Hoja Parroquial

Domingo 15 – C | ¿Quién es el prójimo?

Domingo, 10 de julio del 2022

El prójimo soy yo

el prójimo

Hay preguntas que pueden ser de simple curiosidad o, incluso, pueden ser la manera de querer desviar nuestro verdadero compromiso. En esta pregunta del Maestro de la Ley y en la respuesta de Jesús, mediante la parábola del buen samaritano, se nos ofrece como una especie de cambio de partitura. Antes conocíamos muy bien las notas, ahora nos han cambiado la clave, no conocemos ninguna.

Hasta que Jesús nos propuso esta parábola sabíamos muy bien quién era nuestro prójimo. Es más, hasta la misma pregunta del Maestro de la ley parecía un poco tanta o al menos infantil. Si miras a un Diccionario, te dirá muy claro que, prójimo viene del latín “proximus”, es decir aquel que está cercano a mí, que está próximo. Por tanto, prójimo es algo estático, algo que está ahí, cerca, que lo puedo tocar con la mano.

Pero viene Jesús y se olvida del latín y nos habla el nuevo lenguaje del amor. Y nos dice que, prójimo no es “el otro”, sino que prójimo “soy yo”. “¿Cuál de estos tres se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?” Es decir, ¿cuál de los tres fue prójimo del herido en el camino? Y la respuesta fue clara: “el que practicó la misericordia con él”.

Todos pudiéramos pensar que “prójimo” es el herido del camino. Sin embargo, la conclusión de Jesús es diferente. Prójimo es el “samaritano”. No el sacerdote que no quiso meterse en líos. Ni el levita que llevaba mucha prisa.

Jesús cambia la idea de “prójimo”. Ya no es el que está cerca de mí, sino yo que, con un sentido de compasión y solidaridad, me acerco al otro. “No somos prójimos”, sino que “nos hacemos prójimos”. Por tanto, esa “proximidad” no es algo que está ahí, sino algo que yo voy haciendo cada vez que siento compasión, siento lástima, siento que me duele el corazón por la condición de alguien y me bajo de mi caballo y me acerco a él, le tiendo mi mano y vendo sus heridas.

Digamos que “ser prójimo” es una actitud del corazón. Es posible que alguien que está a mi lado no lo sienta como prójimo y, sin embargo, me sienta prójimo de alguien que está lejano. Aquí la proximidad la marca el corazón, no la distancia. Aquí la proximidad la marcan los sentimientos y no los metros de distancia. Mi prójimo no es tanto el que tengo a mi lado sino aquel al que yo camino y me acerco a él. Digámoslo así: “Prójimo no eres tú, prójimo soy yo”.

En esta nueva visión de prójimo, Jesús me está exigiendo hacerme prójimo de aquellos que hasta ahora me resultan indiferentes o incluso de todos aquellos que hasta ahora veía muy lejos de mí. Hasta mi enemigo tiene que sentirme como prójimo. Mi enemigo ya no es el que tiene que acercarse a mí a pedirme perdón. Soy yo quien tengo que ir hasta él llevándole mi perdón.

“Al prójimo como a ti mismo”

amor al prójimo

La frase la hemos leído infinidad de veces. ¿La has pensado realmente? ¿Qué significa en realidad que debo amar al prójimo como a mí mismo? El maestro de la ley sigue todavía con la mentalidad antigua del “prójimo como el otro”. Pero, aún en esa mentalidad vetero-testamentaria, ¿hasta dónde mi amor al otro, debe ser como el amor que yo me tengo? En este precepto subyace una idea o mentalidad de valoración del otro: En primer lugar, partimos de la idea de que “nosotros, tanto yo como tú y tú como yo, somos iguales”. “Esta igualdad en la estima y el respecto sería el preámbulo de un verdadero amor.” (Stanislas Breton C.P.)

¿Cómo amarte lo mismo que a mí mismo, si no te valoro igual que a mí mismo?

¿Cómo amarte lo mismo que a mí mismo, si te considera menos que a mí mismo?

No te considero menos de lo que yo soy. Tampoco te considero superior a mí, porque entonces valdrías más que yo. Sencillamente nos consideramos iguales. Con la misma dignidad, con el mismo valor. Pero esto implica otra realidad. Implica que yo me amo de verdad a mí mismo. Me amo en lo que realmente soy y valgo. Es más, si yo me amo menos de lo que soy, te estaría traicionando a ti, porque te consideraría menos de lo que tú eres.

El principio fundamental del amor parte del reconocimiento de la igual dignidad de nosotros dos. Cualquier alteración de valor va a modificar la relación amorosa. Principio esencial para toda la vida amorosa. Pero, sobre todo, para la vida conyugal de los esposos en el matrimonio. El gran obstáculo y la gran dificultad para amar de verdad al otro es tenerlo en menos, considerarlo menos, valorarlo menos, ponerlo un peldaño más abajo que nosotros.

Traductores de Dios

Dios

Hoy casi todos los libros, al menos una gran mayoría, se traducen a otros idiomas, para que también los demás puedan leerlos. A los que se dedican a ese trabajo los llamamos traductores. El que me pone en mi propio lenguaje algo que está escrito en otra lengua que yo no entiendo.

Recién he descubierto que todos tenemos vocación de traductores porque todos tenemos la vocación de poner en lenguaje inteligible el amor y los intereses y planes y proyectos de Dios.

A mí, Dios me ha pedido que traduzca su amor a los hombres, en la lengua de la vocación sacerdotal. Por eso me ha regalado el don de los consejos evangélicos.

A ti, Dios te ha pedido que traduzcas su amor a los hombres, en el lenguaje de tu vida matrimonial, como esposo, esposa, padre y madre.

A ti, joven, Dios te ha encomendado la misión de traducir su amor, en el lenguaje de los hijos.

A todos se nos ha pedido seamos los traductores de su amor, a esos hermanos nuestros necesitados.

¿Dónde leeré yo que Dios me ama de verdad? Pues, yo leeré el amor que Dios me tiene en la traducción que tú haces cuando me amas.

¿Dónde leerás y entenderás que Dios te ama de verdad? Pues yo tengo el encargo de traducir ese amor en los gestos de amor que tenga yo mismo contigo.

Cuando me siento en el confesionario, me pregunto ¿cuál es mi verdadera misión en la confesión? Y he descubierto que soy “traductor”. Allí te traduzco al castellano el perdón que Dios te regala en su corazón: “Yo te absuelvo”.

¿No te encanta esta misión de ser traductor de Dios ante los hombres? ¿Traductor del amor de Dios a los demás? Por favor, haz una buena traducción. Porque creo que muchos tienen un muy mal sistema de traducción. Traducir mal a Dios a los hombres es, como dicen los italianos”, “traductore” igual a “traditore”. Traductor puede significar traidor.

El primer amor: a ti mismo

ámate a ti mismo

Tenemos miedo a decirlo.
Sin embargo, es un principio fundamental.

Antes que nada, tengo que amarme a mí mismo.
Si no me amo a mí mismo, no tengo capacidad para amar a los demás.
Si no me amo a mí mismo, no sabré cómo amarte a ti.
Si no me amo a mí mismo, nunca sabré si te amo de verdad a ti.
Si no me amo a mí mismo, cómo podré amarte a ti.

Es que el amor que me tengo a mí mismo,
es el punto referencial básico para amar a los demás.

Aprendemos a amar, amándonos a nosotros mismos.
Hasta Dios comienza por amarme, para que yo le ame.
Dios me hace sentir la verdad de su amor, para que yo aprenda amarle.
Porque nadie aprende a amar si no es amado.

Dime cuánto te amas y sabré cuanto me amas.
Dime cómo te amas y sabré cómo me amas.

Necesito de tu amor.
Por eso te pido: comienza por amarte a ti mismo.

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