Hoja Parroquial

Pascua 6 – B | Un mandamiento nuevo | IQC2021

Domingo, 9 de mayo del 2021

De la vida al amor

un mandamiento nuevo

¿Alguien ha notado el tránsito de los Evangelios de los pasados cinco domingos a este sexto domingo de hoy? En los cinco primeros domingos de Pascua, el tema central era la “vida”. Durante cinco domingos la Liturgia ha querido despertar en nosotros la experiencia de Dios vida, Jesús vida, nosotros vida. Que Jesús está vivo. Que Jesús es vida. Y que nosotros estamos llamados a la vida.  Hoy, nos ofrece otra nueva realidad, aunque siempre en relación con la vida. Hoy todo se centra en el amor.

No soy amigo de las matemáticas, pero hay quienes son curiosos de los números. Tomo el dato de J. Gafo. Y por curiosidad he hecho la comprobación. En la segunda lectura tomada de San Juan en solo tres versículos se cita nueve veces la palabra “amor”. Otra curiosidad, también aparece otras nueve veces la palabra “Dios”. En el Evangelio no se habla de Dios, sino del “Padre”, se le cita tres veces, y nueve veces la palabra “amor”. Puede que el número de veces no sea lo más importante, pero sin duda es significativo, y nos dice por donde camina la Pascua.

Lo cual viene a decirnos que nuestra fe no es tanto un problema de mandatos o preceptos, sino que lo sustancial de Dios y de nuestra vida está: en ser vida, en ser amor. Una vida en el amor y un amor que es vida. Lo decía Jesús el cuarto domingo “doy mi vida”, “entrego mi vida”. Y la entrego por amor.

El cristianismo no es la religión de las leyes y las obligaciones, como tantas veces hemos pensado, es la religión de la vida y es la religión del amor. Si alguien pretende enseñarnos otra cosa, no está diciendo lo que Jesús nos dijo. Jesús nos puso una serie de normas de conducta, pero la que da sentido a todas es el amor. Cualquier ley que no sea fuente de vida, no sirve en la experiencia de la fe. Cualquier ley o mandato que no nazca del amor tampoco responde al Evangelio.

Lo cual nos tendría que llevar a un profundo examen de nuestra experiencia y práctica religiosa. Lo que haces, ¿tiene vida? Lo que practicas, ¿engendra vida en ti? Lo que haces, ¿nace en ti del amor? Lo que practicas, ¿te lleva al amor y a amar más?

Si nuestra vida religiosa no engendra más vida, no responde a lo que Jesús quiere. Si lo que hago no nace de mi amor y no me hace amar más, tampoco. Bien pudiéramos decir que “creer” en Dios y en Jesús, es “tener vida en nosotros”, la vida de Dios que llamamos “gracia” y es “amar”: sentirnos amados de Él, amarle a Él y amar a los demás.

Dios nos amó primero

el amor de Dios

No nos hagamos ilusiones pensando que amamos a Dios.
El amor no nace de nosotros.
El amor nos viene de Dios.
No somos nosotros quienes “hayamos amado a Dios”.
El verdadero amor está en que “Dios nos amó primero”.

Para amar de verdad se necesita:
Sentirse amado por Dios.
Saber que Dios es amor.
Sentir que Dios nos amó primero.

Quien no se ha sentido amado, tampoco sabrá amar.
Quien no ve a Dios como amor, no le amará de verdad.

Antes de amar a nuestros padres, ellos nos amaron primero.
El amor filial es amor de respuesta y gratitud.
Antes de amar a Dios, él nos amó primero.

Nuestro amor nunca es fuente y principio, es siempre respuesta.
Nuestro amor es una actitud de gratitud.
Nuestro amor es una consecuencia.
Nuestro amor un devolver lo que hemos recibido.

El primer rasgo de Dios es “ser amor”.
La verdadera revelación de Dios es “su amor”.
En una oración de la Misa leemos: “Revela, Señor,
tu omnipotencia en la misericordia y el perdón”.

Cuando Dios quiere verme

Dios y yo

Cuando Dios quiere verme,
no tiene necesidad de asomarse a la ventana,
por si me encuentra en el Parque.

Cuando Dios quiere verme,
no acude a su álbum de fotos,
donde sabe que también estoy yo.

Cuando Dios quiere verme,
no necesita sacar una cita para encontrarnos.

Cuando Dios quiere verme,
le basta mirar a sus manos.
¿Extraña manera de verme?
De alguna manera.
Pero para Él es el modo normal de poder verme, mirarme y contemplarme.
Y no lo estoy inventando yo.
Lo dice Él mismo:
“Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuado” (Is 49,16).

Lo más fácil es mirarnos a las manos.
No exige ningún esfuerzo.
Las manos las estamos mirando constantemente.

Y Dios nos ha tatuado a cada uno en la palma de sus manos.
Así, cada vez que ve sus manos, nos ve y nos mira a cada uno.
Además, nos lleva tatuados, para que nada se borre.
Nada puede borrarme de la palma de las manos de Dios.
Cada uno puede decir con toda verdad:
“Dios me lleva en la palma de sus manos”.
“Estoy en la palma de las manos de Dios”.

Jesús nos ha vuelto a escribir en la palma de sus manos.
Esta vez, ya no es que nos haya tatuado.
Ahora nos ha escrito en su propia sangre.
Cuando Jesús contempla la palma de sus manos y ve la señal de los clavos,
nos está viendo a cada uno de nosotros.

Por eso mismo, cada vez que, resucitado, se aparecía a los suyos lo primero que hacía era enseñarles sus manos. “Mirad mis manos”.
Al ver sus heridas gloriosas, Jesús nos ve a nosotros.
Al contemplar sus heridas, cada uno de ellos se veía escrito en sus manos glorificadas.

Podemos estar lejos o cerca, no importa.
El siempre podrá vernos. Le basta mirar a sus manos.
Podemos estar con Él o sin Él.
El mirará sus manos allí nos verá y encontrará.
Podemos abandonarlo.
Tampoco importa.
Allí están sus manos para encontrarnos.
Y aunque quisiera taparse los ojos con sus manos para no vernos,
será imposible,
porque las mismas manos que tapan sus ojos
están mostrándole nuestra imagen tatuada en ellas.

El amor es así

el amor de Dios

“La caridad es paciente, es servicial.
La caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe;
Es decorosa; no busca su interés; no se irrita;
No toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia;
Se alegra con la verdad.
Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta”.
(1Co 13,4-7)
Y antes Pablo nos había dicho:
“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como un bronce que suena o címbalo que retiñe.
Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda ciencia;
Aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas,
Si no tengo amor, nada soy.
Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada me aprovecha” (1Co 13,1-3)

Bueno, si esto es verdad: para salvarse, para seguir a Jesús, para ser buen cristiano, para ser verdadera Iglesia, son necesarias pocas cosas. Una basta: “amar”. Pero también una sola basta para hacer inútil todo lo que hacemos: “si me falta amor”.

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