Domingo, 29 de diciembre del 2024
Y Dios es familia
San Juan Pablo II, en el discurso a la Asamblea General del CELAM en Puebla (México), dijo que “Dios era familia”. Pues en su seno íntimo, Dios es Trinidad de Personas en comunión de relaciones. Razón también por la cual, Pablo dirá que “Dios es padre de toda familia”. Digamos que Dios está marcado por el sentido de la familia.
Era lógico que también Jesús al encarnarse lo hiciese en el clima y calor de una familia concreta. La de María y José. A diferencia de otros grandes profetas que viven alejados, y llevando una vida desconocida, Jesús pasa la mayor parte de su vida, treinta años, en una familia y como miembro de un hogar como cualquier otro.
De ahí que la familia, desde entonces, sea algo más que un fenómeno sicológico o un acontecimiento social, sea también un espacio de encarnación de Dios, un espacio de gracia y de salvación, e incluso se la pueda considerar como una especie de sacramento de salvación, al llamarla “Iglesia Doméstica”.
San Juan Pablo II, en la Exhortación Familiaris Consortio, dirá que “el futuro de la humanidad se fragua en la familia”, y también, “el futuro de la evangelización en el futuro pasará por la familia”.
Maltratar a la familia es poner piedras y estorbos al futuro y al anuncio del Evangelio. Porque, al fin y al cabo, la mayoría de nosotros hemos encontrado en la familia los caminos de nuestra fe. Nuestro primer encuentro con Dios se dio en la familia. Nuestro crecimiento en la fe se dio en la familia. Mientras la familia ha mantenido el calor de la fe, la experiencia de Dios, y mientras la familia ha sido el espacio de la revelación y manifestación de Dios, los hombres nos declarábamos creyentes. Las crisis de la fe y de la incredulidad comenzaron a sentirse cuando la familia se fue vaciando de Dios, vaciando de la fe y el interior del hogar comenzó también a secularizarse.
San Juan Pablo II nos decía que “es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia” (FC.86) Y aún añadió: “Deben amar de manera particular a la familia. Se trata de una consigna concreta y exigente”. (Id) Al celebrar hoy la familia de Jesús, ¿no será también el momento de celebrar el misterio de gracia y salvación de nuestras familias?
¿Y los padre hoy?
Todos hablamos mucho de los hijos, de los jóvenes, pero dónde quedan los padres. Porque, desde nuestra experiencia, uno de los problemas más serios que afronta la familia hoy es la presencia de los padres.
Si antes la figura de los padres se había inflado demasiado, hoy se ha debilitado tanto que pareciera que la figuras paterna y materna como que se están desinflando. ¿Que antes les teníamos demasiado miedo y reverencia? Es posible, pero no es menos cierto que hoy ya no somos nosotros quienes tenemos miedo a los padres sino que son ellos quienes tienen miedo a los hijos.
Siempre respetaremos la libertad de los hijos, pero también respetaremos no una libertad donde cada uno hace lo que le venga en ganas sino una libertad respetuosa. Al fin y al cabo, ellos nos han dado el don de la vida y si los hijos somos algo, se lo debemos a ellos.
Es preciso rescatar la figura paterna y materna y es preciso crear una mayor conciencia en los hijos de sus deberes para con sus primogenitores. Hay demasiados padres abandonados por la frialdad e indiferencia de los hijos. Hay muchos padres que no cuentan con el apoyo de sus hijos. Quienes lo han dado todo, tienen la recompensa del olvido y la ingratitud.
Si no valoramos y creamos una mayor conciencia en los hijos sobre el valor y el sentido de los padres, nos corremos el riesgo de que la familia del futuro, no solo se desintegre por la debilidad de los vínculos conyugales, sino también por la desaparición de la figura troncal de la familia que son los padres. De Jesús nos dice el Evangelio de Lucas, “bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad”. No al autoritarismo paterno, pero no tampoco a privarles de su verdadera dignidad. Salvemos a los hijos, pero salvemos también a los padres de un posible naufragio.
Dejarlos crecer
A los hijos hay que dejarlos crecer. Uno siente pena de que crezcan y pierdan la sonrisa de su inocencia, pero tienen que crecer. También ellos están llamados a desarrollarse y madurar.
Crecer significa siempre algo doloroso, para ellos y para los padres. Para ellos porque entran en una nueva experiencia aun desconocida y para los padres porque sienten que se les van desprendiendo poco a poco y como que cada día los van perdiendo. En realidad, no los están perdiendo, sencillamente ven cómo van siendo ellos mismos.
Crecer significa:
Dejarles pensar por sí mismos y no querer seguir pensando por ellos. Para eso son seres inteligentes.
Dejarles ser libres. Una libertad que va creciendo con ellos. Ellos están llamados a vivir de su libertad y no de la nuestra.
Dejarles ser libres para que aprendan a ser responsables. De lo contrario, no quedarán como niños en la vida, sino “aniñados” que cosa muy diferente. Jesús nos pide ser como niños, pero no nos dice que seamos adultos aniñados.
Dejarles ser nuestros críticos porque también ellos comienzan a vernos de una manera diferente y distinta. Ya no están para reconocer “papá lo ha dicho”. Ya se están haciendo críticos de lo que decimos. Antes se tragaban lo que nosotros les decíamos como se traga una pastilla antigripal con un vaso de agua. Ahora ya tienen su propio modo de pensar. Además, ellos ya pertenecen a otra cultura y mentalidad que no es precisamente la nuestra.
Dejarles tomar decisiones. No podemos esperar a que se hagan viejos para que decidan por ellos mismos. Si de jóvenes no aprenden a decidir por su cuenta, cuando sean mayores serán unos tímidos e indecisos incapaces de definirse por ellos mismos.
Por eso, es preciso dejarlos crecer, pero nosotros tenemos que crecer con ellos. Los hijos nos ayudan a madurar también a nosotros. Nos ayudan a crecer y a que no nos quedemos en el pasado, sino que vayamos metiéndonos también nosotros en la novedad de hoy. Que no crezcan solos, sino a nuestro lado y nosotros al lado de ellos.
Oración de Fin de Año
Gracias, Señor:
Por este año que se nos va.
Por todo lo bueno que hemos vivido.
Por todas las dificultades que hemos vencido.
Por las nuevas vidas que hoy nos acompañan.
Por los que se han ido a acompañarte a Ti.
Por todo lo bueno que hemos realizado este año.
Por todo lo que nos has regalado.
Gracias, Señor:
Por todo lo que nos has amado.
Por todo lo que te hemos amado.
Por todo lo que nos has perdonado.
Por todo lo que hemos perdonado.
Gracias, Señor:
Por todo lo que has sembrado en nosotros.
Por todo lo que hemos sembrado nosotros.
Por todo lo que has hecho en nosotros.
Por todo lo que hemos hecho por Ti y por los demás.
Gracias, Señor:
Por el amor que nos hemos regalado en la familia.
Por todo lo que nos hemos acompañado en la familia.
Por todo lo que hemos compartido en familia.
Por todo lo que hemos soñado juntos en familia.
Al terminar este año:
Regálanos tu bendición:
Como esposos y como padres.
Como hijos y como hermanos.
Amén.