Hoja Parroquial

Cuaresma 3 – A | Jesús y la mujer samaritana

15 de marzo del 2020

Una pozo, una mujer y Jesús

Jesús y la samaritana

Un pozo con agua, una mujer con sed y Jesús, el nuevo manantial del agua nueva de la gracia. Un diálogo que comienza tenso, pero que poco a poco va calando el alma de la mujer hasta tocarle el corazón. Es el proceso de toda conversión.

Nuestra primera actitud suele ser siempre de autodefensa. La mujer comienza por hacerse dueña de la situación. El pozo le pertenece por ser samaritana. Ella es la única que tiene el balde para sacar el agua. Además ella se siente orgullosa de su condición de samaritana. Mientras tanto Jesús se presenta como el indefenso. Él es el que comienza por pedir y, luego, va despertando la curiosidad de la mujer, ofreciendo una nueva agua mucho mejor que la del pozo de Jacob. Ahí, ante la sencillez de Jesús y su oferta, la dureza de la mujer se va reblandeciendo y se da en ella todo un proceso de conversión. Primero, lo reconoce como judío y hasta se escandaliza de Él por hablar con ella, luego ya lo reconoce como maestro, para llamarlo luego profeta. Hasta que por fin lo identifica como el Mesías.

Bello proceso de Dios cuando quiere entrar en nuestro corazón. Dios nunca utiliza la violencia de la imposición. Dios siempre se presenta como un don, como una oferta, siempre respetuoso de la libertad de los hombres. No es el Dios autoritario que manda, ordena y se impone, es el Dios que se hace débil, es el Dios que toca la puerta, es el Dios que invita.

Es así como Jesús va ganándose el corazón de la mujer, lo va reblandeciendo hasta que termina por conquistarlo. No es una victoria del que tiene poder, es la victoria de uno mismo que se va abriendo a sí mismo y va dejando que la bondad y el amor vayan empapando el espíritu. Aquí no hay amenazas, ni condenas, ni gritos de enfado,  hay espera y hay amabilidad incluso si se siente atacado. El amor y la bondad son como esa gota de agua que poco a poco va gastando la piedra. El amor y la bondad son como el aceite que suavemente va penetrando la dura madera.

Todos llevamos mucho de “samaritana” en nuestros corazones porque todos llevamos dentro demasiadas resistencias. Hasta que un día la gracia logra meterse por la rendijillas de nuestra alma y va haciendo su efecto desde dentro hasta que terminamos diciendo sí a la gracia, a Dios.

Y Dios se hace manantial dentro de nosotros…

Cansancio y sed

jesús y la samaritana

Siempre me ha encantado el relato de la Samaritana. Tiene unos rasgos que llegan al alma, porque revelan el corazón humano y el corazón de Jesús.

Dios nunca se presenta con aires de grandeza y autosuficiente. Dios se presenta siempre con aires de debilidad y necesidad o pobreza. Dios no es de los que se presenta con la autosuficiencia de dar. Por el contrario, ¿te imaginas a Dios sentado, como esos mendigos de las puertas de las Iglesias? Pues ahí lo tienes. Es mediodía, el sol calienta. El está sentado y tiene sed. Y está sentado en el brocal de un pozo.

Por ahí aparece una mujer samaritana, conocida por la colección de maridos. Llega con toda su autosuficiencia. Aunque por dentro está llena de sed. Y no es ella la que abre el diálogo sino Jesús. Y lo abre “pidiendo agua”. Hasta ella se siente sorprendida.

Jesús tiene una pedagogía maravillosa para entrar en el corazón humano. No la acusa de sus maridos. Claro que sí le demuestra que ya conoce su realidad, incluso le dice que tampoco el último es de ella, sino posiblemente robado con esa zalamería femenina.

Jesús la va llevando dentro de ella misma. La va haciendo tomar conciencia de su realidad, todo sin ofenderla. Hasta ella va descubriendo el corazón de su visitante.

Él la conoce a ella. Y ella termina conociéndola a Él. Cuando ambos se han conocido, se terminó la sed, se olvidan del pozo y del balde. Hasta que echa a correr para anunciar la gran al pueblo la gran noticia de haberse encontrado con el Mesías.

La delicadeza de Jesús es maravillosa. Haberla ganado le quitó y le hizo olvidar su sed. La delicadeza de Jesús que está por encima de las diferencias y resentimientos entre samaritanos y judíos. La delicadeza de hacerla sentirse bien. Primero la va desnudando interiormente. Y cuando no se ve y reconoce por dentro las cosas comienzan a cambiar. No tengamos miedo a que Dios nos desnude interiormente, no es para que los demás nos vean, sino para que nosotros nos reconciliemos con nuestra verdad.

Cansados y sedientos

sed y cansancio

El día de bochorno.
El sol calienta a gusto.
Los pies llenos del polvo de los caminos
y el alma sedienta por dentro.

Que la sed no es solo del cuerpo.
Que también el corazón tiene su sed de amor.
Que también el alma tiene su sed de Dios.
Que también los pies tienen su sed de refrescarse
y encontrarse con un pozo.

Esta es la dicha del desierto: encontrarse con un oasis.
Pero a veces queremos beber, tenemos el agua cerca.
¿Cómo hacer para que venga arriba y refresque mis labios?

El pozo es de todos, claro;
pero el balde lo tiene ella.
Y yo con mi sed pidiéndole agua.
Y ella discutiéndome lo del balde.
Y los dos discutiendo sobre el agua.

El agua de su pozo, que es de Jacob.
Y el agua que yo le estoy ofreciendo.
Pero la doña se hace dura, por algo es mujer.
Y se pone tiesa porque cree tener razón.
¿Y quién puede contra la razón de una mujer?
Que soy samaritana y que tú eres judío.
Y vaya usted a convencerla…
Que no podemos hablarnos el uno con el otro.
Y ninguno de los dos para de hablar.
Pero no hay mejor camino para vencer a una mujer,
Que despertar su curiosidad.

Y al fin se doblegó la doña,
Y la que tenía que dar el agua terminó pidiendola.
¿Y dónde quedó el balde?
¿Y dónde quedó el pozo?
¿Y donde quedó la sed?
Señor, que la doña se ha ido a traer otros sedientos.
¿Traería a todos sus maridos?
Ya puedes sacar agua abundante,
que muchos son los que esperan tu agua.
Clemente Sobrado C.P.

Yo te necesito

sed

Algún día pensé que me bastaba a mí mismo,
que no necesitaba de nadie
y terminé quedándome solo conmigo mismo.
El tiempo se me hacía eterno y los días interminables.
Desde que te encontré a ti, me di cuenta de que no valgo para estar solo.
Necesito de alguien que cada día me regale su mirada.
Necesito de alguien que escuche
mis alegrías y mis penas,
mis inquietudes y preocupaciones,
mis silencios y mis horas de preocupación.
Necesito de alguien que, en mis necesidades, se me acerque y me pregunte:
“¿en qué puedo ayudarte?”
“¿en qué puedo echarte una mano?”
Este se llama “mi amigo”.

Necesito de alguien que, de cuando en cuando, me diga algo:
me diga mis mentiras y mis verdades,
me diga mis defectos sin herirme,
me exprese su reconocimiento por lo que hago.
Necesito de alguien que marque mi propio espacio,
me haga ver que no puedo invadir el suyo,
me haga descubrir mis propios límites, y
los límites y espacios de los demás.
Necesito de alguien que sea compañero de camino,
que vaya delante de mí para animarme a apurar mi paso,
que vaya a mi lado para entretenerme,
que se quede un poco atrás para que respete mi ritmo.
Este se llama “mi padre y mi madre”.

Necesito de alguien que me diga que yo soy importante,
que me respete en mi libertad y en mis decisiones,
pero que a la vez me aliente en mis cansancios,
que me mantenga siempre alerta a ser más de lo que soy
que me levante cuando caigo,
que me tienda su mano cuando la mía está fría,
que me preste sus hombros si me he desviado,
que me abra la puerta si algún día me fui de casa.
Y ese se llama “Dios-Padre”.
Clemente Sobrado C.P.

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