Hoja Parroquial

Cuaresma 5 – B | Queremos ver a Jesús | IQC2021

Domingo 21 de marzo del 2021

“Queremos ver a Jesús”

ver a Jesús

Es el grito de este domingo. Aquellos griegos que llegan a Jerusalén “quieren ver a Jesús”. Han oído hablar de Él, pero no es suficiente, es que el conocimiento por el oído es muy limitado e imperfecto. Ellos quieren “ver”.

Tampoco es suficiente el “ver”. Hay muchas maneras de ver. A Jesús le ha visto muchos; sin embargo, no le han creído. Es que todavía hay mucho de misterio en su vida. Todavía no se ha revelado del todo. Para poder verlo de verdad es necesario que Él se haga visible del todo y eso sólo será posible en los días de su Pasión, sólo se manifestará plenamente cuando cuelgue de la Cruz.

De ahí que Jesús, no da mayor interés a la petición de Felipe y Andrés. Sencillamente Jesús no es de los que se da a conocer en una rueda de prensa. Jesús les remite al final de todo. A cuando todo esté claro, los remite a su muerte. “Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”.

Ese es el misterio de la Cruz, misterio de oscurecimiento y misterio de clarificación. La Cruz esconde, oculta, oscurece la verdad de Jesús. Pero la misma Cruz, manifiesta, muestra e ilumina de la verdad de Jesús. Aquello mismo que pareciera ocultar, lo pone de manifiesto. Aquello mismo que opaca y apaga, termina siendo luz que brilla e ilumina. Esa es la Cruz de Jesús y también las nuestras.

Para el creyente de verdad, la Cruz de Jesús es la verdadera fuente para conocer el misterio divino de Jesús: la Cruz como revelación del amor de Dios. La Cruz como fuente de vida. La Cruz como fuente de salvación. La Cruz como fuente de la luz.

Si queremos conocer a Jesús el camino será siempre “cuando sea levantado en alto”, cuando lo podamos contemplar colgado de la Cruz, entregándose entero por cada uno de nosotros. Entonces, ya no será un conocer ideas sobre Él. No será ya tanto el conocer de la razón, sino el conocimiento de la fe, una fe que se hace experiencia del amor, experiencia la vida, experiencia de la gracia, experiencia de sentirnos salvados en El. En este tramo final de la Cuaresma, Dios nos manifiesta el mayor argumento de nuestra fe: el amor divino llevado al extremo por el hombre. La Cuaresma nos lleva a todos a este deseo: “queremos ver a Jesús”. “Queremos ver a Dios”.

“Padre, glorifica tu Nombre”

la gloria del Padre

El Padre no hizo nada para que Jesús no muriese crucificado en la Cruz.
¿Fracaso de Dios o fracaso de la oración de Jesús?

Jesús lo entiende de otra manera:
“Yo tengo que morir, pero, Padre, glorifica tu nombre”.
Dios glorifica su nombre no evitando la muerte,
sino haciendo que Jesús sea más fuerte que la muerte misma.

¿Que no hemos conseguido lo que pedíamos?
“Padre, glorifica tu nombre”.

Manifiesta el poder de tu gracia haciéndome más grande que mi sufrimiento.
Manifiesta tu nombre, haciéndome más fuerte que mis debilidades.
Manifiesta tu nombre haciendo que, a pesar de todo, yo siga creyendo que tú me amas.
Manifiesta tu nombre haciendo que, aún en la oscuridad, yo siga viviendo de la esperanza.

Que, como Pablo, también yo pueda decir:
“Aplastados por todo, pero no derrotados”.

¿No será el momento de revisar un poco nuestra oración?
¿No será el momento de cambiar nuestro modo de orar?
¿Por qué no interiorizamos esta oración de Jesús, para luego, orar también nosotros?

Oración en la obediencia

obediencia

La verdadera oración está condicionada siempre por algo difícil. Lo difícil no es orar, lo difícil es orar como es debido. La verdadera oración tiene que ser “oración en la obediencia”. En el Padrenuestro lo decimos: “Hágase tu voluntad así…” En la oración del Huerto, Jesús reza su Padrenuestro: “Pasa de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.

En la segunda lectura de este domingo, la Carta a los Hebreos nos describe la oración de Jesús en términos dramáticos: “Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos nosotros los que le obedecen en autor de salvación”. (Hb 5,7-9)

Una oración hecha “a gritos y con lágrimas”, a “quien podía salvarlo de la muerte”, y en ese sufrimiento orante, o en esta oración dolorosa, “a pesar de ser Hijo” aprendió también Él a obedecer.

Orar es obedecer a la voluntad del Padre. Orar no es que se haga nuestra voluntad, sino la voluntad del Padre. Y orar es estar dispuesto a que Dios “no nos salve de la muerte”. ¿Y cómo es nuestra oración? Confrontemos nuestra oración con esta expresión de la Carta a los Hebreos.

Lo realmente importante

cosas importantes

“No es:
que yo te busque,
sino que tú me buscas en todos los caminos;
que yo te llame por tu nombre,
sino que tú tienes el mío tatuado en la palma de tus manos;
que yo te grite cuando no tengo ni palabra,
sino que tú gimes en mí con tu grito;
que yo te comprenda,
sino que tú me comprendes a mí en mi último secreto;
que yo te guarde en mi caja de seguridad,
sino que yo soy una esponja en el fondo de tu océano;
que yo te ame con todo mi corazón y todas mis fuerzas,
sino que tú me amas con todo tu corazón y todas tus fuerzas.

Porque, ¿cómo podría yo buscarte, llamarte, amarte…
si Tú no me buscas, me llamas y me amas primero?
El silencio agradecido es mi última palabra
y mi mejor manera de encontrarte”.
(Benjamín González Buelta, citado por Gafo)

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