Hoja Parroquial

Domingo 3 – A | Pescadores de Hombres

Domingo, 26 de enero del 2020

Las Sorpresas de Dios

pescadores de hombres

Aquel día amaneció como un día cualquiera. Era un amanecer como cualquier otro. Era la hora de acercar las barcas a la orilla y lavar las redes. Era la hora de regresar a casa y tomarse un legítimo descanso. Cuando de reppente alguien pasa por la orilla. Era Dios que también madruga y le gusta el fresco del agua del lago.

Y la gran sorpresa: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.” Es la hora de la llamada, de la invitación, del cambio, de lo nuevo y lo inesperado.

No los llamó cuando estaban en el Sinagoga, tampoco cuando estaban en el Templo, aunque tengo dudas que frecuentasen mucho el Templo. Los llamó cuando estaban en sus propias faenas de pesca. Ninguno de ellos estaba rezando, estaban en su propio mundo de trabajo.

Es que para Dios no hay tiempos apropiados, tampoco lugares adecuados. Tampoco momentos en los que uno está preparado. Dios es siempre sorpresivo. Aunque te imagines que Dios no se preocupa de ti, aunque te imagines que tú no vales para esas cosas, cuando Dios pasa a tu lado y te llama todo cambia.

Jesús no anduvo buscando gente preparada, gente con una cultura adecuada, ni tampoco gente de prestigio. A Jesús le bastaron unos simples pescadores, que algo sabían de pesca, pero poco más. Cuando Dios llama no valen eso de “yo no valgo”, “yo no estoy preparado”, “yo no sirvo”. Tanto mejor si no sirves ni vales porque es entonces donde mejor se pone de manifiesto el poder de la gracia.

Las piedras fundamento de la Iglesia no fueron escogidas en las grandes canteras de la gente preparada del templo, sino gente que sabe de peces, de barcas, de redes y de lago.

El resto lo hace Dios en nosotros. Son las sorpresas de Dios. Son esos momentos de Dios que llama, que toca a la puerta de nuestros corazones. Puede que tú seas de los que ni pienses en Él, como tampoco pensaban ellos. Y de repente, tu vida puede dar un vuelco y comenzar un nuevo camino. No sé si estarás recogiendo los redes o estarás camino de la oficina, pero puede que Él pase a tu lado y tu vida dé un viraje que nunca te has imaginado.

Convertirse, ¿qué es eso?

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Muchos se imaginan que convertirse es simplemente un simple cambio ético, cambiar de conducta, dejar de hacer lo que hacíamos, dejar de hacer algo que no estaba bien…

La conversión es mucho más.
La conversión es el cambio de mentalidad, un comenzar a pensar según la mentalidad del Evangelio.
La conversión es el cambio del corazón, un cambio que implica sentir interiormente que Dios tiene que ser la meta y el centro y el camino de nuestras vidas.
La conversión es el cambio de todo nuestros ser y que el Evangelio de Juan llama “nacer de nuevo”.
Es decir, hacernos hombres nuevos.
Hacernos hombres que actúan desde la acción del Espíritu. Entrar en el dinamismo del Espíritu. Sentir que es el Espíritu el que nos guía y nos anima.

Porque podemos dejar de hacer lo que hacíamos, pero seguir siendo los mismos.
            Dejo de mentir porque eso me delata delante de los demás.
            Dejo de robar porque eso es peligroso.
            Dejo de hablar mal de los demás porque me llamarán chismoso.

Esa no es la conversión. Me convierto cuando:
            No miento porque amo la verdad y debo ser sincero.
            No robo porque respeto los legítimos derechos de los demás.
            No hablo mal porque siento que la dignidad de mi hermano queda herida.

Convertirme no es solo cambiar el modo de actuar y hacer,
es cambiarme a mí mismo desde dentro siendo uno en Cristo.

La Conversión, obra de todos los días

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Nunca estamos totalmente convertidos porque nunca estamos totalmente animados por el Evangelio. La conversión es una vida que está en constante crecimiento, por eso toda la vida es un camino de conversión.  Es más, uno no percibe cada día que ha cambiado, como tampoco percibimos cada día cómo crecen las plantas, ni siquiera como crecemos nosotros. Con el tiempo nos damos cuenta de que la ropa ya no nos sirve que hemos crecido, pero nadie se da cuenta del crecimiento diario.

Muchos se desalientan pensando que siempre son los mismos y que no cambian. Los cambios se notan con el tiempo. El que corre en la pista todavía no ha llegado a la meta, lo importante es que cuanto más corre la meta estará más cerca. Los caminos de la santidad son como el horizonte del mar, cuanto más nos adentramos en el mar, el horizonte parece estar a la misma distancia, pero si miras hacia atrás, verás que la playa queda cada vez más lejos.

No fijes tanto en si has llegado. Fíjate si estás corriendo.
No te fijes tanto en el horizonte. Fíjate en lo que queda a tus espaldas.
No te fijes si te falta mucho para ser santo. Los santos nunca se preguntan si han llegado, sencillamente tratan de santificarse cada día.

La santidad no es para que tú la midas. Deja que sea el Señor el que ve cuanto estás avanzando. ¿Acaso estás midiendo cada día cómo crecen las plantas en tu jardín? ¿Acaso el agricultor está midiendo cada día cuánto crecen sus trigales?

La Misa del Sábado, ¿vale para el Domingo?

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Claro que es válida, pero ¿para todos? Pues para todos. Leamos lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “El mandamiento de la Iglesia determina y precisa la ley del Señor. El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen la obligación de participar en la misa”. (Canon 1247) “Cumple el precepto de participar en la misa quien asiste a ella, dondequiera que se celebre en un rito católico, tanto el día de la fiesta como el día anterior por la tarde.” (Canon 1248&1)

Tanto el Derecho Canónico como el Catecismo y últimamente la Exhortación “El Sacramento del Amor” no ponen condición alguna que limite este derecho de los fieles a poder cumplir con la participación de la Misa los sábados o la víspera de las fiestas de precepto.

La razón es que el Domingo comienza litúrgicamente desde el sábado por la tarde. Por tanto, litúrgicamente estamos ya en Domingo. Por eso también las Misas del Sábado por la tarde utilizan la Liturgia del Domingo.

Esto no significa que uno esté luego dispensado del resto de obligaciones dominicales como son el descanso y el sentido festivo y pascual. Algunos se plantean si es válida la misa del sábado cuando hay matrimonio. Cierto que esto plantea un problema, no para el cumplimiento de la Misa, pero sí para el sentido litúrgico. De ahí que las lecturas debieran de ser del domingo, al menos si el matrimonio se celebra en horas destinadas para que los fieles cumplan con el deber de participar en la misa. Esto crea dificultades porque también el matrimonio, tiene su propia liturgia y normalmente sus propias lecturas. Este es un problema que los párrocos debieran solucionar, pero no un problema que afecte a los fieles en su cumplimiento.

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