “A mí la Misa me aburre. Total, siempre lo mismo, y todos los años lo mismo”.
Es cierto que la misa es igual todos los años porque no hay más que una Muerte de Jesús y una Resurrección de Jesús.
¿Logramos nosotros descubrir el verdadero sentido y significado de lo que celebramos? ¿Vemos el signo de la muerte de Jesús que se renueva cada domingo en medio de nosotros? ¿Vemos el signo del Resucitado que cada domingo se hace presente en medio de nosotros y actualiza su Resurrección?
Los dos de Emaús no reconocieron a Jesús por el camino, pero sus ojos se abrieron cuando descubrieron el “signo de partir el pan”. Ahí comenzaron a verle y reconocerle.
Conocemos poco la Misa. Leemos poco sobre cuál es su sentido. Vemos la misa con los ojos de la calle más que con los ojos de la fe. Necesitamos una mayor catequesis sobre la Misa y la Eucaristía en general. Necesitamos profundizar su verdadero sentido y valor. Sobre todo, necesitamos participar en la Misa tratando de no quedarnos con los monaguillos que se mueven en el presbiterio o con el sacerdote que preside o con las canciones del coro. Es preciso situarnos, saber qué celebramos, saber qué hacemos y sintonizar nuestros corazones con lo que sucede en el altar. Si no vemos el verdadero signo de la Misa, cumpliremos con el precepto, pero no habremos celebrado la Misa. Y lo importante es vivir la Misa, no cumplir con una ley.
“Yo soy el pan de vida”
Una cosa es dar y compartir el pan. Una cosa es dar de nuestro pan y otra muy diferente es “hacerse uno mismo pan”. Eso es lo que hizo Jesús. No solo multiplicó los panes, sino que Él mismo quiso hacerse pan. Es el primer anuncio de la Eucaristía.
Nos cuesta dar algo de nuestro tiempo. ¿Qué pasaría si nuestro tiempo ya no fuese nuestro sino de los demás?
Nos cuesta dar el pan que nos sobra. ¿Qué pasaría si diésemos el pan que nosotros mismos necesitamos?
Nos cuesta dar nuestro pan. ¿Qué pasaría si nosotros mismos nos hiciésemos pan y los demás nos comieran?
Pues eso es lo que hizo Jesús. Hacerse Él mismo pan, darse Él mismo para que otros coman de este pan.
¿Qué hacemos en la Eucaristía? El pan “fruto del trabajo de los hombres” lo transformamos en el “Cuerpo de Cristo”, que luego se da en comunión. Es el pan que todos comemos.
El vino que es fruto de nuestro trabajo y regalo de nuestras viñas, lo transformamos en la Sangre de Cristo: “Sangre de la nueva y eterna alianza que será derramada por vosotros y por todos los hombres”.
Vivir la Misa, no es ser simples espectadores, es convertirnos en pan que luego comerán los demás a través de nuestra entrega incondicional, es convertirnos en “sangre” que será derramada en la entrega y en el servicio incondicional y generoso de nuestros hermanos.
Y eso es convertir la Misa en vida nuestra. Y es convertir nuestras vidas en Misa para aquellos que no van a Misa.
Por eso mismo, la Misa no son cuarenta y cinco minutos en la Iglesia. La Misa tiene que hacerse vida. La Misa que no se hace vida o la vida que no se hace Misa, carecen de sentido. La Misa de la Iglesia dura tres cuartos de hora, más o menos. La misa de cada uno de nosotros dura las veinticuatro horas del día. Lo mismo que Jesús. Él mismo, que se nos da en comunión en la Misa, sigue viviendo en comunión con todos nosotros a lo largo del día.
¿Es ésta la Misa que celebramos? ¿Es ésta la vida que vivimos? ¿Y tiene usted tiempo para aburrirse y bostezar?
Para que tengan vida
Todo el capítulo 6 de Juan se le conoce como el “Capítulo de la Vida”, “El pan de vida”, “Jesús, el verdadero pan de vida”.
Todo el Evangelio está escrito bajo el signo de la vida. “Yo he venido para que tengan vida”. Por tanto, el verdadero criterio de la moral y de las actitudes será siempre: “¿Y esto da vida?”. Es evangélico todo lo que da vida. Es de Dios todo lo que da vida. Es bueno todo lo que da vida. Como también tendremos que decir que: no es evangélico todo aquello que no es vida, que no es voluntad de Dios, todo lo que no produce vida. No es bueno, sino malo todo lo que impide la vida.
Y esto nos marca, evidentemente, una de las líneas y de los criterios o actitudes más claras para leer los Evangelios y tratar de entender a Jesús. Con frecuencia, acudimos a pequeñas actitudes de tipo moral, cuando en realidad, el mejor discernimiento para valorar los Evangelios y valorar a Jesús y valorar nuestras leyes será siempre el problema de la vida. La pregunta fundamental de todo cristiano tendrá que ser: ¿Y esto da vida o no da vida?
Y esto tendría que aplicarse a todo. Y sería la mejor manera de tratar de vivir cada día en la verdad.
Y esto que hacemos, ¿nos da vida o no?
Y esto que decimos, ¿nos da vida o no?
Y esto que decidimos, ¿nos da vida o no?
Y estas actitudes que asumimos, ¿nos dan vida o no?
De ahí que cuando alguien pregunta: “Padre ¿podemos hacer esto o lo otro?”. La respuesta es clara: “Decídanlo ustedes: ¿da vida o no da vida?”.
Porque todo lo que da vida es bueno y todo lo que no da vida es muerte. Todo lo que da vida es gracia y es verdad y todo lo que no da vida es pecado y es mentira. Hay “amor” que da vida y hay “amor” que da muerte. Es decir, la verdad de eso que nosotros llamamos amor, la conoceremos si nos da vida o si siembra muerte en nosotros.
Un soneto para pensar
Nadie estuvo más solo que tus manos
Perdidas entre el hierro y la madera,
Mas cuando el Pan se convirtió en hoguera
Nadie estuvo más lleno que tus manos.
Nadie estuvo más muerto que tus manos
Cuando, llorando, las besó María;
Más cuando el vino ensangrentado ardía
Nada estuvo más vivo que tus manos.
Nada estuvo más ciego que mis ojos
Cuando creí mi corazón perdido
En un ancho desierto de hermanos.
Nadie estaba más ciego que mis ojos.
Grité, Señor, porque te habías ido,
Y tú estabas latiendo entre mis manos.
(José Luís Martín Descalzo)