Hoja Parroquial

Cuaresma 5 – B | Queremos ver a Jesús

Domingo, 17 de marzo del 2024

Los hombres quieren ver a Jesús

El hombre de hoy puede parecer muy indiferente frente a lo religioso; sin embargo, cuando uno entra en esas intimidades del corazón humano, uno percibe que, en el fondo, el hombre quiere ver a Dios, como aquello que se acercaron a Felipe diciéndole: “Señor, queremos ver a Jesús”.

Estoy convencido de que el hombre de hoy también nos está diciendo y gritando a nosotros los cristianos: “Queremos ver a Jesús, queremos ver a Dios”. No queremos que nos den explicaciones sobre Dios, ni nos den teorías sobre Dios. El hombre de hoy quiere ver, quiere tocar, quiere experimentar.

En la Iglesia hablamos mucho de Dios. Es posible que muchos ya estén cansados de escucharnos siempre las mismas cantaletas y las mismas explicaciones que, con frecuencia, son más ideas estudiadas que experiencias vividas. Hablamos de lo que sabemos, más que de lo que vivimos. El Documento Aparecida, nos insiste: “Por eso, se volverá imperioso asegurar cálidos espacios de oración comunitaria que alimenten el fuego de un ardor incontenible y hagan posible un atractivo testimonio de unidad para que el mundo el mundo crea”.

La Iglesia no anda mal por sus problemas doctrinales, pero ¿dará tanta importancia al testimonio de nuestras vidas que hagan visible a Dios hoy? La Iglesia es un signo visible de la Salvación de Dios. No decimos que es la “Iglesia de la Salvación” sino la Iglesia “signo”, “señal”, una salvación que se puede ver. De lo contrario, es posible que borremos con el codo lo que escribimos con la mano. Es posible que borremos con nuestras vidas lo que predicamos desde el púlpito o desde las enseñanzas de la familia y el colegio o la Catequesis.

No niego que muchos no tengan interés alguno por Dios. Pero sí creo que la mayoría, en el fondo de su corazón, busca algo más que las cosas de la tierra. Como también es posible que mucho lleven ese deseo como escondido dentro. No en vano decimos que “hemos sido creados por Él y para Él” y que Dios no es ningún accidente en nuestras vidas sino algo esencial. “Nos has hecho para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti”, decía San Agustín.

Pero el hombre, sobre todo el de hoy, necesita ver. Y el único espacio donde el hombre pueda ver a Dios es en el testimonio de la Iglesia y de la vida de cada cristiano, pero sin tantos rodeos como los de Felipe que no se atreve a dar cara y acude a Andrés. También nosotros podemos caer en la tentación de decir: que eso lo tienen que hacer los demás. Todos somos rostros de Dios y todos estamos llamados a hacerlo visible. Sería bueno que pusiésemos un gran letrero en las Iglesias diciendo: “¡QUEREMOS VER AL SEÑOR!”.

“Dios a mi no me escucha”

Es nuestra gran queja contra Dios cuando le oramos. Y aún añadimos algo bien frustrante: “Dios no me ama”. ¡Qué conclusión más frustrante para alguien que ora!

Pensemos un poco y seamos realistas con nuestra fe: El hecho de que no hayas logrado lo que le pedías ¿será signo de que realmente no te ama?

Pues Jesús ora no como un cualquiera, sino siendo Hijo. “A pesar de ser Hijo”. ¿Diríamos que Dios no amaba a Jesús?

¿Qué no me lo ha concedido? Pues tampoco le evitó la Pasión a su “Hijo”. Y a pesar de que se lo pidió con gritos y lágrimas, Jesús debió pasar por esa dolorosa experiencia. Incluso hasta terminar reconociendo a Dios como Padre: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”.

Es que a nosotros nos falta algo fundamental en la oración. Oramos como quien trata de contar con los poderes de Dios a favor nuestro. Oramos como quien trata de cambiar la voluntad de Dios sobre nosotros. ¿Sabes cuál tendría que ser el verdadero fruto de nuestra oración para que sea eficaz de verdad? Algo muy simple: “Señor, tú no cambies tu voluntad, pero cámbiame a mí. Cambia mi corazón. Cambia mis deseos. Cambia mi mente”. La oración no es ineficaz por no conseguir lo que le pedimos. La oración es ineficaz porque no logra cambiar nuestro corazón ni poner nuestra voluntad en la voluntad de Dios.

Nuestra oración para ser una oración creyente tiene que reproducir en nosotros la oración misma de Jesús. Por algo decimos “oremos como el Señor nos enseñó”.

Almas museo

Alguien ha dicho que muchos llevamos nuestras almas como una especie de museo. Almas museo con paredes llenas de cuadros antiguos colgados. Almas con sus paredes empapeladas de diplomas, empapeladas de virtudes, empapeladas de reconocimientos públicos. Son almas empapeladas de recuerdos, del pasado, de lo que ya no tiene vida.

En el fondo son almas secas, áridas, sin perfume. Huelen a museo. Huelen a humedad, porque en ellas no entra la luz nueva de cada día, el sol nuevo de cada mañana.

Por eso, son almas que huelen poco a esperanza. Huelen poco a futuro. Huelen poco a ilusiones. Les falta el perfume del jardín. Todo huele a viejo.

Como almas museos son almas blindadas, con demasiada vigilancia a los que entran. Los que entran, lo hacen solo para vivir del pasado. Necesitan deshumecedores del ambiente, pero les falta el calor de la estufa de la caridad y el amor.

A los museos se entra con curiosidad. Se pasea uno contemplándolo todo, sin fijarse casi en nada y se sale con la satisfacción de haber visto todo, pero no se llevan nada.

Nuestras almas no pueden ser museos de lo viejo. Nuestras almas están llamadas a ser jardines en los que cada día florece una nueva rosa y brota una nueva flor. Nuestras almas están llamadas, no a ser archivos del ayer, sino ventanas abiertas al mañana. Almas que recuerdan, pero sobre todo “almas que sueñan” porque Dios no tiene vocación ni de museo ni de archivo.

La gracia no se nos regala para conservar cuadros del pasado, sino para abrirnos caminos hacia el futuro. El amor no se queda contemplando lo que amó en el pasado, sino a las posibilidades que tiene de seguir amando. El amor no es un archivo de lo bueno del pasado, sino la capacidad y el dinamismo continuar amando. Además, el amor no cuelga de las paredes sus propios trofeos, sino que ama en silencio, aunque nadie se entere.

Atrévete a morir

  1. Sí, claro, atrévete a morir hoy. Atrévete a renunciar a ti mismo para preocuparte de los demás. Nadie celebrará ni llorará esa tu muerte, pero no deja de ser muerte. Bueno, es una muerte que en realidad te da más vida. Para seguir a Jesús, los mejores son aquellos que “se negaron a sí mismos”.
  2. Sí, atrévete a morir. Muy fácil. Cuando en casa te acusen de todo, te hagan responsable de todo, porque tú fuiste el causante de esto y lo otro, tú calla. No respondas. Sí, ya sé que tus hígados te arderán dentro. Es que la muerte siempre quema por dentro. Cuando a Jesús le acusaron, el Evangelio dice que “Él callaba”. El silencio también es una manera de morir.
  3. Sí, atrévete a morir hoy. Si te acusan, si sientes que hablan mal de ti, que murmuran de ti, no hagas caso. No te defiendas. ¿Qué tú tienes la razón? ¿Y crees que Jesús no tenía razón cuando le acusaban? Pero no se defendió, prefirió callarse, dejó que sea tu vida tu mejor defensa.
  4. Sí, atrévete a morir. Olvidarte de tus intereses y dedícate a satisfacer las preocupaciones de los demás. El tiempo que inviertes dedicándoselo a los demás, es tu mejor inversión. Duele dejar lo tuyo por los demás, pero eso te hace revivir por dentro.
  5. Sí, atrévete hoy a morir. Hoy decídete a ser tú mismo, aunque te traiga consecuencias con los amigos. Decídete a ser coherente contigo mismo, aunque todos te digan que no sabes vivir la vida. Decídete a ser fiel, por más que te digan que “no sabes lo que te pierdes”. También los amigos te van ayudando a morir a poquitos esa muerte lenta y dolorosa.
  6. Sí, atrévete hoy a morir. Es muy simple. Di la verdad, por más que e traiga complicaciones. Di la verdad, aunque te descubran culpable. Di la verdad, aunque con ello dejes de ganar más dinero. Habrás muerto por la verdad en vez de vivir con y de la mentira dentro de ti. De esa manera tu vida ya perdería mucho de vida…
  7. Sí, atrévete hoy a morir. No elijas ni escojas tu muerte. Acepta la que te toca. Acepta el sufrimiento tal y como te viene. Acepta la enfermedad tal y como viene. Si te duele el pie, no prefieras que sea la mano. Te son suficientes los sufrimientos de turno. Quien hace selección en los sufrimientos termina eligiendo los peores.

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